domingo, 30 de octubre de 2011

PASCUAL ALBANESE: LA RELIGIÓN Y LA POLÍTICA SE MEZCLAN EN LA “PRIMAVERA ARABE”. EL TRIBUNO - 29-OCT-11 - OPINIÓN

Las elecciones para constituyentes en Túnez, los comicios convocados para el próximo 21 de noviembre en Egipto, el dramático desenlace de la guerra civil en Libia y la amenaza de una crisis dinástica en Arabia Saudita acentúan la incógnita sobre el porvenir de la “Primavera Arabe”.
El consenso generalizado entre los analistas internacionales, que no pueden contra su irrefrenable tendencia a la simplificación de situaciones complejas, es que el futuro político de la convulsionada región gira en torno a la elección entre dos modelos alternativos: Turquía o Irán.
Significativamente, ante la ausencia de antecedentes históricos exitosos en materia de fundación de instituciones políticas, las opciones en danza, según estas visiones reduccionistas, acostumbradas a buscar recetas similares para problemas distintos, no surgen entonces de experiencias propias de naciones árabes, sino de dos grandes países islámicos con notoria influencia en la región.
Más allá de múltiples diferencias, Turquía e Irán comparten una característica común. Ambos tienen una larga tradición cultural preislámica. En Turquía estuvo asentado durante un milenio el Imperio Romano de Oriente. Irán fue la sede del legendario Imperio Persa.
A diferencia de lo que sucede con los pueblos árabes, que emergieron a la escena mundial de la mano de Mahoma, quien era a la vez un líder religioso, político y militar, la historia nacional de ambos países no comienza con el nacimiento del profeta.
Turquía, único estado musulmán que integra la OTAN, es visualizada como la “niña bonita” de Occidente. El “islamismo moderado” del primer ministro Recep Erdogan y de su Partido de la Justicia y el Desarrollo es tomado en Estados Unidos y la Unión Europea como una demostración de que es posible una síntesis virtuosa entre las prácticas democráticas y el Islam.
Históricamente, como sede del antiguo Imperio Otomano, cuyo dominio sobre el mundo árabe duró varios siglos y recién terminó con su derrota en la Primera Guerra Mundial, Turquía tiene una larga tradición de presencia política y cultural en todo Medio Oriente.
LA ESTRATEGIA DE IRÁN
En contraste con Turquía, en este relato Irán es concebido como el “malo de la película”. El régimen de Teherán, estigmatizado por George W. Bush como parte del famoso “eje del mal”, condición que compartía con Corea del Norte y con el régimen iraquí de Saddam Hussein, es la apoyatura logística que encuentran Hezbollah en El Líbano, Hamas en Palestina, los rebeldes chiítas en el pequeño emirato de Bahrein y ciertos grupos insurgentes, también chiítas, en Irak.
En un mundo islámico cuya población es en un 80% sunnita, la singularidad de Irán surge de su condición de centro principal del credo chiíta, que por su naturaleza de rama disidente del Islam está dotado de espíritu beligerante contra sus rivales religiosos, a quienes estigmatiza como “usurpadores”.
Esa militante solidaridad que exhibe Teherán con sus correligionarios de Irak, El Líbano y Barhein, sumada a su activo respaldo a Hamas, como prueba de su hostilidad, también religiosa, a la existencia misma del Estado de Israel, son algunas de las manifestaciones de su activo protagonismo en Medio Oriente.
En Siria los iraníes apoyan al régimen de Bashar al Asad, expresión de una minoría alawita, que constituye una pequeña comunidad islámica separada del tronco religioso común y que, en virtud de su férreo control del Ejército, logró imponer su dominación a una población mayoritariamente sunnita. Los alawitas obtuvieron el apoyo del Irán chiíta para contener al enemigo común.
Significativamente, el régimen de Teherán, que despliega con tanta energía una estrategia de penetración en Medio Oriente, no ha hecho nada para dificultar la acción militar de la OTAN en su vecina Afganistán.
La razón de esa abstinencia también tiene una raíz religiosa: los talibanes, más allá de su espíritu fundamentalista y de sus vínculos con Al Quaeda, son sunnitas, como también lo eran Bin Laden y los suyos.
Más aún, los talibanes afganos son wahabitas, una corriente ortodoxa de los sunnitas, originada en Arabia Saudita, cuya monarquía, por su condición de custodia de las ciudades sagradas de La Meca y Medina es, en términos históricos, la enemiga fundamental de los chiítas.
EL POLVORÍN DE ARABIA SAUDITA
Precisamente en Arabia Saudita apareció el riesgo de una crisis dinámica. A diferencia de casi todas las monarquías, en las que las reglas sucesorias establecen el traspaso del trono de padres a hijos, en Arabia Saudita las normas permiten la sucesión entre hermanos. La vigencia de este principio ha creado un polvorín político en un momento altamente inoportuno.
El disparador de este nuevo escenario fue el reciente fallecimiento del príncipe heredero, Abdulaziz Al Saud, que tenía 80 años, mientras el rey Abdullah, de 89 años, está muy enfermo.
La cuestión sucesoria, con sus enormes implicancias políticas, ha vuelto abrirse en el país económica y religiosamente más importante de la región, que como parte de un muy embrionario proceso aperturista acaba de otorgar el derecho a voto a la mujer.
El nuevo príncipe heredero es el ministro del Interior, Nayef Bin Abdul Azis, de 79 años, quien supuestamente expresa el ala conservadora de la elite gobernante de una sociedad en transición, cuya dinámica exige un cambio generacional.
Pero detrás del nuevo heredero, cuya edad avanzada genera incertidumbre sobre el futuro, y como natural efecto de la poligamia existe otra veintena de hermanos y hermanastros septuagenarios de Abdullah que esperan su turno.
Más que la discusión teórica sobre los modelos de Turquía o Irak, el avance de la marea revolucionaria en el mundo árabe, protagonizada fundamentalmente por los jóvenes de las ciudades y fruto de la modernización social y cultural experimentada por sus sociedades en la última década, toma en cada caso la dirección que se corresponde con la historia y la cultura de su propio pueblo.
Por eso, en Túnez con Ennahda y en Egipto con la Hermandad Musulmana, que depuró a sus elementos más radicalizados, crecen los partidos islámicos moderados. En Libia, el asesinato de Gadafi, que averg enza a Occidente, profundiza los conflictos intertribales.
En Siria y Yemen, sus regímenes acorralados oscilan entre la negociación con las fuerzas opositoras o la decisión de resistir hasta el final. Mientras las monarquías petroleras buscan asegurar su permanencia mediante la paulatina introducción de reformas políticas.
Los acontecimientos demuestran que el prejuicio de que la religión islámica es incompatible con la democracia es tan inconsistente como el preconcepto similar que existía en relación con las dificultades de la Iglesia Católica para participar activamente en el mundo moderno.
En el mundo árabe, globalización mediante, el islam experimenta hoy un desafío semejante al que resolvió la Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II.

http://www.eltribuno.info/salta/90325-La-religion-y-la-politica-se-mezclan-en-la--Primavera-Arabe.note.aspx
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