viernes, 28 de octubre de 2011

COLETTE CAPRILES: CONTROL PERCEPTIVO

La mentira más eficaz es la verdad a medias. Es como si se ofreciera una materia prima que será moldeada según los antojos del receptor. Siempre se podrá ajustar lo dicho a aquello en efecto acontecido; siempre se podrá negar lo insinuado. La verdad como utilidad, pues. No vale tanto la pena entonces preguntarse por la verdad de lo que se dice o de lo que aparece, sino preguntarse, simplemente, a quién beneficia.

Hágase el ejercicio aunque sea con fines meramente profilácticos, porque lo que vamos a vivir durante los próximos meses va a ser algo así como la madre de todas las batallas cognitivas: lo que está en juego es el control de la percepción de la realidad y no, desde luego, la trama dolorosa de la cotidianidad. Desde la cúpula de la corte chavista se ha ido operando una especie de proceso de desmaterialización ­algo con lo que quisieran quizás evocar una epifanía, una ascensión celestial­ en el cual los hechos dejan cada vez más lugar a representaciones, y éstas se hacen a su vez cada vez más intangibles. Es como si se pasara del hacer al decir, y luego, al susurrar. O al rezar. La figura presidencial ya no es presencia omnisciente, sino voz ubicua y lejana. Y sus referentes se parecen cada vez más a íconos para el culto.

Ciertamente, en el plano de los hechos, lo que queda del Gobierno sigue operando y con no poca agresividad, pero tratando de cumplir objetivos de las agendas particulares de los que, tentados por la herencia, quieren acumular el poder necesario para disputarla. Ocupa allí un lugar especial, como estamos viendo, la neutralización de lo poco que queda para la difusión del mensaje democrático y la consolidación de una tormenta hegemónica que apunta a inundar todos los resquicios de la conciencia colectiva. Nuevos ataques a los medios independientes, autocensuras incluidas; algunos crímenes informáticos que han seleccionado ejemplarmente a sus víctimas (que así funcionan, siempre es bueno repetirlo, las dictaduras del siglo XXI: no aspiran a controlarlo todo, sino a garantizar la sensación de control a través del ejemplo, preservando las apariencias); en otro plano, arrecia la numerología fantástica con encuestas impresentables y estadísticas risibles.

Se entiende: los tiempos gloriosos de la fácil victoria electoral están lejos, y lo que hay es una situación que además de no ser favorable electoralmente, revela que la conciencia del malvivir está extendiéndose en lo profundo, en asuntos que tocan lo estructural y no admiten por tanto, la solución cosmética que antes funcionaba.

Desempleo, seguridad, salud, como revela el reciente estudio del Centro Gumilla: problemas sobre los que ya no es posible hacer nada dadas las restricciones ideológicas y prácticas del régimen que los creó. Dos cosas quedan por hacer: prometer mintiendo, esperando que la repetición de la mentira cumpla con la estalinista ley de la transformación de lo cuantitativo en cualitativo; y montar una lotería con subsidios directos que compren eficazmente los votos (y aquí cabe la duda acerca de la eficacia: incluso regalar plata tiene su método y su gestión). En realidad, el eje fundamental de la campaña del régimen será la mera propaganda, en el sentido más duro de la palabra.

Y los dispositivos correspondientes se están afinando a partir de la coyuntura de la enfermedad presidencial. La fábrica de rumores y de "situaciones" es especialmente eficaz en esta circunstancia de alta incertidumbre, y de amplia experiencia cubana disponible.

Los expertos en estos asuntos suelen ser prolijos en la descripción de la retórica de la propaganda y austeros en las recomendaciones para resistirla. La propaganda ataca el sentido común; busca aliarse con los enemigos de éste, a saber, esas pasiones que albergamos todos: los prejuicios, la simplificación de los problemas, la necesidad de no sentirse solo o en minoría; la fabricación de enemigos para proyectar la frustración... Y somos todos igualmente sensibles a sus efectos. Hay toda una política de la confusión poniéndose en práctica desde hace años aquí, operando para que perdamos nuestro querer y vivamos un remedo de vida, confortándonos con la idea de que el cambio puede ser peor que esta enfermedad.

Hay que oponérsele con firmeza en las convicciones; lo que supone precisamente tener claro lo que se quiere. Sentido común, pues.

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