lunes, 26 de septiembre de 2011

MANUEL MALAVER: CHÁVEZ Y EL ABANDONO DEL ESEQUIBO

De modo que, en la más grande amputación que se ha  refrendado del  territorio venezolano en toda su historia, tiene mucho que ver el pago  del gobierno cubano y sus líderes al respaldo que siempre le brindaron  los países del CARICOM, factura que ha recibido Chávez como parte de su  herencia para seguir honrándola, y que los beneficiarios agradecen  apoyándolo en la OEA, la ONU, y en cuanta instancia regional e  internacional sea necesario derrotar mediante votos a quienes denuncian  sus tropelías, sus atropellos a la Constitución , su empeño en  desestabilizar la democracia dentro y fuera de las fronteras  venezolanas,   ofreciendo, incluso,  el territorio nacional como  cabeza de puente para los estados forajidos de Europa oriental o el Medio  Oriente que quieran construir bases para enriquecer otra herencia que  recibió Chávez de Castro: su odio contra los Estados Unidos.

Antes de que Chávez  llegará a la presidencia de la República hace aproximadamente 13 años,  la hipótesis fundamental de guerra de las Fuerzas Armadas Nacionales era  con vecinos agresivos, golosos y dolosos que en el curso de nuestros  casi 2 siglos de historia republicana habían hecho esguace con una  tercera parte del territorio original del país.

Herida que era también centro de la unidad nacional y de la necesidad de  que tanto las FAN, como sus cuerpos auxiliares, tuvieran siempre el apresto operativo indispensable para defender y recuperar lo que en  razón de títulos inobjetables nos correspondía para terminar de  estructurar la idea que ceñía la comprensión de “Venezuela y de los  venezolanos”,

Creo que con un poco de esfuerzo  los venezolanos de más de 20 años  podrían recordar la agitación periódica que tomaba calles y cuarteles  cada vez que alguien dentro o fuera del mapa físico nacional desafiaba  este que podía tomarse como uno de nuestros mitos fundacionales, así  como los eventos, movilizaciones, seminarios, mitines, conferencias,  declaraciones, controversias, gestos, y de todo  cuanto pudiera  contribuir a fortalecer la decisión de: “Ni un milímetro más de tierra  venezolana para los extranjeros”.

Y en este contexto, sin duda que los temas más persistentes, crecientes y  convincentes eran la defensa del Golfo de Venezuela cuyas aguas  territoriales no habían sido (ni lo son aun)  delimitadas con Colombia, y  la reclamación de unos 159.500 kilómetros que según pruebas hasta  reconocidas por los autores del despojo, le habían sido arrebatadas a  Venezuela por Inglaterra en el “Laudo Arbitral de París” de 1899  que  fijó los límites del país con la entonces “Guayana Británica”.

Quiero recordar algunos nombres de aquellos tiempos que ahora parecen tan lejanos como el humorismo de Don Rafael Guinand o la música de Los Cañoneros: Pedro José Lara Peña, Miguel Ángel Capriles Ayala, Jorge  Olavarría, Luís Miquilena, Isabel Carlota Bacalao, Rafael Sureda  Delgado, Simón Alberto Consalvi, Aníbal Romero, Pedro Duno, Fernando  Ochoa Antich, Adolfo Taillardat, Manuel Quijada, Sadio Garavini, Rodolfo Schmidt, José Machillanda y-last but not least-José Vicente Rangel,  quienes aun cuando situados en las antípodas de las ideologías políticas en boga, no tenían empacho en aparecer firmando documentos que  terminaban con slogans como “Todo el Golfo es nuestro”, o “El Esequibo  es de Venezuela”.

Hoy, a 13 años del vendaval chavista, puede decirse que de esa pasión que fue uno de los fundamentos principales de la historia  de la segunda  mitad del siglo XX  venezolano queda poco o nada; desapareciendo, como  si no hubiera existido, no solo del lenguaje oficial, sino también de la  agenda que se discute en  partidos políticos, universidades, asambleas  de vecinos, seminarios, sindicatos, consejos comunales, púlpitos,  disensos, acuerdos y de todo lo que ocurre y discurre en el fluir del  tejido de la vida nacional.

¿Qué sucedió, pasó, volvió, se revolvió y al final siguió su curso hacía  el helado olvido, y dónde fueron a parar los innúmeros estudios,  discursos, análisis, slogans, ensayos, pintas, volanteos,  y textos que consumieron tantas noches de sueño, tantos miedos por la salud, y tantas  peleas con  padres, esposas o hijos “por no apagar la luz”, sin  hablar  del tiempo contabilizado en plata líquida o ilíquida, o en ese oro de  la felicidad del hallazgo intelectual escriturado y publicado que no  llegaron a intuir Benjamín Franklin ni Adam Smith?

Pues nada, que fueron a parar al “Gran Archivo Nacional” de los objetos  perdidos, de las pasiones pasadas de moda, de las ideas olvidadas,  como  pudieron serlo los positivismos lógico e ilógico, el naturalismo, el  romanticismo, el costumbrismo, el surrealismo, el existencialismo, la  teoría de la dependencia, el estructuralismo, el lacanismo, el marxismo y  sobre todo, “el amor por Venezuela”.

Pérdida esta última que es la causa eficiente de que en los últimos 13  años se perdiera su significado y de que el país empezara a ser ocupado  por extranjeros para quienes palabras como territorio,  historia,  cultura, y lengua menguaron su utilidad y comenzaron a ser  canjeados  por “el culto al caudillo”.

Religión, alarde, o barbarismo traído ahora en el moral de un militar de  cuartel que no de batallas, más bien deportista que castrense, con poco  de academia y menos de disciplina, y si  no analfabeta, si minado de  lecturas anacrónicas y desactualizadas (que es decir lo mismo), y por  tanto, pasto fácil de delirios,  fantasías, ideas muertas, y de todo  cuanto pudiera contribuir (según dicen por aquí) a quedarse de por vida  con el coroto.

Lo cual no quiere decir otra cosa, sino que para Chávez,  como para  Stalin, Gómez, Mao, Trujillo,  Fidel Castro, Duvalier o Fujimori, la  unidad territorial es una categoría que funciona en cuanto pueda ser  teatro de su vagabundeo por el poder, porque si no, puede ser  perfectamente cedida a amigos o enemigos, según el caso.

Así, en un momento en que para Chávez era importante tener distraído al  presidente colombiano, Álvaro Uribe,  para que le permitiera un respiro a  sus entonces  aliados de las FARC, se le invitó a restablecer las  conversaciones sobre el “Diferendo sobre  la Delimitación de las Aguas  del Golfo de Venezuela”,  ofreciéndole de antemano lo máximo a que  aspiraban los negociadores colombianos y nunca aceptaron los  venezolanos: “el 10 por ciento”.

Más afortunados, los guyaneses (ahora independientes, pero vástagos  orgullosísimos de la Inglaterra colonial) terminaron incautándose de los derechos que antes nos habíamos negado a reconocerle cuando eran  colonia: la propiedad de los 159.500 kilómetros del territorio Esequibo y de la plataforma marítima que generan en el Caribe Oriental y todo por una casualidad muy feliz: son miembros del CARICOM (Comunidad del  Caribe),  la unión de los países del Caribe angloparlante, que, como  herederos del conflicto  histórico entre ingleses y gringos, han apoyado siempre a Fidel Castro y su revolución, y ahora, por costumbre, o  porque los odios históricos nunca terminan, a Hugo Chávez, el hombre que se proclama su heredero, hijo o nieto .

De modo que, en la más grande amputación que se ha  refrendado del  territorio venezolano en toda su historia, tiene mucho que ver el pago  del gobierno cubano y sus líderes al respaldo que siempre le brindaron  los países del CARICOM, factura que ha recibido Chávez como parte de su  herencia para seguir honrándola, y que los beneficiarios agradecen  apoyándolo en la OEA, la ONU, y en cuanta instancia regional e  internacional sea necesario derrotar mediante votos a quienes denuncian  sus tropelías, sus atropellos a la Constitución , su empeño en  desestabilizar la democracia dentro y fuera de las fronteras  venezolanas,   ofreciendo, incluso,  el territorio nacional como  cabeza de puente para los estados forajidos de Europa oriental o el Medio  Oriente que quieran construir bases para enriquecer otra herencia que  recibió Chávez de Castro: su odio contra los Estados Unidos.

Pero no son solo los países vecinos y fronterizos con los cuales tuvimos  hasta hace poco conflictos territoriales, los que se han acercado al  festín de nuestros despojos, sino que Cuba en primer lugar, y después  Nicaragua, Ecuador, Brasil, Argentina y Uruguay, por el solo hecho de  apoyar y militar en el “culto al caudillo”, se han enseñoreado de los  mercados nacionales, abastecen más del 50 por ciento del consumo  alimenticio y por esa vía, se apropian de buena parte de  nuestra renta  petrolera para el financiamiento de sus propias economías.

Un caso único es el de China: distante en todos los términos de  Venezuela, de su gente, de su historia, pero dueña de una tercera parte  de la producción petrolera por los próximos 20 años, y a precios  actuales, como parte del pago de una deuda de 20 mil millones de  dólares, la mitad de los cuales deben emplearse en la compra de  baratijas chinas.

China: el último país en restaurar el imperialismo de los siglos XVIII y  XIX, por cuanto lleva a cabo una revolución industrial con trabajo  esclavo e infantil, sin sindicatos ni fórmulas de contratación  colectiva, y que importa gigantescas cantidades de materias primas, pero  a cambio de que los exportadores conviertan a sus países en mercados  cautivos de su producción a  escala.

O sea, un país promotor de la desindustrialización de otros, como lo han  descubierto recientemente Brasil y Colombia, que empiezan a salirse de  la trampa que permite que los dólares que entran por la venta de  minerales y productos alimenticios, regresen después en la compra de  mercancías  que podrían producir los  importadores.

Ganador en la ruleta del “culto al caudillo” sin otro esfuerzo que  respaldar las políticas exóticas de este revolucionario anacrónico que  siente nostalgia por Mao Zedong, la revolución cultural, el libro rojo y todos los signos que perpetraron la pérdida de por lo menos 50 años de la historia china.

Como también lo es la Rusia de Putin y Medvedev, relamiéndose y abriendo  las fauces para dar cuenta de las minas de oro y diamantes que pronto  les serán entregadas por que Chávez decidió entregárselas a   “imperialistas buenos y amigos”.

Y termino, porque la historia también parece que termina, y con ella las  amputaciones, el reparto de la riqueza nacional entre asaltantes sin  escrúpulos y al parecer inconscientes de que los bienes mal habidos,  tarde o temprano, hay que devolvérselos a sus legítimos dueños.     

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