miércoles, 3 de agosto de 2011

FEDERICO HERNÁNDEZ AGUILAR *: NI IDEOLOGÍA NI RELATIVISMO (REALIDAD LIBERAL) DESDE ECUADOR

Tan esquivo es el término "liberalismo", que don Gregorio Marañón expuso lo siguiente en uno de sus más celebrados libros: "Ser liberales es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin.

Si algo les disgusta a los socialistas de raíz marxista es que los liberales nos declaremos alérgicos a las definiciones dogmáticas y a los recetarios económicos. Convencidos como están de que los seres humanos sólo podemos transformar la historia al encarnar ideas concretas, los intelectuales izquierdistas reaccionan con ira o escepticismo cuando les intentamos explicar que el liberalismo no es, estrictamente, una ideología.

Es evidente que las personas tenemos ideas; lo peligroso es que las ideas nos tengan a nosotros. En otras palabras, ¿será posible que las ideas lleguen a condicionar de tal modo nuestra conducta que respiremos a través de ellas? Juzgo que es frente a la asombrosa complejidad de la mente humana que los socialistas marxistas prefieren los encasillamientos, en tanto que los liberales buscamos combatirlos.

El problema de las ideologías es su naturaleza restrictiva y reduccionista. Creen los materialistas históricos, por ejemplo, que existen leyes generales e inmutables a las que se somete el desarrollo de las sociedades. Por consiguiente, dado que las más íntimas motivaciones del individuo están condicionadas por esas leyes (todas ellas materiales, claro), los planteamientos que las explican constituyen una especie de "mediación" permanente entre la realidad y las acciones de las personas. Desde esta perspectiva tan rígida, por supuesto, absolutamente nada podría escapar a la ideología. Y de allí viene la propensión de esta izquierda doctrinaria a los razonamientos fastuosos, los simplismos antropológicos y las militancias cerriles.

Los liberales, en cambio, observamos que los seres humanos podemos actuar conforme a otro tipo de condicionamientos no materiales, y que a esa espontaneidad corresponde, si acaso, el mayor grado de libertad posible, no los apriorismos del historicismo marxista. Las recetas sociales y económicas cumplen, a nuestro juicio, el triste papel de atreverse a proponer rumbos unívocos a la gran suma de las acciones humanas, ignorando su carácter contingente, creativo, diverso.

La diversidad del pensamiento liberal, por ende, adquiere expresiones igualmente diversas. Tan esquivo es el término "liberalismo", que don Gregorio Marañón expuso lo siguiente en uno de sus más celebrados libros: "Ser liberales es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por tanto, mucho más que una política. Y, como tal conducta, no requiere profesiones de fe, sino ejercerla de un modo natural, sin exhibirla ni ostentarla. Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio o, como por instinto, nos resistimos a mentir".

Se puede tener una actitud liberal ante la vida sin por ello "militar" de liberal. De hecho, a pesar de manejar discursos ideológicamente inclinados a la izquierda, abundan las personas que son, en la práctica, bastante más liberales de lo que se atreverían a admitir. Y también pululan quienes predican el liberalismo antes que vivirlo. De todo hay. Extrañarnos o asustarnos por estas contradicciones sería igual a desconocer la propia condición humana.

Si me preguntan a mí, los más profundos dilemas del pensamiento liberal están relacionados con los temas morales. Hay autores que postulan que el respeto a la libertad de conciencia debería conducir a las sociedades modernas a estimar como respetables todos los puntos de vista. Otros encontramos riesgoso que no se distinga apropiadamente entre el respeto que sin duda debemos tener por cada conciencia y el relativismo de considerar equiparables todas las jerarquías de valores, aunque choquen entre sí.

En el terreno de las relaciones sociales, la sola existencia de muchas "verdades" personales no puede significar que todas sean verdad. Ciertamente, entre dos sistemas axiológicos contrapuestos, es difícil aceptar que dé lo mismo decidirnos por cualquiera. Ni la libertad puede defenderse bajo tales premisas. La libertad de conciencia de quien piensa distinto a mí constituye un imperativo que me obliga a tratarle con el respeto debido, pero no me obliga a considerar respetables sus valores si éstos colisionan con mi propia conciencia.

El amplio abordaje de estos dilemas éticos podría garantizar la vigencia de las ideas básicas que están detrás del liberalismo y que podemos rastrear históricamente desde el sofismo de la Grecia clásica. Porque es perceptible que crecen dudas en torno a que ese relativismo moral que propone cierta corriente liberal progresista constituya una respuesta satisfactoria.

El brillante futuro del liberalismo, se teorice o no en él, descansa en su increíble robustez práctica, es decir, en la total congruencia de los pocos valores que propone con ese infinito campo de acción en que se desenvuelve la naturaleza humana. Y es por eso que resulta urgente heredar a las nuevas generaciones un concepto integral de libertad, sin disociarlo del respeto a la conciencia y del amor a la verdad.

* Escritor y columnista de El Diario de Hoy


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2 comentarios:

  1. Este autor es extraordinario. Acabo de googlearlo y me he encontrado con decenas de artículos suyos sobre el liberalismo. Hasta hallé un debate en el que hizo pedazos a varios contendientes juntos, marxistas todos. Vale la pena mil veces. Saludos.

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  2. Simplemente brillante. Ya quisiéramos en España teóricos así.

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