Un pueblo engañado sigue esperando lo suyo.
Este pasado fin de semana, el comunismo (reconversión del socialismo del siglo veintiuno) que antes se juraba la muerte y ahora sigue la máxima del vivir viviendo, estaba de vacaciones en la isla de Margarita. No creerán ustedes que pasaban trabajo en la Plaza mayor de la Asunción, o en la entrada de Pampatar, bajo un toldito rojo. Libaban el mejor whisky en una fiesta privada, en el último piso de Lidotel, en el corazón del centro Sambil, símbolo supremo del más rancio capitalismo. Al borde de la piscina, a media luz, el socialismo se gastaba nuestros dineros, al tiempo que un empleado del hotel limitaba el paso de los curiosos. En una conversa de pasillo, un general le decía a otro de ellos que el Hotel Venetur – El antiguo Hilton de Margarita- que la revolución expropiare, estaba vuelto un desastre. Así estará que ni ellos lo usan.
Cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta.
Generales, funcionarios y hasta el encargado de cobrar los impuestos, se daban la gran vida a no menos de mil bolívares diarios de hospedaje, más todo lo demás. Trapos recién comprados, casi con las etiquetas colgadas. Zapatos de reluciente nuevo, pagados con sus reconfortantes sueldos y sus bonos de alimentación. Los familiares paseando sus lujos. Así yo también soy comunista. El pueblo que pase hambre.
La revolución es una gran farsa. Una trampa “sólo atrapa bobos”
Todas las revoluciones son parecidas. Todos los comunismos son para los pendejos. Hace muchos años, en un país detrás de la cortina de hierro, hundido en su socialismo, en uno de sus aeropuertos uno podía ver cómo la taquilla para funcionarios permanecía atenta a la llegada de ellos, pero el pueblo hacía largas colas para hacer la inmigración. Privilegios de toda clase. En Rumania, en China, en Cuba y donde quiera que se hablaba de gobierno del proletariado, las restricciones eran para el pueblo y los favores y prebendas para los funcionarios.
La revolución de Chávez no llegará a la esquina. La revolución de las mentiras no puede soportarse cuando el discurso camina en sentido contrario con la acción. En Lidotel, hay pueblo trabajando, que observa los placeres de los socialistas y comenta en su barrio lo que observa. Es lo mismo que sucede en muchos restaurantes de Caracas, de Valencia y de todas partes. En las tiendas también trabaja el pueblo que los observa gastando en forma grosera. El reguero que dejan, no se puede ocultar. La revolución se toma en serio lo de vivir viviendo.
Las próximas elecciones nos darán la oportunidad de acabar con esos groseros privilegios y de encaminar a Venezuela por un derrotero diferente. No estoy hablando de regresar a la cuarta, estoy hablando de darle la oportunidad a una generación de jóvenes a los que les duele este país, para que preparemos la Venezuela que se merecen nuestros sucesores.
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