Winston Churchill decía: “La mayor parte de las catástrofes que pueden preverse casi nunca ocurren”. Los hechos vuelven a darle la razón. No hay colapso en Estados Unidos, ni default en Grecia, ni peligro de desaparición del euro.
Una vez más, las previsiones apocalípticas sobre una inminente hecatombe en la economía mundial no se ven confirmadas por los acontecimientos. Lo que está en marcha no es una gran debacle mundial sino un cambio de época.
No es conveniente confundir los dolores propios de un parto con las convulsiones previas a la muerte. Porque la razón de esa falla en las predicciones es sencilla de formular: hay una nueva lógica de funcionamiento del sistema mundial.
La causa de esa mutación es el desplazamiento del eje de poder desde el mundo desarrollado hacia los países emergentes, sobre todo asiáticos, empezando por China, erigida en la principal locomotora de la economía mundial, aunque nunca convenga olvidar que la otra gran locomotora es Estados Unidos.
La interconexión alcanzada por el sistema mundial en esta nueva fase de la globalización hace que los análisis económicos tengan que revisar la noción misma de “cuentas nacionales”.
Porque la economía global se asemeja cada vez más a un sistema de vasos comunicantes. Las economías nacionales no son islas independientes, sino partes inseparables de un sistema único integrado.
Por ejemplo, resulta virtualmente imposible entender la enorme dimensión del déficit comercial ni la monumental deuda pública de Estados Unidos, sin considerar simultáneamente la expansión de las exportaciones chinas, que transformaron al coloso asiático en el primer exportador mundial.
En contrapartida, el “milagro chino” es inseparable de la incesante oleada de inversiones extranjeras directas de las grandes corporaciones transnacionales, en primer lugar norteamericanas, y del insaciable apetito de los consumidores estadounidenses por las manufacturas de origen chino.
La paz del terror
Esta profunda integración bilateral hace que algunos analistas hablen de “Chinamérica” como una unidad económica. El Banco Central chino es el primer tenedor mundial de bonos del Tesoro. La cifra, que convierte a China en el mayor acreedor internacional de Estados Unidos, es de 1,6 billones de dólares.
Los pronósticos apocalípticos acerca de una futura guerra económica entre Estadios Unidos y China por la supremacía mundial desconocen un antecedente histórico muy cercano: durante el casi medio siglo que duró la Guerra Fría, el principio de la destrucción nuclear mutua asegurada entre ambas superpotencias fue el principal incentivo para la preservación de la paz mundial.
En la actualidad, la mayor pesadilla para los dirigentes chinos es el peligro de un colapso económico estadounidense, que afectaría brutalmente sus exportaciones industriales. A su vez, cualquier perturbación grave en la economía china, que obligue por ejemplo a una pérdida de reservas monetarias y a una consiguiente liquidación forzada de los bonos del Tesoro, es el peor escenario que puede temer Estados Unidos.
Para Pekín, resulta claro que la posibilidad de sacar de la pobreza a los centenares de millones de campesinos pobres del interior de China está estrechamente vinculada a la prosperidad de los millonarios de Wall Street.
Esta evaluación explica por qué las autoridades de Pekín nunca consideraron seriamente la hipótesis de una venta masiva de sus bonos norteamericanos.
Rescates financieros
En el circuito financiero de este laberíntico sistema mundial interconectado, signado por el ascenso de las naciones emergentes, conviene subrayar que las reservas monetarias chinas son de 2.700.000 millones de dólares y que los denominados “fondos soberanos”, de propiedad estatal, en constante proceso de acumulación, suman ya alrededor de 1.200.000 millones de dólares en Medio Oriente (particularmente en Emiratos Arabes Unidos y Kuwait) y de 1.050.000 millones de dólares en Asia, incluidos 332.000 millones de dólares en China.
Aquellos clásicos rescates financieros con que el mundo desarrollado solía salir a paliar las crisis recurrentes de muchos países periféricos han cambiado de dirección. Brasil desechó los temores de un posible default estadounidense y se convirtió en el último año en el país que más aumentó su tenencia de bonos del Tesoro. En doce meses aumentó esa tenencia el 33,6%. El volumen asciende a 211.400 millones de dólares, que equivalen a un tercio de las reservas de su Banco Central. Brasil es ahora el quinto acreedor de Estados Unidos. También China, consciente de su creciente responsabilidad internacional, salió en rescate de los países europeos amenazados por la crisis. En la última de sus frecuentes visitas al Viejo Continente, el primer ministro Wen Jibao recordó un antiguo proverbio oriental: “Un amigo no se conoce hasta que un hombre necesita ayuda”. China triplicó su participación en la deuda pública española, que pasó del 4 al 12%. Los chinos también realizaron importantes adquisiciones de bonos de las deudas públicas de Grecia y Portugal.
Conexión y desconexión
Como ocurre con toda tendencia histórica de carácter estructural, el avance de la globalización incentivó la aparición de una contratendencia política, expresada en la “teoría de la desconexión”, que afirma que la integración de los países emergentes en el mundo desarrollado implicaba aceptar su subordinación política, tecnológica y cultural a las antiguas potencias capitalistas. Esa visión “globalofóbica”, expresada tradicionalmente en el Foro de San Pablo, en el otrora pujante “movimiento antiglobalización” y más recientemente en el fundamentalismo islámico, choca con la paradoja de que el avance de la globalización, cuyo liderazgo pasó de Estados Unidos al mundo emergente, ha posibilitado, por primera vez en la historia del capitalismo, que los países antes periféricos sean hoy las nuevas estrellas de la economía mundial. Lo general se expresa también en lo particular. Lo que sucede con los países repercute sobre las personas. La declinación de la salud de Hugo Chávez, y su fuerte impacto regional, no solo es un dato médico, sino también un signo político de este cambio de época. La tesis de la desconexión ha perdido terreno. En contraposición, Gina Rinehart, una australiana de 57 años, se apresta a desplazar al mexicano Carlos Slim como la persona más rica del mundo. Rinehart es la propietaria de Hancock Prospeting, una gran compañía minera australiana beneficiada con los siderales aumentos del precio de los minerales que vende a China.
El dato estructural relevante es que no solo aumenta la cantidad de multimillonarios provenientes de las naciones emergentes, sino que en el futuro la mayoría de los multimillonarios deberán sus fortunas a sus negocios en esos países.
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El Tribuno - 23-Jul-11 – Opinión.
http://www.eltribuno.info/salta/51825-El-nuevo-sistema-mundial.note.aspx
Pascual Albanese es VPte. del Instituto de Planeamiento EstratégicoEL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA
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