El Presidente está enfermo. El mal es incurable, terminal según algunos, aunque el desenlace no sea necesariamente a corto plazo. Sus palabras de la semana pasada lo confirman. El desconcierto, la falta de información veraz por parte del alto gobierno, el contradictorio y nervioso comportamiento de los más allegados nos revela que estamos atravesando la crisis más seria de las últimas décadas. Hugo Chávez tendrá que mantenerse, en el mejor de los casos, alejado del poder por tiempo indeterminado. Es posible que deba permanecer fuera de Venezuela. Ésta es la verdad. Incluso, no es descabellado plantearse, como sana previsión, que de la actual incapacidad temporal tenga que declararse la ausencia definitiva, bien por responsable renuncia del mandatario, bien como consecuencia de su situación personal en los términos constitucionales correspondientes.
No sólo el Presidente está mal. El país está peor que nunca. Las consecuencias de un presidencialismo agudo, autocrático y totalitario lo determinan. Nada funciona bien. Las cosas van para peor desde hace mucho tiempo. La ausencia proyectó como nunca antes la mediocre incompetencia de quienes deberían cubrir con eficacia su falta. En los cuadros civiles y militares del oficialismo se soltaron los demonios. Recelos, sospechas, envidias que afloran, ambiciones contenidas, zancadillas y maniobras desleales entre ellos están a la orden del día. Un cuadro vergonzoso. No les importa para nada la “revolución”, ni la honradez política y administrativa, ni el destino presente y futuro de Chávez. Mucho menos los principios y valores fundamentales de la democracia.
Sinceramente deseo que Chávez supere su crisis personal. Que en la medida de lo posible se cure, recupere facultades básicas para gobernar y pueda hacerlo hasta el final del período. Lo veo difícil, como también veo imposible su candidatura para extender el período hasta el 2018. Queremos enfrentarlo y derrotarlo estando en plenitud de condiciones. Debe estar lúcido para el momento de la inevitable rendición de cuentas. Será como el trapiche de Dios, tardío pero seguro.
Pero una cosa son los deseos y otra las realidades. Debemos apelar a los principios. Deseamos el bien del prójimo. Jamás actuaremos como Chávez quien públicamente condenaba a los cardenales Ignacio Velazco y Rosalio Castillo Lara al fuego del infierno, cuando estaban en las últimas. Pero si exigimos el cumplimiento estricto de la Constitución de la República. Allí se establece el camino a seguir en crisis puntuales como la actual. La única interpretación posible es la que se desprende de la letra de sus disposiciones.
La mejor expresión de la República civil está en la oposición, en la pluralidad de aspirantes a la presidencia. Hemos propuesto reunirnos para evaluar en conjunto la situación. Ojala y en nuestras propias realidades no se desaten también los demonios. Es la hora de los liderazgos verdaderos.
oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 4 de julio de 2011
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