sábado, 9 de julio de 2011

ALBERTO BENEGAS LYNCH: MAS ALLA DE LA LIBERTAD (FUENTE EL CATO)

Hay demasiado cacareo sobre mediciones estadísticas referentes a supuestos logros materiales tomando a un país como si fuera una inmensa ensaladera que se pretende unificar como si se tratara de una persona sin tener en cuenta las diferenciadas preferencias y valoraciones de cada uno. Así se alude al crecimiento de la hotelería, al aumento de tal o cual cosecha y datos equivalentes sin tener en cuenta el aspecto medular por el cual es hombre puede considerarse un ser propiamente humano, es decir, su oxígeno vital cual es la libertad. Se escudriña y se espía más allá de la libertad como si en estado de esclavitud se pudiera decir con seriedad que se posee o disfruta algo.

Antes que saber como evoluciona el producto bruto, las exportaciones o la tecnología es menester saber de que grado de libertad se dispone al efecto de poder elegir el camino que cada uno estime conveniente para si mismo. De lo contrario se produce un desbalance mayúsculo entre simples medios y la mismísima razón de ser. En esta desproporción se basan los gemidos de pensadores que, por una lado, cuestionan el adelanto tecnológico debido a islotes creativos que permite la libertad y, por otro, el vertiginoso atraso moral, es decir, el retraso de valores y principios que precisamente hacen posible la vida civilizada y, entre otras cosas, el empleo de esa tecnología para usos que no persigan y terminen destruyendo al ser humano.

Albert Schweitzer ha escrito en su Philosophy of Civilization que “En el movimiento de la civilización que comenzó con el Renacimiento hubo fuerzas tanto materiales como ético-espirituales en juego como si estuvieran en competencia una con la otra y esto continuó. Pero algo sorpresivo ocurrió: la energía ética del hombre se extinguió mientras las conquistas ganadas por su espíritu en la esfera material continuó creciendo. Entonces, durante varias décadas nuestra civilización disfrutó de los grandes adelantos de su progreso material sin prácticamente sentir las consecuencias de los moribundos movimientos éticos. La gente vivió bajo las condiciones producidas por ese movimiento sin ver con claridad que su posición ya no era sustentable [...] De este modo, nuestra propia era, sin tomarse el trabajo de reflexionar, llegó a la opinión que la civilización consiste principalmente en logros científicos, técnicos y artísticos y que pudo lograr su objetivo sin principios éticos”. Y no hay libertad, no hay tal cosa como ética puesto que el autómata no es moral ni inmoral, se convierte en una cosa. Si se pierde la brújula ética, indefectiblemente se cae en el precipicio. Wilhelm Röpke en A Humane Economy, C. S. Lewis en The Abolition of Man y tantos otros han subrayado el mismo problema acuciante.

Hay lugares en los que las estadísticas de lo material se usan para domesticar a la gente que por momentos parece conformarse con “pan y circo”, hasta que es tarde para reaccionar y escasea el pan (como en Venezuela, donde también, a pesar del petróleo disponible, no hay electricidad ni gas) y el circo se transforma en tragedia cotidiana (como en Argentina donde el espectáculo preferido del football se ha convertido en la palmaria negación del deporte y el fair play para sustituirse por batallas campales dirigidas por criminales que se autodenominan “barras bravas”).

Todo siempre comienza por el cercenamiento de libertades que aparecen como pequeñas e insignificantes, tal como advirtió Tocqueville en La democracia en América y cuando tiene lugar el zarpazo final ya resulta tarde para la queja porque el cerco ya está tendido, paraliza y, a esa altura, resulta asfixiante.

Lo primero consiste en respetar la esencia misma del hombre cual es la libertad que le permite actuar, es decir, preferir, decidir y optar, a diferencia de los animales que reaccionan frente a diversos estímulos pero no actúan ni tienen propósito deliberado. Eliminar la libertad es convertir al hombre en un animalito que se divierte (es la palabra, di-vierte, se separa y amputa de su naturaleza) con bagatelas y chucherías mientras abdica de la condición humana. ¿Será posible aceptar la idea de que muchos renuncian a su autoestima y dignidad con tal de tener un buen espectáculo y ser alimentados? Si esto fuera cierto, la sociedad abierta permite que algunos contraten tutores o curadores en los que pueden delegar sus decisiones, pero esto no implica que deba extenderse este sistema a quienes prefieren ser consistentes con sus responsabilidades y gratificaciones de mantener y cuidar su integridad moral al conducirse como seres humanos y rechazar con todas sus fuerzas la tenebrosa pesadilla de resignarse a descender en la escala zoológica y ser administrados como simples bestias.

El problema que dejamos aquí planteado se observa cuando se dice que en tal o cual lugar no hay justicia independiente (la dependiente no es justicia), no hay libertad de prensa (la prensa adicta al poder es propaganda) o no hay posibilidad de llevar a cabo cualquier contrato que no lesione derechos de terceros (es decir, se impone el vínculo hegemónico y se hace añicos la relación contractual) pero, se sigue diciendo, el producto bruto crece (en verdad, en este contexto, un producto para brutos). La gente nunca puede estar mejor si se anula la persona y se la cosifica. ¿De que le sirve al hombre disponer de millones si no puede elegir el contrato que desea llevar a cabo, si no cuenta con libertad de expresión ni dispone de justicia? ¿De que le sirven los millones si no puede elegir la educación de sus hijos que son adoctrinados, la afiliación o desafiliación al sindicato, los libros de su preferencia o la seguridad de sus pertenencias? En definitiva ¿es rico quien posee millones pero debe postrarse ante el Leviatán para todo lo que debería decidir libremente o más bien es el más pobre de los pobres al mutar su condición a un miserable moral? ¿Es esta la forma de aprovechar el privilegio de contar con libre albedrío al aceptar su más resonante, tremebunda y denigrante liquidación?

Pero, además de todo, ningún país totalitario hace que sus súbditos sean ricos, los ricos son los mandones, el resto se debate en la pobreza más extrema. Solo la libertad abre las puertas a la creatividad y al espíritu innovador. Las prebendas son para la transición hacia el Gulag, es para mantener entretenidos a los tilingos que se dejan engatusar con regalos y gracias del poder hasta tener a todos en el corral.

Paradójicamente hay burócratas que declaman sobre la “calidad institucional” sin percatarse que las normas de convivencia civilizada constituyen el continente pero que revierten completamente su sentido si el contenido es bloqueado diariamente, es decir, si se imposibilita el ejercicio de la libertad de hacer o no hacer con lo propio lo que se estime pertinente.

En resumen, concentrar las miradas más allá de la libertad, en lugar de comprender que los beneficios derivan de este invalorable atributo, hace que se pierda de vista que no resulta posible disfrutar y valorar la vida sin asignar la causa al preciado don de la libertad que, precisamente, permite sopesar lo que cotidianamente ocurre al efecto de distinguir lo conveniente de lo inconveniente. Como ha escrito el príncipe de las letras españolas: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

(*) Académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 7 de julio de 2011.

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