La crisis en Libia pone en evidencia la hipocresía y decadencia del Occidente democrático. ¿Qué ocurre en Libia que no haya pasado, multiplicado mil veces, en el Irak de Saddam Hussein? Gadafi es un verdugo sanguinario y Saddam fue un asesino en masa. ¿Por qué los que hoy piden una intervención militar en Libia para detener la carnicería antes callaban sobre Saddam, o dedicaban sus energías a atacar a Estados Unidos? ¿Son menos merecedores de la solidaridad bienpensante los iraquíes que los libios?
Cabe preguntarse: ¿No será acaso que franceses, alemanes, chinos y rusos realizaban jugosos negocios con Saddam, y temían que la invasión norteamericana condujese al fin de sus corruptelas con el carnicero iraquí, pero ahora aspiran asegurar sus inversiones en Libia? ¿Será que italianos, franceses, españoles y otros temen la emigración de millares de libios a Europa, pero observaban con desinterés a los más distanciados iraquíes, sometidos a la crueldad de Saddam?
Los que se opusieron a la remoción del tirano iraquí argumentaron que la misma no era “multilateral y unánime”; ahora exigen que se intervenga militarmente en Libia y que tal acción sea, también, “multilateral y unánime”. ¿Desconocen acaso estos ingenuos que ya China, Rusia, Alemania, Brasil, India y Suráfrica han cuestionado la acción militar? ¿Ignoran que los mismos europeos, con excepción del atolondrado Sarkozy y el novato inglés Cameron, temen actuar? ¿No saben nuestros bienintencionados idealistas que solicitar una decisión “multilateral y unánime” equivale a hacerla imposible?
¿Ignoran que la Libia de Gadafi era, hasta el año pasado, miembro del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas? Repito: ¡Del Comité de Derechos Humanos! ¿Qué puede esperarse de las Naciones Unidas? ¿Es tal ingenuidad sólo fingida?
OBAMA DEMAGOGO |
Hay que enfatizarlo: Bajo Obama, Estados Unidos ha dado inicio a un desestabilizador y amenazante proceso de retirada estratégica, militar y psicológica, proceso que lejos de atenuar los conflictos internacionales los va a acentuar. La razón es clara y conocida en la historia: al perderse un sentido de orden y al debilitarse la potencia que le sostenía, los aliados del pasado buscan protegerse por sus propios medios, en tanto que los enemigos de siempre, percibiendo el retroceso, se hacen más agresivos. Ello se observa hoy desde la península coreana hasta el norte de África y desde Irán hasta el Caribe y el eje Caracas-La Habana.
Obama fue ligero e irresponsable cuando pronunció desde el Cairo, pasando por encima de las cabezas de su entonces anfitrión Mubarak y de los principales aliados de Washington, un discurso demagógico llamando a los pueblos de la región a democratizarse. Fue irresponsable porque, como lo indica hasta el presente la crisis Libia, Obama no está dispuesto a respaldar decididamente a esos pueblos en sus momentos críticos. La masacre en Libia es el epitafio de una política exterior banalmente idealista, basada en la entelequia del “poder blando” (que ni es blando ni es poder), política que llevará a Estados Unidos al abismo a que le empujó el desventurado Jimmy Carter.
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