Todo lo que está sucediendo en los países del África del Norte y fundamentalmente en el Medio Oriente, y lo que sucede en algunos países de Latinoamérica, Asia y Europa nos hace reflexionar sobre el origen de los problemas políticos y las crisis de ingobernabilidad que sufren estas naciones.
Es evidente que todas estas crisis tienen su raíz en las ambiciones de perpetuación en el poder por parte de los gobernantes, que una vez que llegan al cargo se atornillan en él y no permiten que más nadie pueda ocupar ese lugar, como si le perteneciera de manera vitalicia; y también en el ejercicio hegemónico y concentrado del poder en una sola persona. Unos se convierten en dictadores totalitarios y otros en presidentes autoritarios con fachadas democráticas pero que en el fondo persiguen los mismos fines: su eternización en el poder para ejercerlo de forma hegemónica.
Esta situación atenta contra dos de las características fundamentales de la democracia, como lo es la alternabilidad o alternancia en el ejercicio del cargo y contra el pluralismo político; lo cual genera frustraciones en el resto de la sociedad que pueden desembocar en situaciones peligrosas como las que vimos en Egipto, Túnez y Libia.
Ya decía en 1887 el historiador británico John Emerich Edward Dalkberg Acton, más conocido como Lord Acton, que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”; y Karl Lowenstein hablaba del “carácter demoníaco” del poder, y el hecho de que quienes lo detentan tienden a excederse o a abusar de él, por eso la limitación del poder es el centro de su Teoría de la Constitución.
Por esta razón, en muchos países del mundo, todo el que llega a ser Presidente de la Nación no quiere dejar de serlo y se aferran al poder por diversas vías y métodos, afectando gravemente el desarrollo democrático de ese país.
Ante este panorama, debemos voltear nuestra mirada hacia la búsqueda de un modelo político que elimine esta tentación y que garantice la pluralidad política y la alternabilidad democrática, eliminando el caudillismo.
CONSEJO FEDERAL SUIZO |
Es así como encontramos un modelo cuasi perfecto y digno de imitar en Suiza, que a pesar de ser uno de los mejores sistemas democráticos del mundo, paradójicamente es el único país que adopta ese modelo.
Al contrario de lo que ocurre en la mayor parte de los Estados, el gobierno suizo no cuenta ni con Primer Ministro ni con Jefe de Estado permanente.
Desde 1848 el Poder Ejecutivo suizo está compuesto por siete miembros, a los que se denomina consejeros federales y que dirigen cada uno de los Departamentos Federales que existen; y en base a un principio de rotación, cada año, uno de ellos asume la presidencia del país.
Los siete Departamentos Federales, equivalentes a los Ministerios son: el Departamento Federal de Asuntos Exteriores; el Departamento Federal de Justicia y Policía; el Departamento Federal del Interior; el Departamento Federal de Medio Ambiente, Transportes, Energía y Comunicación; el Departamento Federal de Hacienda; el Departamento Federal de Defensa, Protección Civil y Deportes; y el Departamento Federal de Economía.
Esos Departamentos Federales son asignados a los cinco principales partidos políticos suizos, con lo cual se garantiza una verdadera pluralidad en el ejercicio del poder y verdaderos gobiernos de unidad nacional. Siendo las decisiones tomadas de manera consensual y colegiadas.
El consejero federal que cada año, siguiendo un turno de rotación, asume el cargo de Presidente de la Confederación Suiza no dispone de ningún poder adicional respecto a sus colegas; por lo que el presidente es solo un "primus inter pares", es decir, el primero entre sus pares.
Durante el año presidencial, el que está en turno solo dirige las sesiones del Consejo Federal y representa al gobierno en los actos públicos, tanto en Suiza como en el extranjero. En consecuencia, no existe en Suiza, la jefatura de gobierno o de Estado.
Esos consejeros federales no son elegidos directamente por el pueblo, sino por el Parlamento, y la duración de su mandato es de cuatro años. Durante ese periodo el Parlamento no puede obligar a un ministro a dimitir, y el Gobierno tampoco tiene la facultad de disolver el Parlamento.
Por su parte, el Parlamento suizo es el lugar donde se toman las decisiones más importantes; por lo que el “primer ciudadano” del país no es el presidente de la Confederación, sino el presidente del Parlamento, que también dura un año en el cargo.
Dicho Parlamento es bicameral, es decir, compuesto por dos cámaras: el Consejo Nacional (cámara baja), basado en una representación de los cantones proporcional a su número de habitantes, y el Consejo de los Estados (cámara alta), con dos diputados por cantón.
Ambas cámaras se reúnen solo en cuatro periodos de sesiones (uno por cada estación del año), con una duración de tres semanas cada periodo. Asimismo, las cámaras federales son un parlamento compuesto por no profesionales de la política, que cuando no están en periodo de sesiones, la mayor parte de sus miembros ejerce una profesión al margen de la política. Los parlamentarios no reciben un salario sino una indemnización anual.
Al analizar este modelo, observamos que puede ser la cura a nuestros males y el inicio de gobiernos verdaderamente democráticos, al no existir la posibilidad de que una sola persona concentre tanto poder en sus manos, ya que en este modelo no existe prácticamente la figura de Jefe de Estado, sino que se trata de un Presidente solo para fines representativos y de orden administrativo, pero que a su vez es temporal y rotativo. Además de que forma parte de un órgano colegiado plural que toma las decisiones de manera consensuada y no unilateralmente.
Este modelo se puede perfeccionar e implementarle mejoras tales como que en los Ministerios o Departamentos Federales también tengan una cuota de representación los gremios empresariales, de trabajadores y profesionales, por ejemplo y no solo los partidos políticos. No necesariamente tienen que ser siete ministerios, sino que pueden ser un poco más, para que así puedan tener participación más sectores de la sociedad en el gobierno.
En fin, el sistema político suizo, donde además existe una democracia participativa de consulta permanente al pueblo a través del referéndum, constituye un modelo interesante para acabar con los caudillos, dictadores, autócratas y tiranos del mundo que pretenden enquistarse en el poder y ejercer el mismo de una manera hegemónica y absoluta.
Si la crisis la generan presidentes enfermos de poder, entonces hay que modificar la institución presidencial para que ningún presidente se pueda enfermar de poder. De esta manera propongo el tema en el debate político internacional en estos tiempos de ejercicio autoritario y hegemónico del poder.
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