El flagelo más doloroso que ha sufrido la humanidad durante toda su historia es la pobreza. Sin embargo, cualquier economista debería sorprenderse de lo persistente de esta peste sobre todo cuando encontramos que los avances tecnológicos y el capital, son transferibles sin mayores dificultades y la gente alrededor del planeta puede ser entrenada para trabajar con más eficiencia.
Pero si echamos un vistazo por el mundo, nos daremos cuenta que a excepción de Europa, sus ex colonias como Canadá, EU, Australia, Nueva Zelanda y algunos otros países como Japón, Corea, Taiwán, el resto presenta un rotundo fracaso del pobre para abandonar ese infierno. Ese fracaso para crear riqueza está íntimamente ligado a la baja productividad de la mano de obra. En los países pobres los nivel de productividad y capital, tan abundante en los desarrollados, son prácticamente inexistentes. En algunos de ellos se ha llegado al dramático extremo en donde productividad e ingreso per cápita, durante años han estado declinando.
POBREZA EXTREMA |
Se pensaba que el origen de la pobreza alrededor del mundo eran las barreras para el flujo de capitales y tecnología. Sin duda esa era una válida consideración durante los primeros 80 años del siglo pasado. Sin embargo, durante los últimos 20 años muchos países se han embarcado en un esfuerzo para “liberalizar”— privatizando, abriendo mercados a los capitales y al trabajo, reduciendo barreras para el comercio internacional, es decir, se han embarcado en la nave de la competencia. En algunos este proceso ha hecho la gran diferencia provocando crecimiento y aliviando la pobreza. Pero en otros como Argentina, Indonesia, Venezuela etc, el proceso se ha estancado.
Los fracasos en estos países ahora amenazan con regresar la historia a la época del proteccionismo, nacionalismo y control estatal del proceso productivo. Cientos de años de historia nos indican que esta regresión sería fatal para la pobreza, pero los procesos y cambios políticos no son siempre racionales, desafortunadamente, en muchos casos, son reactivos. Las amenazas en contra de la liberalización, aun cuando totalmente erróneas, son predictibles como respuestas a eso fracasos tan vergonzosos como el de la Argentina.
Entonces, la pregunta sigue en el aire: ¿Por qué la pobreza ha sido tan persistente y por qué los esfuerzos para importar desarrollo económico algunas veces han fallado? Enfatizamos la palabra “algunas” puesto que también hay historias de éxito—Los EU y Japón, hoy día dos de las economías más grandes del mundo, eran ejemplos de inestabilidad hasta mediados del siglo XIX. Japón es tal vez la historia más interesante.
Los EU iniciaron como una región poblada, controlada y gobernada por Inglaterra bajo sus instituciones políticas y legales. Es decir, EU es un producto de una nación ya desarrollada. Pero Japón es un ejemplo de creación de riqueza habiendo iniciado de la nada. Lo mismo podemos decir de Corea y Taiwán durante el siglo que acaba de fenecer. Estas historias de éxito se esculpieron sobre libre comercio, grandes exportaciones y la propiedad privada de los medios de producción. Entonces la pregunta no debería ser ¿por qué globalización y liberalización fallan en producir desarrollo? sino ¿por qué “algunas veces” fallan?
Casos de salidas de caballo fino y luego estruendosos fracasos incluyen México, Indonesia, Tailandia, Malasia, Turquía y más recientemente en nuestro traspatio; Venezuela y gran parte de los países en América Latina. El único caso de no solo recuperación sino de corrección de rumbo y desarrollo milagroso, ha ocurrido en Chile. Ahora, cuando los programas de liberalización fallan, lo hacen estruendosamente para convertirse en graves catástrofes como la que vivimos en México durante 1995. Este fenómeno se comporta como una montaña rusa en la cual las caídas son mucho más memorables que las tan ansiada ascensiones.
La respuesta al por qué durante cientos de años la pobreza sigue presente es la misma. Hay toneladas de literatura económica clásica, desde Adam Smith, Mill, Locke y más reciente Hayek, que nos advirtieron del importante papel de las instituciones para que florezca ese fenómeno de la creación de riqueza. A menos de que los países tengan instituciones propiamente construidas, el desarrollo y el “combate a la pobreza” no se pueden dar. No es suficiente privatizar, reducir tarifas o liberalizar los flujos de capital. Debe haber instituciones domésticas que permitan a los agentes económicos producir eficientemente para los mercados mundiales, sin cargar los changos en la espalda que no se lo permiten.
Estas instituciones deben definir y proteger los derechos de propiedad; los contratos deben ser confiables y expeditamente ejecutados; las empresas deben de competir en un campo limpio, parejo y claro—no a través de las conexiones gubernamentales—y los riesgos tomados por individuos y corporaciones deben resultar en sus pérdidas o ganancias, y no en los bolsillos del gobierno si son ganancias, o en pasivos del pueblo si son pérdidas.
En los países pobres los empresarios, la tecnología y el capital disponible de los ricos, no pueden por si solos resolver el problema de la pobreza si las instituciones han sido construidas para sabotear sus esfuerzos. Si los derechos de propiedad no están protegidos, no habrá incentivo para crear activos en esos países puesto que pueden ser robados por ladrones clásicos, o gobiernos tipo Chávez, Morales y Ortega.
Si los contratos no pueden ser confiables los negocios operan en el limbo. De esa forma no solo tienen que enfrentar los riesgos anormales que esos países presentan en mercados inestables, sino también la incertidumbre de si los contratos de hoy se podrán traducir en costos, ingresos, entregas, el día de mañana. Ahora, si la firma no compite en un campo parejo, eficiencia e innovación no son recompensadas. Un empresario que introduce una nueva idea o encuentra usos más productivos del trabajo y capital, se le limitará el usarlos para posicionarse mejor en el mercado. Los clásicos “empresarios estatistas” sabrán que es mucho más ventajoso invertir su tiempo y dinero consiguiendo favores políticos (el rentismo) y usarán el mercado como herramienta política para neutralizar la competencia.
Finalmente, los empresarios estatistas saben que si la apuesta les falla; ahí estará el gobierno mecánico y plomero para rescatarlos, entonces el verdadero capitalismo nunca emerge puesto que los “empresarios” saben que pueden hacer esas apuestas arregladas—águila gano, sello, pierde el pueblo. Esto ha formado una clase empresarial que no tiene noción de lo que es arriesgar prudentemente. Arriesgan todo de la forma más irresponsable sabiendo que las cartas están marcadas, y así nunca se promueve el responsable análisis de la verdadera factibilidad, mucho menos la eficiencia y productividad que resultan de una sana competencia.
Ricardo Valenzuela
chero@cox.net
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