A veces cansa escuchar a tantos que dicen mucho y hacen poco para cambiar el curso de los acontecimientos. Mucho discurso y poca acción. Es interesante tener diagnósticos adecuados, pero mucho mas desafiante es pasar a los hechos, esos que pueden marcar el comienzo de una revolución, de un verdadero cambio con mayúsculas. Algunos están mejor preparados. Esos no tienen perdón alguno. Eligen la comodidad de su presente y condenan a sus hijos a un futuro innecesario, además de elegir lo incorrecto, eso que no dignifica y que solo nos hace transitar sin mas por esta vida.
Espero que el material sirva para leer, porque no polemizar, y en buena hora si se puede reflexionar y difundir.
Un saludo
Alberto
No resulta necesario deambular demasiado para encontrarnos con valientes que se llenan la boca con grandilocuentes discursos, con corajudos de café o audaces de laboratorio.
PURA PAJA |
Los críticos del sistema abundan por doquier. Los encontramos en cualquier parte. Y motivos para estar enojados no les faltan. Los problemas cotidianos son múltiples y todo hace pensar que quienes se conforman, viven otra realidad, o simplemente se han entregado mansamente al destino que perciben como inmanejable.
Pero, a poco de andar, y casi en cualquier ámbito vemos como se reitera aquella fabula conocida en la que todos coinciden en la necesidad de “ponerle el cascabel al gato” y aplauden con fervor y entusiasmo esa decisión. Celebran haber acordado y encontrado la solución, pero ante la siguiente inquietud, esa que plantea quién será el que se ocupará de la cuestión, de tomar la iniciativa, de tener el valor suficiente para protagonizar la ejecución de esa idea consensuada, aparecen los silencios y “cada animalito huye hacia su cueva”.
Es que sobran los que vociferan, pero faltan los que estén dispuestos a hacer la tarea, y sobre todo a tomar esos riesgos, a descender de los privilegios, a abandonar la comodidad del presente y arriesgarse a un futuro incierto.
Y no se trata de pobres o ricos, de sectores sociales diversos, ni mucho menos de mayor o menor cultura general, o acceso a la educación. Es mucho más simple que eso, solo tiene que ver con la ausencia de determinación, con la incapacidad de comprometerse, con un cortoplacismo patológico, pero fundamentalmente con esa indignidad, esa que empuja a recorrer caminos incorrectos, que incluyen humillaciones personales y situaciones que no deberían digerirse con tanta naturalidad.
Queda claro que nos han quebrado, pero también es cierto que nos hemos puesto en situación vulnerable. Privilegiamos cuestiones superficiales y le hemos perdido el respeto a los valores fundamentales. Queda poco decoro y escaso pudor. Hemos dejado atrás la vergüenza para dar paso a un interminable mar de justificaciones, esas que le ponen un manto de piedad a nuestros errores, esas que intentan atenuar la importancia de nuestras equivocadas decisiones como ciudadanos, escudadas en cuanta trampa nos ponen en el camino, como si fuéramos ingenuos personajes de la realidad.
La lucha por la libertad implica sacrificios y para merecerla hay que estar dispuesto a ello. Nunca más exacta aquella frase que le atribuyen a Bernard Shaw que dice “ la libertad significa responsabilidad, por eso la mayoría de los hombres le tiene tanto miedo”
Algunos deberían aprender a tener el tino de llamarse a silencio. Al menos si no van a mover un dedo, podrían tener el buen gusto de dejar de ufanarse de una valentía que no les cabe. La hipocresía del doble discurso ha tomado demasiado vuelo y en sus filas reúne a muchos, demasiados quizás. Tanto pusilánime dando vueltas satura. Es difícil de aceptar que cierta gente, que aparentemente tiene determinadas cualidades que la distancian del promedio, puede dejarse aplastar por el temor, por los miedos. Queda claro que prefieren evitar su responsabilidad cotidiana, ya no como parte de una sociedad, sino como ser humano, como individuo con algo de dignidad.
Estos que hablan en privado como eruditos e ilustrados, bien podrían tener al menos una cuota de recato y dejar de faltarle el respeto a la inteligencia de sus interlocutores, como si ellos no se dieran cuenta de las contradicciones que los rodean a diario.
Alinear discurso y acción no es tarea sencilla. Pero es muy sano entender lo que está pasando, lo que sucede. Estamos como estamos porque hacemos lo que hacemos, y porque hemos elegido voluntariamente, y lo hacemos a diario, dejar de hacer ciertas cosas que podrían cambiar el curso de los acontecimientos.
Vale la pena asumir que lo que nos pasa, tiene que ver mucho con lo que hemos decidido hacer de modo individual. No es casualidad, en todo caso es lo esperable. Los más preparados e inteligentes, los más hábiles y talentosos están en otra sintonía, ocupándose de “lo suyo”. Pues entonces lo que sucede es lo inevitable, lo que se puede esperar cuando se delega poder, se lo concentra en pocas manos y se decide no solo desligarse de la tarea sino del control hacia quienes hemos encomendado esas misiones.
Tal vez cierta obsesión por una forma de transcurrir la vida sea uno de los escollos a vencer. Es probable que cierta mirada sobre el éxito nos esté nublando la vista y hayamos perdido el norte. “Intenta no volverte un hombre de éxito, sino un hombre de valor” reza cierta frase de Albert Einstein. Por ahí lo que sigue faltando es coraje, valentía, e inteligencia en un sentido más amplio.
Mientras los mejores sigan “durmiendo la siesta”, y los más aptos insistan en la teoría de que esto se resuelve cuando “otros” o “alguno” tomen la posta, estaremos girando en círculos, volviendo al principio de tanto en tanto, para permanecer indefinidamente en este pantano plagado de lo peor de nosotros mismos.
La historia se repite y casi nada nos hace pensar que podamos revertir la inercia que estamos recorriendo. Al menos no, mientras siga vigente el predominio de los pusilánimes.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
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