lunes, 21 de febrero de 2011

PUEBLOS EN REBELIÓN. REPORTE SEMANAL – INFOPOLÍTICA. SEMANA DEL DOMINGO 13 AL SÁBADO 19 DE FEBRERO DE 2011. ANALÍTICA PREMIUM. ALFREDO MALDONADO

Las rebeliones del las masas populares son parte de la historia; y en los países musulmanes esa historia está renaciendo

LOS TIRANOS SE EQUIVOCAN

La sucesión de rebeliones populares en el Medio Oriente ha venido demostrando dos viejas verdades. Una, que cuando los pueblos se deciden a actuar, hay que matarlos para frenarlos. La otra, que matar a los pueblos no es fácil ni siempre da resultados, mas bien al contrario.

Fue el pueblo quien se rebeló, no grandes líderes en particular (aunque seguramente había dirigentes naturales y dirigentes entrenados mezclados entre la masa de manifestantes), ni los generales, ni siquiera los comacates egipcios los que actuaron, ni se produjo una desobediencia a ningún “Plan Ávila”. Y como ha dicho más de una vez Rafael Poleo, al final los militares salieron a dirigir el tráfico.

Lo harán con mano dura, pero comprensiva, no está la masa egipcia para bollos militares, y el pueblo va a seguir pendiente de las viejas y polvorientas calles egipcias.

Pero los militares egipcios asumieron una posición de –digamos- complicidad y de no involucrarse, le dijeron al gobierno “resuelve tu y nosotros nos encargamos después”. Encargarse después significa que consciente o inconscientemente están permitiendo que las cosas cambien más. Están permitiendo que transcurra el tiempo necesario para que los partidos políticos se organicen ahora sin la garra de Mubarak alrededor de sus cuellos, y que los Hermanos Musulmanes puedan convencer a más egipcios de que no son fanáticos islamistas, sino musulmanes religiosos y democráticos dedicados a ayudar a los más pobres en nombre de Dios, las enseñanzas del Profeta y la guía del Corán. De ahora a dentro de pocos meses, el primer trabajo de los militares en el poder será mejorar las condiciones económicas de los egipcios, origen real de todo el problema que no es asunto fácil en un país que vive fundamentalmente del turismo.

En unos meses, con estas circunstancias, las cosas van a ser muy diferentes en Egipto, y eso va a cambiar todas las delicadas relaciones entre Estados Unidos y Egipto, entre los dos e Israel y en general en el entramado de gobiernos musulmanes monárquicos o tiránicos. Va a ser un año interesante en el Medio Oriente, pero esta vez, aunque los precios reaccionen especialmente por temores y percepciones de los especuladores en Nueva York y particularmente Londres, el nombre del juego no es ni será petróleo, sino pueblos hartos.

MEDIO ORIENTE 1939
Diferente es la realidad en dos países de los llamados duros; uno de esos gobiernos, Irán, percibe la peligrosidad del pueblo en la calle; el otro, Libia, falto de práctica en política comprensiva de los derechos de los pueblos, está disparando balas y dando palos de ciego. El resultado es el mismo, ambos gobiernos están reprimiendo con ferocidad, están cerrando toda puerta a negociaciones de cualquier tipo que no sea el sometimiento total.

HAY DOS DIFERENCIAS IMPORTANTES QUE HAY QUE TOMAR EN CUENTA.

El actual gobierno de Irán tiene un origen democrático  -¿le suena conocido?- y un fuerte respaldo de dirigentes religiosos con poder; el gobierno libio es una tiranía militar alrededor de un líder carismático –que ha venido perdiendo ese carisma a medida que ha envejecido él, controlando a nuevas generaciones libias que no recuerdan para nada los tiempos de jefes beduinos- y su única legitimidad de origen es la rebelión militar, hace medio siglo, que substituyó un rey absolutista e indiferente respecto a las necesidades de los más pobres, que eran la inmensa mayoría, por el crecimiento alrededor de un dictador demagógico y populista que hizo del desierto y del pasado beduino un escenario y del aprovechamiento de la Guerra Fría un campo de acción. El régimen iraní, más o menos, se renueva; el libio no, hasta ahora.

La otra diferencia que hay que tomar en cuenta, es la de origen. Los libios, como los marroquíes, algerianos y otros, son musulmanes árabes. Los iraníes son musulmanes persas, que no es lo mismo. Con la excepción de Egipto –que no son ni árabes ni persas, son egipcios por encima de las mezclas- y de Irán, hay poca historia más allá de las leyendas del desierto, de tribus que se mataban entre ellas, de orgullos fatuos pero ancestrales –acuérdense de la historia y las marramucias de Lawrence de Arabia-, de monarquías sin historia de origen propio –árabes sauditas, varios micro estados del Golfo y Jordania nacen gracias a los intereses (o torpezas) de los ingleses.

Los palestinos y los israelitas también nacen como países actuales de una arbitrariedad inglesa para quitarse de encima un problema, los judíos, de quienes los europeos querían deshacerse; después de todo, Hitler y los nazis fueron los más brutales e inmorales perseguidores y asesinos de judíos, pero no los únicos ni los primeros. Los europeos –todos- tuvieron a los judíos del timbo al tambo por 2.000 años, y la persecución, el maltrato, la confinación a ghettos, el desprecio y el odio, fueron parte de la historia de los judíos en Europa desde que los romanos al mando de Tito –luego emperador- los sacaron de su país.

En Palestina musulmanes palestinos y judíos palestinos vivían tranquilos, hasta que los ingleses, con el respaldo y el alivio de Estados Unidos y Europa, les informaron que de repente su país quedaba dividido en dos partes, de aquí para allá es de los judíos que estamos dejando venirse desde Europa, y de allí para acá es de los palestinos musulmanes (los palestinos judíos tuvieron que irse con los judíos que venían de Europa, no por ser palestinos sino por ser  judíos). Casi de inmediato la decisión se convirtió en una motivación política para los dirigentes árabes –que tampoco fueron consultados- para armar un escándalo, recordar las glorias de Saladino y convocar a una guerra según ellos santa.

A nadie –entendiendo por nadie tanto las potencias propietarias de grandes empresas productoras de petróleo como las potencias grandes consumidoras de petróleo baratísimo, necesariamente coincidentes- le convenía un Medio Oriente petrolero con unos árabes desordenados y predominantes. Ayudaron a los judíos a defenderse y los judíos, muchos de los cuales además venían de tener experiencia de combate moderno terrestre y aéreo en la todavía reciente segunda Guerra Mundial, no sólo se defendieron, sino que ganaron la primera de varias guerras relámpago que desde entonces no han dejado de ganar.

Sobre el orgullo herido de los países musulmanes árabes del Medio Oriente, se irguieron las rebeliones militares de los coroneles de Egipto –Naguib, primero, militar militar y Nasser casi inmediatamente después, militar político- y de los coroneles de Libia –Ghadaffy & partners- que levantaron dos banderas que, en esos momentos, eran emocionantes para las masas musulmanas: la liberación de monarquías corrompidas, decadentes y políticamente estúpidas pues estaban alejadas de sus pueblos, y reparar la ofensa de las derrotas ante los judíos –derrotas que obviamente involucraban al Occidente, blancos cristianos, y particularmente a los Estados Unidos, el siempre recurrido “imperialismo yanky”. Sobre este escenario se montaron los soviéticos –recordemos que eran tiempos de la Guerra Fría- y buscaron influencia, y causar un nuevo problema a Washington y la OTAN, dando armas a los militares árabes, que cayeron en el error de creer que la diferencia en combate estaba en los jets y los tanques rusos y los jets y los tanques norteamericanos y franceses, y no en las personas que los usaban. Fueron una y otra vez derrotados –los árabes y el orgullo de la República Árabe Unida y Saladino siguió enterrado en sus remotas arenas.

Con olfato político, Nasser deja de llamar a Egipto simplemente Egipto, y lo renombra República Árabe Unida, en busca de convertirse en líder de todos los árabes, objetivo logrado en teoría pero nunca en la práctica. Ghadaffy, que lo único que tenía en Libia era petróleo y arena, y un ejército que no se comparaba con el egipcio y mucho menos con el israelí, se inventó una revolución “verde” y le cambió el nombre a Libia por el de república también árabe pero más pomposa y socialista (para diferenciarse de los imperialistas), “Gran República Árabe Libia Popular y Socialista” (“Al-Yamahiriyya al-‘Arabiyya al-Libiyya ash-Sha’biyya al-Ishtirakiyya al-‘Uzmà”, para los detallistas, aunque faltan varios acentos que no tenemos en nuestro teclado) y después se afilió a la República Arabe Unida, aunque la unión no duró mucho.
Ghadaffy se dedicó a apoyar al terrorismo, lo cual terminó por causarle problemas económicos y hasta un bombardeo estadounidense, mientras Nasser se dedicaba a clamar por la unidad árabe.

Desde entonces, Nasser obtuvo una victoria discutible (en realidad fue un enfrentamiento entre europeos del cual el ganador fue Nasser) al quedarse con el para entonces estratégico Canal de Suez, que terminó convertido en una fuente de ingresos para el gobierno de El Cairo, pero jamás pudo derrotar a Israel y finalmente se murió sin calzar las sandalias de Saladino; fue sustituido tras su muerte tranquila por su hombre de confianza, el también militar Anwar el Sadat, que tuvo la inteligencia de aceptar un acuerdo con Israel, presionado por Estados Unidos y sabedor de que militarmente jamás iba a poder derrotar a los israelitas, con lo cual quitó un peso a su gobierno hasta que fue asesinado por un extremista musulmán –suicida, por supuesto- y relevado por su militar de confianza Hosni Mubarak, quien tuvo la prudencia –como ahora la están teniendo los militares que lo han relevado en el poder- de respetar los acuerdos internacionales incluyendo los que garantizan un status quo de tensa paz con Israel.

El problema es que toda esta historia es la de medio siglo en la cual poco o nada ha cambiado para los pueblos musulmanes, egipcio y árabes. Siguen estando olvidados, confinados a sus barrios, relegados a servir por poco dinero pero no a participar. Tres jefes en Egipto y toda una revolución en Irán/Persia, mientras en Libia sigue el mismo coronel y en las monarquías árabes las mismas familias mandando.

En Irán/Persia la monarquia prooccidental de la primera parte del siglo XX fue un invento de europeos y especialmente estadounidenses en defensa de una importante fuente petrolera. Nunca entendieron que el padre del Sha había sido un tirano militar y su hijo un rey absolutista y militarizado inventado y que ambos Pahlevi, a su vez, no tenían relación con el pueblo iraní, mientras los dirigentes religiosos, como los párrocos y obispos venezolanos, sí tenían esa relación. El del Sha Reza Pahlevi, con todo su esplendor de revistas del corazón y su gran poderío militar, fue un régimen incompetente que supo perseguir brutalmente a la oposición pero no fue capaz de impedir que los encendidos mensajes del líder religioso exiliado en París, Ruhollah Jomeini, enviados en cassettes, llegaran a la estructura religiosa y a través de ella al pueblo.

Hasta que, como en Egipto, el pueblo terminó en las calles y el poder  militar y el esplendor del Sha se desmoronaron y el poder quedó en manos de la única organización estructurada, prestigiosa y confiable para las masas iraníes, la religiosa comandada y ejercida por ayatollahs y mullahs (para ponerlo en católico, aunque no sea tan exacto, obispos y párrocos). Por eso siguen, porque la organización religiosa sigue siendo fuerte y bastante unida, porque el poder de Mahmoud Ahmadinejad, un político seglar, depende de la jerarquía religiosa y de un líder religioso que es el jefe máximo, sucesor de Jomeini, actualmente Alí Jamenei.

De manera que en Irán hay el recurso adicional –lo cual debe tener nervioso a Ahmadinejad- de que si las cosas se ponen delicadas y fuera de control, la jerarquía religiosa siempre podrá recurrir, por la paz y en nombre de Dios, del Profeta y del Corán, a aceptar la voluntad del pueblo y sacar del poder a Ahmadinejad, quien como Presidente de la República Islámica de Irán no es más que un administrador del poder confiado por esa jerarquia; que eligió a Jamenei, y mañana puede elegir a otro, dicho sea de paso. A Irán hay que verlo y analizarlo con ojos distintos al resto del Medio Oriente, empezando por una fuerte base religiosa que no tiene Ghadaffy.

En Egipto Mubarak cometió el error de no abrir a tiempo (o sea, hace años) el puño para permitir una república más o menos parlamentaria con visos de libertad democrática, y al final cometió el segundo error al no entender a tiempo que ese tiempo se le había acabado. Los militares egipcios, que como los militares de todas partes son disciplinados y rígidos, pero conviven con esposas, hijos, hermanos, amigos y vecinos que forman parte de la comunidad civil, entendieron que no tenía sentido ir a la calle por ese dictador y dejaron que las cosas siguieran su curso. Si el pueblo se echaba para atrás, o se diluía, y Mubarak seguia en el poder, ellos seguían bien porque no se habían rebelado; si Mubarak se desplomaba y se iba o moría, ellos quedaban bien porque no se habían manchado las manos con sangre del pueblo ni la dignidad institucional  con represión a los egipcios. Y allí están ahora, mandando, esperando a ver qué pasa en los próximos meses, con el cambio de constitución y elecciones populares y el gran problema por delante de que el pueblo sienta que su situación económica empieza a mejorar.

En la Gran República Árabe Libia Popular y Socialista, quizás esté pasando  que, como le pasa a los dictadores de mucho tiempo, el coronel Ghadaffy no se lo cree y está cometiendo el error de enfrentar a su pueblo –ese mismo que no recuerda ni le importan mucho las leyendas del desierto y que quizás las descubra vía internet- y de permitir que unos militares, menos inteligentes que sus colegas egipcios, disparen. Al momento de redactar este Informe, iban, según informacion via CNN, más de 200 muertos en 48 horas, que es mucha sangre y mucha violencia.

Mientras a Ghadaffy le incendian en Trípoli, Bengazi y otras ciudades, la famosa tienda con la cual ha tratado de hacerse pasar por tradicional jeque beduino, el mismo tipo de pueblo se lanza a las calles en Bahrein –pequeño país con monarquía rica y pueblo pobre- y, aún más llamativo, en Argelia y Marruecos, república autoritaria montada sobre poder militar la primera, monarquía pedante y millonaria la segunda. En Yemen, también dictadura militar, el pueblo lleva nueve días en las calles, mientras en Jordania, también monarquía inventada y de escasa historia, pero con un monarca mejor prepararado y con pensamiento joven que  parece haberse adelantado a los reclamos y estar tomando medidas.

Podría decir uno –sin ánimo de internacionalista experto, que no lo somos- que hay ya un antes y un después en el mundo árabe y posiblemente en todo el islamismo. Si Ghadaffy se salva, que en este momento casi parece un difícil milagro, va a tener que, o cambiar ciento por ciento, con lo cual perderá su poder, o gobernar con puño aún más duro y armado, con lo cual sólo logrará correr la arruga y terminar perdiendo el poder. El fantasma de Mussolini fusilado por partisanos y después colgado de los pies y escupido, anda flotando por la Libia que una vez invadió.

Pero con un Egipto en proceso de cambio hacia una democracia, una Libia en sea lo que finalmente sea sin Ghaddafy, un Maruecos con una monarquía presionada y luchando por su propia supervivencia, una Jordania que posiblemente dé un paso importante hacia un rey con menos poder, muchas cosas van a cambiar. Incluso ya se hablaba, en esta madrugada caraqueña, de militares libios que en Bhengazi empezaban a sumarse a los manifestantes. Si es así, y si ya hay en manos de los rebeldes tanques y armamento, y si Ghaddafy sigue atrincherándose en Tripoli, entonces en vez de nuevo gobierno y democracia, podría caerse en guerra civil y, en tal caso, no les extrañen intervenciones de los gobiernos que ustedes saben.

Y no pierdan de vista a Siria.

Elaborado por: Alfredo Maldonado

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