El petróleo no puede seguir financiando quimeras inalcanzables, haciendo retroceder al país mientras el resto del mundo progresa.
Los voceros del oficialismo han insistido en promover un debate sobre las bondades y desventajas del socialismo y el capitalismo en el marco del inusual esfuerzo mediático y propagandístico -por llamarlo de alguna forma- en que ha trastocado el régimen la obligación constitucional de rendir cuentas al Poder Legislativo y a la nación de su actuación anual. La propuesta luce extemporánea y además fuera de lugar, pues una discusión sobre este tema debería realizarse en un ambiente como el académico, más propicio para la contraposición de las ideas, y no en el Parlamento, cuyas funciones de legislación y control no pueden ser soslayadas para hacer propaganda. Nadie niega la utilidad de semejante discusión, aun cuando los ejemplos de los fracasos y realizaciones de ambos sistemas sobran, pero no pareciera urgente ni necesario desviar la atención del legislativo en un esfuerzo de dudosa utilidad y conveniencia, cuando tiene otras tareas más importantes.
Lo que sí parece oportuno, impostergable e insoslayable es fomentar un amplio debate sobre el desconsolador hecho de que muchos defensores y detractores de ambos sistemas sigan pensando que éstos pueden funcionar eficientemente, sin enfrentar los cambios necesarios ni emprender verdaderas políticas de desarrollo, siempre que se sustenten en el ingreso petrolero.
Oportuno, porque los venezolanos esperamos recibir ideas claras de cara a la próxima elección presidencial, en la que una mayoría creciente anhela no solo un mero cambio de figuras, sino la aplicación de planes concretos para enderezar el rumbo y encaminar al país por una senda de progreso efectivo y real. Los partidos y dirigentes políticos de la unidad democrática deben dar a conocer oportunamente sus propuestas concretas mínimas, frente a la ya conocida oferta gubernamental de continuidad y profundización de sus planes.
Impostergable e insoslayable, porque el país no puede continuar en la senda suicida de pretender que cualquiera de los dos sistemas puede sostenerse, prácticamente de manera exclusiva, en los ingresos derivados de la exportación de petróleo. Ningún país ha logrado desarrollarse exclusivamente sobre la base del usufructo de un recurso natural no renovable y parece muy improbable que seamos la excepción.
Los venezolanos tenemos que abrir los ojos y comprender que cualquier disparate que se nos ocurra poner en práctica, llámese socialista, capitalista, de izquierda, de derecha o de centro, que se apuntale casi exclusivamente sobre los ingresos petroleros para poder funcionar, es inviable en el tiempo y seguramente letal a largo plazo. Tenemos que entender y aceptar que solo generando una economía productiva, eficiente y competitiva podremos desarrollarnos e insertarnos exitosamente en los mercados globales. Hay que abandonar la mentalidad y el comportamiento rentistas que nuestros gobernantes y nuestros educadores nos han inculcado desde la cuna, haciéndonos creer que somos un país inmensamente rico y que por ello merecemos todo sin trabajarlo. El petróleo no puede seguir financiando quimeras inalcanzables, haciendo retroceder al país mientras el resto del mundo progresa. El papel del petróleo en la economía y el desarrollo del país, del cual dependemos peligrosa e insensatamente cada vez más, debe revisarse a la luz de lo que han hecho países como Noruega, Holanda, Kuwait y otros, para beneficiarnos de sus experiencias y dejar de persistir en el error. Ese es el verdadero debate que necesitamos.
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