lunes, 7 de febrero de 2011

EL ANTI-CAPITALISMO. MANUEL F. AYAU

«Toda la gente sabe» que para producir los alimentos, la ropa, la comida y el «tiempo libre» (para disfrutar de lo espiritual, la cultura y el deporte o el descanso) son necesarios el trabajo y la tierra.

«No toda la, gente sabe» cuál es el otro factor de producción, pero aún en los países socialistas lo saben, al reconocer que también se necesita el capital. En Rumania, según me decía un ex ministro de Finanzas, se capitaliza el 30% del producto nacional bruto, (PNB). Es decir, que el 30% de todo lo que se produce es invertido en capitalizar el país.

Es curioso, entonces, que en los países no socialistas, donde normalmente se capitaliza un 15 o 20% del PNB, el capital sea atacado, amenazado, ahuyentado, tasado progresivamente y vilipendiado constantemente. Es más, quien no se constituye en agresor del capital es considerado como persona amoral, carente de sensibilidad social.

El popular concepto «justicia social», no es más que un término disfrazado para atacar al capital, palabras de aparente carácter humanitario, tras las que se oculta un objetivo real: quitarle a unos para darle a otros; quitarle a los «ricos» para darle a los pobres.

En los países socialistas, la razón por la que no se puede hablar así es porque allí, «el rico» solamente es uno: el estado. Todo el capital es suyo por mandato y lo obtiene coercitivamente, a la fuerza. Lo conserva, también, por la fuerza y los ingresos que percibe son el resultado de la continua expropiación, de todo aquello cuanto los ciudadanos tengan o produzcan, por encima de un nivel de subsistencia. La función que el capital pueda cumplir, ya sea sirviendo o no sirviendo bien a los consumidores, es un factor que no se tiene en cuenta.

El capital no es una cantidad de dinero que alguien posee. El capital es todo aquello que hace fructífero el esfuerzo e ingenio humanos: (camiones, tornos, tractores, fábricas, conocimientos, etc.).
El capital genera abundancia. El capital es todo aquello que nos deja tiempo libre, que nos evita trabajo. Una bomba hidráulica, que lleva agua a un pueblo, libera a los que allí viven del trabajo de subir el agua en cubetas. El tiempo y el trabajo así «economizados», permiten a las personas ocuparse de otras cosas que antes no hubieran podido atender, porque, como en el caso citado del agua, ésta representaría una necesidad de más urgencia, de mayor prioridad.

Capital son los camiones que llevan la comida a la ciudad, lo que libera a miles de personas del trabajo de tener que acarrear «a cuestas» la comida; lo que permite que las distancias no representen obstáculos y por consiguiente, que las personas puedan elegir dónde habitar, sin verse forzadas a tener que vivir en las cercanías de donde se cultiva y siembra la comida; lo que permite la existencia de las ciudades, lejos de los focos de producción.

Capital son los tractores que liberan a miles de gentes de la tarea de cultivar a mano, dejándoles tiempo para dedicarse a otras cosas de menor prioridad. Si no hubiera tractores para la construcción de carreteras, tendríamos unos pocos caminos de tierra, como los que existían antes. Sería de tal magnitud el esfuerzo social invertido por cada kilómetro de carretera, que no sería posible cubrir mayores extensiones, Asimismo, careceríamos de todos los productos que se hicieron realidad, gracias al tiempo liberado por los tractores.

Y el capital no es consecuencia de su costo, en otras palabras, el costo de un bien no garantiza; su valor inherente; un bien no es capital en sí. De esta manera, una bomba. de agua deja de ser capital en cuanto surge un método más económico para hacer circular el agua. Una fábrica de chicotes para carruajes deja de ser capital en cuanto surge el auto con motor mecánico. Una fábrica de candelas deja de ser capital en cuanto hay electricidad. El capital sólo es capital en tanto que produzca alguna satisfacción que los consumidores consideren valiosa.

Ningún factor contribuye tanto al bienestar de un pueblo como el capital. Ningún factor eleva la productividad, como el capital. ¡Imagínese el lector lo que pasaría, si por ley o por arte de magia, perdiéramos todo el capital, Ya no habría, no digamos imprentas, ¡no habría ni papal en qué escribir! Tendríamos la preocupación por cubrir necesidades inmediatas y. en eso gastaríamos toda nuestra energía. El capital libera a las personas de tener que producir bienes de prioridad mayor, para poder dedicarse a prioridades menores.

Nótese bien; un mayor grado de bienestar consiste en poder disponer y disfrutar de cosas menos indispensables, más «superfluas»; cosas de menos prioridad.

Quien posee y disfruta sólo de lo más indispensable, es pobre. Existe una relación directa entre el nivel de vida de un país y su consumo de bienes no-indispensables. A medida que un pueblo posee más y más cosas «superfluas», más alto es su nivel de vida.

En ocasiones en que he aseverado lo anterior; he notado u‘n desagrado evidente entre personas que hacen alarde de su preocupación por «los pobres». Tal reacción seria un campo de investigación muy fecundo para algún psicólogo.

Recientemente, en las discusiones públicas sobre el impuesto a las «ganancias excesivas» se puso en evidencia el prejuicio que existe en contra del capital. El hecho de que el índice principal que refleja el grado de progreso de un pueblo, sea precisamente el capital invertido per cápita, parece ser absolutamente desconocido.

Se dice que el capital se obtiene a base de la explotación de trabajadores y consumidores. (Esta aseveración es cierta solamente en los casos que se usa coerción). Sí así fuese, el remedio lógico para acabar con. la explotación, consistiría en hacer respetar el derecho de los trabajadores y los consumidores, mediante la eliminación de cualquier método ilícito si lo hubiera de ejercer coerción sobre estas personas. Claro está que, no se pueden prohibir «las condiciones dadas» del trabajador, las cuales, se aduce, son las que- permiten salarios bajos, porque suceder que esas condiciones son el problema en al y éste no se resuelve prohibiéndolo. 

Qué fácil, sería decretar: SE PROHIBE LA POBREZA.

No, es aquel que paga un salario «bajo» el culpable de que los reformadores sociales no paguen un mejor salario. Generalmente los más vociferantes defensores del trabajador pagan los sueldos más bajos.

¿Por qué es que se pagan tan bajos salarios en los países socialistas europeos y en los asiáticos, como en la India, cuando podrían pasarse leyes subiéndolos? La razón no es la explotación; es la baja productividad, la baja tasa de capital invertido per cápita. No hay otra causa.

En los países socialistas nadie se atreve a hablar en contra de la capitalización, porque el capital es del estado; porque no le pertenece a persona particular alguna.

En los países no socialistas el capital es de particulares. Allí se usa más eficientemente porque para conservarlo, el dueño tiene que satisfacer deseos ajenos, independientemente de su intención.

Se trata de producción en masa, para las masas. No tendría sentido el producir en masa para elites económicas. Debe el capital ser usado eficientemente, porque la guía para su inversión es el plebiscito diario del mercado, donde se manifiestan las prioridades de todos, donde democráticamente, el pueblo escoge quién le sirve mejor. Es esa persona, la que por su habilidad sirve satisfactoriamente a los consumidores, quien se convierte en capitalista. Si ese mismo capitalista dejase de usar los recursos debidamente, perdería su capital.

En los países socialistas, cuando el capital es mal invertido, las consecuencias no son sufridas por nadie en particular. El error es «colectivo». El empobrecimiento es «colectivo».

Parece ser que todo el ataque dirigido al capital en los países no socialistas, se debe a que éste pertenece a personas particulares. Y si así es el caso, la tendencia socializante se explica claramente por una característica muy humana y muy destructiva: LA ENVIDIA.

Tomado de la Revista de Noticias del Diario El Gráfico en su edición del domingo 30 de junio de 1974.
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