sábado, 8 de enero de 2011

FATUM. JURATE ROSALES

Chávez gobierna bajo el signo de la fatalidad, el FATUM romano que empuja la persona a su propia pérdida. Los venezolanos, menos crueles, lo llaman La Pava. Destruye a su país, a su pueblo, terminará destruyéndose y pareciera que no puede escapar de una maldición que lo llevó a despilfarrar en una década un capital de popularidad y dinero como nunca se ha visto antes en la Historia moderna.
 Fatum. En la mitología romana era el destino, la fatalidad. Una maldición que empuja a su víctima a un final trágico, por más que ella haga esfuerzos para escapar de lo que ya está escrito.

    Cuando empezaba la primera década del 2000, Hugo Chávez lo tenía todo. Una popularidad abrumadora, unos ingresos fabulosos y un discurso que prometía a los venezolanos una época de prosperidad y felicidad. Ni siquiera necesitaba mucha capacidad administrativa ni hacía falta rodearse de genios: le hubiera bastado seguir desarrollando el plan de expansión de PDVSA que ya existía (para el 2011 Venezuela hubiera tenido la prevista capacidad de producir 8 millones de barriles diarios) y dejar que todas las demás ramas del gobierno funcionen aprovechando aquellos enormes recursos para transformar al país en un magnífico ejemplo de superación y no sólo alcanzar, sino superar el Primer Mundo, colocándose a la par de Noruega, que sí lo hizo y es considerada el paraíso de los trabajadores.

    Termina la década, surge la pregunta: ¿qué pasó? Fueron despilfarrados 950.000 millones de dólares en diez años. Si los dividiéramos por los casi 30 millones de habitantes de Venezuela, esto significaría que a cada venezolano le tocaba disfrutar del equivalente a 31.666 MILLONES de dólares en diez años. Insisto en la cifra millonaria,  porque son 3.166 MILLONES de dólares anuales por persona, que cada venezolano debía haber recibido en la forma de mejoras en su calidad de vida y a su vez, en educación, inversiones, incentivos que le hubieran permitido ser productivo para agregar aún más a su bienestar.
     Hoy, a diez años de la bonanza, no queda nada hecho, nada invertido, nada conseguido y por el contrario, hay un país endeudado no solamente por los años venideros, sino por décadas, puesto que hasta lo poco de petróleo que todavía produce, ha sido entregado ya a China, a futuro por muchos años. Queda una población empobrecida, carente servicios elementales como la luz eléctrica, vivienda cómoda, vialidad y que pronto, por los vientos que soplan, no tendrá comida.

El Fatum en acción

      Venezuela es un país fabulosamente rico, bendecido por la naturaleza. De no haberle destruido PDVSA, Venezuela seguiría siendo un país rico y todavía algo de petróleo – en forma muy disminuida – PDVSA produce.
       Cuba es una isla pequeña, carente de riquezas naturales, sometida a un dictador cuya única meta es permanecer en el poder. Fidel Castro tomó el poder por la vía armada, a manera de golpe militar guerrillero y de inmediato, buscó quien lo mantenga.

       En enero de 1959, Fidel era el guerrillero que meses antes había derrocado a un dictador y Rómulo Betancourt era presidente electo de Venezuela (todavía no se había encargado de la presidencia). Fidel Castro viajó a Venezuela para exigir petróleo, explicando que era la única manera que tenía su gobierno de sobrevivir. Betancourt le contestó que ese petróleo no era para regalarlo. Era para Venezuela y los venezolanos.

       Ante la negativa venezolana, Fidel Castro viajó a Estados Unidos en un esfuerzo de conseguir el patrocinio de Washington. Allí le alcanzó su hermano Raúl, quien era entonces alumno privilegiado en la policía secreta de la URSS y ocurrió un famoso pleito a gritos en el hotel donde Fidel se hospedaba. El objeto del pleito era a dónde arrimarse mejor. Al final, ante la negativa norteamericana, a Fidel no le quedó como solución sino el patrocinio de la Unión Soviética, al elevadísimo precio de sacrificar a los cubanos no sólo en su calidad de vida, sino como carne de cañón en África. Fidel, cuya ideología se adaptaba a las circunstancias, se quitó el crucifijo que enarbolaba en la Sierra Maestra, empuñó la hoz y el martillo e instauró el comunismo en Cuba.

        Al declinar el patrocinio soviético, Castro buscó desesperadamente otro buen árbol para arrimarse. Existe la relación de los avances diplomáticos que intentó con Felipe González en España y con François Mitterand en Francia, donde el intermediario en París fue un amigo personal de Castro, el ministro francés Régis Debray. Los esfuerzos fueron vanos. La URSS se desmoronaba y a Fidel, los gobiernos socialistas europeos no lanzaban un cabo.

     Con la caída del muro de Berlín la situación de Castro se hizo insostenible y es cuando apareció Hugo Chávez. Era la víctima perfecta, con tal de seguir fomentando en él sus particulares fijaciones mentales de un liderazgo continental y, ya que a eso vamos, ilusionarlo hasta con un liderazgo mundial. Poco importaba que por esos sueños de grandeza faraónica, Venezuela se desangrara distribuyendo en el mundo sus riquezas – y las de su pueblo -, con tal de que lo grueso del desagüe se canalizara hacia Cuba. Al dominar a Chávez sobre la base de una fantasía de Hugo, los Castro consiguieron prolongar su dictadura una década más.

El último recurso

       Lo que hubiera sido un plan racional de Fidel Castro a favor de su régimen dictatorial, se descarriló por lo irracional del pupilo. Eso de despilfarrar casi un mil de miles de millones de dólares en el mundo, creyendo que con eso se erigiría como el nuevo Mesías universal, resultó en lo que era: locura total.

       El capital inicial de Hugo Chávez en el 2000 era tan escandalosamente cuantioso en popularidad y dinero, que necesitó una década entera para agotarse y para que los venezolanos –sobre todo los pobres que estaban encandilados -se percatasen de que su país está destruido, el dinero se acabó, el petróleo no da más y en diez años no se construyó ni se mejoró nada.

        Lo que queda ahora – y en eso al régimen cubano le va la vida – es amordazar y someter a los venezolanos de la misma manera como Fidel Castro, con el asesoramiento de la URSS, logró someter y amordazar a los cubanos.

          Venezuela y los venezolanos es lo que menos importa – que a Fidel nunca le importó- , porque se trata de un asunto de vida o muerte para la dictadura cubana.

El horrible papel de las focas

      La atropellada carrera para imponer a Venezuela por la vía legislativa el paquete comunista, llenará con su descripción páginas de los manuales de Historia por décadas y siglos, hinchándose su importancia a medida que pasen los años y se adquiera la perspectiva que ofrecen los acontecimientos desencadenadores de grandes eventos. Unos extraños diputados mudos y ciegos, se prestan a la farsa de aprobar en minutos y sin leerlas, leyes de 250 o más artículos en materias tan vitales como el sistema de gobierno (Ley del Poder Popular, Ley de la Controlaría Social, Ley de Planificación Pública y la Ley de Comunas), los medios de comunicación (Ley de Responsabilidad Social de la Radio y Televisión), los Derechos  Humanos (Ley de Cooperación Internacional que cercena el financiamiento de las ONG), el sistema económico (Ley del Sistema Económico Comunal, la Habilitante al Presidente de la República) y la educación (Ley de Universidades). Esos diputados que sin procedimiento legal alguno aplauden y votan a favor del paquete comunista, tendrán sus nombres colocados en aquellas páginas de la Historia. Al igual que después del período nazi, cuando los hijos y nietos de los líderes hitlerianos buscaban cambiarse el apellido, los hijos y nietos de esos diputados cargarán para siempre con un peso que marcará sus vidas, porque el  “paquete de leyes” que hoy se aprueba será la semilla de sangrientas convulsiones de resistencia, pasiva y/o activa, de las que seguramente nacerá una Venezuela distinta y nueva.
 ¿Cuánto tiempo durarán los dolores del alumbramiento?  Es la gran incógnita. Pero su semilla se habrá sembrado en este fatídico mes de diciembre que cierra la década.

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