La oposición venezolana mostraba caras de alegría la semana de Año Nuevo, a pesar de que a los diputados que eligió en la contienda parlamentaria de septiembre de 2010 los han tratado de reducir a escombros y les han anulado sus funciones legislativas por los próximos 18 meses, vía ley habilitante.
El Presidente Chávez ordenó a su bancada que “triture” a los opositores y basta mirar las matemáticas del régimen para comprobar que así ha ocurrido.
La oposición obtuvo la mayoría de votos (52%), pero el oficialismo se quedó con el 59% de las curules, el control del 73% de las comisiones permanentes y el 100% de la directiva de la Asamblea Nacional.
Se subraya así el hecho evidente de que lo que está en juego no es el equilibrio de la escena política, sino la lucha por el poder, que alcanzará su punto culminante en diciembre de 2012, con la elección presidencial. Es por ello que el acto de juramentación de los nuevos diputados fue, en síntesis, una competencia por demostrar de qué lado está la mayoría. Los 98 diputados oficialistas gritaban “somos mayoría con Hugo Chávez Frías” y los 67 de oposición mostraron un cartelito que recordaba su 52% en votos.
Nuestra última encuesta nacional de opinión pública, por cierto, muestra a fines de noviembre pasado que el 47% de los venezolanos pensaba que la oposición había ganado las parlamentarias, mientras el 41% pensaba que las había ganado el oficialismo. La misma encuesta nos dice que si se hubieran realizado las elecciones presidenciales en ese momento, un 35% hubiera votado por Chávez y un 45% lo hubiera hecho “por cualquier otro candidato”.
Mientras tanto, aun con la castración operativa parlamentaria, el saldo de ganancias y pérdidas continúa siendo positivo para la oposición. No podrá legislar, pero dispone ahora de la tribuna necesaria para controlar y para abrir las puertas de la secretividad y el ocultamiento con que se han venido manejando los asuntos del Estado durante los últimos cinco años.
Pero lo más importante es que la oposición regresa a un foro que la legitima en su conjunto y que, en lo individual, refuerza nuevos liderazgos alternativos cuya tarea será romper el monocorde discurso de la hegemonía gubernamental con un debate que promete ser intenso, al menos en dos áreas: 1) forzar al gobierno a dar respuestas a los problemas de la agenda popular, como lo son la pavorosa criminalidad, el desabastecimiento, la más alta inflación de América Latina y el deterioro de la infraestructura nacional; 2) cuestionar y poner en evidencia el carácter comunista trasnochado de un proyecto de poder personalista, militarista y corrupto.
No es poca cosa. El mundo gira en torno a formalismos. No es lo mismo que el jefe de un partido político o expertos y analistas o los mismos medios de comunicación denuncien las arbitrariedades del poder y las constantes violaciones al marco constitucional por parte del régimen de Chávez, a que lo haga un diputado de la República.
De esta forma, la OEA y los gobiernos del hemisferio tendrán que vérselas con referentes institucionales investidos de la autoridad de un cargo de elección popular. Y comenzar a hacerle caso a la oposición para ponerle cortapisas a un régimen que progresivamente se convierte en dictadura. A la cubana.
Por Alfredo Keller
(La Tercera.com)
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