No he leído los 250.000 cables revelados por Wikileaks y jamás lo haré. Lo ya publicado basta para asimilar lo esencial, que se resume así: “mucho ruido, pocas nueces”, exactamente lo que seduce a medios de comunicación globalizados que gustan combinar el espectáculo con la irresponsabilidad ética.
Los que filtran el material, los que le publican y los que defienden todo esto lo hacen en función de un llamado “derecho a saber y a estar informados”. Pues bien, cabe preguntarse: ¿qué tal si mi vecino me dice los detalles de su cuenta bancaria? ¿Qué tal si China, Rusia, Cuba y Francia publican sus cables? ¿O es que ese derecho sólo cubre lo que a algunos interesa y sólo alcanza hasta los Estados Unidos? Si todo derecho tiene límites, ¿cuáles son los de Wikileaks? ¿Seguirán ahora los bancos? ¿Todos o algunos? ¿Suizos o gringos?
Cualquier persona informada sobre los asuntos mundiales y algo de imaginación se decepciona ante Wikileaks. Por fortuna, en esta ocasión los famosos adolescentes mentales de internet han manipulado con mayor prudencia sus juguetes y supuestamente han evitado publicar nombres, como sí hicieron antes, poniendo en peligro a la ligera las vidas de personas concretas alrededor del planeta. Para desconcierto de los antiyanquis que al comienzo se desvivieron por Wikileaks, al estilo de Hugo Chávez y sus secuaces, resulta que los cables más bien retratan una diplomacia americana rutinaria y hasta ingenua, de la que un Tucídides se reiría a carcajadas. En su Historia de la guerra del Peloponeso ese supremo historiador enseña que la diplomacia de gente seria y madura tiene consecuencias.
¿Qué los propios árabes son los más alarmados por el programa nuclear iraní y le solicitan a Washington que lo saque del mapa? ¡No me digan! ¿Que a los líderes árabes en realidad les tienen sin cuidado los palestinos, aunque proclamen lo contrario? ¡Que asombrado estoy! ¿Qué Cristina Kirshner requiere tratamiento psiquiátrico? ¡Increíble portento! ¿Qué en Afganistán hay corrupción? ¡No me había enterado! ¿Qué Hugo Chávez está rodeado de cubanos y ya habla con el acento de la isla? ¡Milagrosa noticia!
Uno de esos inocentes, profundamente antiestadounidense e izquierdista “postmoderno”, que reclama su derecho a estar informado pero sería incapaz de aplicárselo a sí mismo, ha aseverado que los adolescentes mentales de Wikileaks son héroes que “quieren revelar anónimamente los secretos de un mundo podrido”. ¿Qué tal? ¿No se había percatado de ello amigo lector? ¡El mundo está podrido! ¡Lo mismo que pensó Tucídides de su tiempo, y Tácito del suyo, así como San Agustín, Dante, Maquiavelo, Hobbes, Tomás Moro…¡y ahora los chicos de Wikileaks, pioneros de una verdad nunca antes constatada!
El asunto produce náuseas. La banalidad anárquica, no obstante, arroja enseñanzas. Un punto merece destacarse: la temporal decadencia del poderío americano en manos del cada día más enigmático Barak Obama y su gobierno de opereta. ¿En qué quedó la retórica sobre el acercamiento a los enemigos de la libertad? Corea del Norte ataca al Sur, Irán se burla de los que intentan detener su rumbo nuclear, Rusia mueve sus armas nucleares tácticas a las fronteras de la OTAN. Obama, amado por todos y temido por nadie, es Jimmy Carter al cuadrado, y probablemente le sustituirá otro Reagan. Esta etapa de mengua pasará. Entretanto cito a Maquiavelo: “En política más vale ser temido a ser amado”, y transcribo a Kissinger: “El problema fundamental de la política no es el control de la maldad sino la limitación del puritanismo”.
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Cualquier persona informada sobre los asuntos mundiales y algo de imaginación se decepciona ante Wikileaks. Por fortuna, en esta ocasión los famosos adolescentes mentales de internet han manipulado con mayor prudencia sus juguetes y supuestamente han evitado publicar nombres, como sí hicieron antes, poniendo en peligro a la ligera las vidas de personas concretas alrededor del planeta. Para desconcierto de los antiyanquis que al comienzo se desvivieron por Wikileaks, al estilo de Hugo Chávez y sus secuaces, resulta que los cables más bien retratan una diplomacia americana rutinaria y hasta ingenua, de la que un Tucídides se reiría a carcajadas. En su Historia de la guerra del Peloponeso ese supremo historiador enseña que la diplomacia de gente seria y madura tiene consecuencias.
¿Qué los propios árabes son los más alarmados por el programa nuclear iraní y le solicitan a Washington que lo saque del mapa? ¡No me digan! ¿Que a los líderes árabes en realidad les tienen sin cuidado los palestinos, aunque proclamen lo contrario? ¡Que asombrado estoy! ¿Qué Cristina Kirshner requiere tratamiento psiquiátrico? ¡Increíble portento! ¿Qué en Afganistán hay corrupción? ¡No me había enterado! ¿Qué Hugo Chávez está rodeado de cubanos y ya habla con el acento de la isla? ¡Milagrosa noticia!
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El asunto produce náuseas. La banalidad anárquica, no obstante, arroja enseñanzas. Un punto merece destacarse: la temporal decadencia del poderío americano en manos del cada día más enigmático Barak Obama y su gobierno de opereta. ¿En qué quedó la retórica sobre el acercamiento a los enemigos de la libertad? Corea del Norte ataca al Sur, Irán se burla de los que intentan detener su rumbo nuclear, Rusia mueve sus armas nucleares tácticas a las fronteras de la OTAN. Obama, amado por todos y temido por nadie, es Jimmy Carter al cuadrado, y probablemente le sustituirá otro Reagan. Esta etapa de mengua pasará. Entretanto cito a Maquiavelo: “En política más vale ser temido a ser amado”, y transcribo a Kissinger: “El problema fundamental de la política no es el control de la maldad sino la limitación del puritanismo”.
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