El miércoles 17 de noviembre se cumplen veintiuno años de la brutal intervención del régimen comunista –o socialista real- contra una pacifica manifestación estudiantil en homenaje a una de las primeras víctimas del nazismo: el estudiante Jan Opletal. Esa intervención acabó siendo la bola de nieve proverbial que desencadena un alud. Poco después centenares de miles de personas colmaron las plazas de Praga y expresaron claramente que estaban hartas de vivir sin libertad. El régimen que tenía en sus manos todos los instrumentos de poder concebibles y controlaba los medios y la economía empezó a desmoronarse como un castillo de naipes frente a una voluntad popular expresada en forma pacífica, pero decidida.
Aquellos días agitados de solidaridad nacional, coraje ante los sacrificios, entusiasmo e infinita alegría que acompañaron la caída del régimen totalitario pertenecen a un pasado ya lejano. Los años siguientes han visto a los jóvenes, a mujeres y hombres checos luchar con mayor o menor éxito por la democracia y contra todas las consecuencias penosas de varias décadas del comunismo.
A medida que los checos reconstituyen y perfeccionan el pluralismo político, se han comprometido a instaurar un verdadero imperio de la ley, robusteciendo las instituciones democráticas y transformando, a pesar de innumerables dificultades, una economía totalmente nacionalizada en una economía de libre mercado. Así mismo, y esto resultó lo más difícil, afirma Vaclav Havel, último presidente de la Republica Checoslovaquia y primer presidente de la República Checa: “tuvimos que habérnoslas con el pernicioso legado moral de la era comunista y enfrentar todo lo malo que había estado latente dentro de nosotros y que nuestra flamante libertad había sacado a la superficie de nuestra vida”
Todos los problemas cotidianos que a menudo-en los propios checos- provocaron enfado y desesperanza son minuciosas comparaciones con la significación histórica de la caída del comunismo en el mundo, que fue el telón de fondo del “noviembre checo” de 1989, componente orgánico de un proceso mayor asociado a la desintegración irrefrenable de un sistema basado en la mentira, el odio y la coerción, un sistema que había privado a la gente de sus derechos fundamentales, había violentado la esencia misma de la vida y había intentado detener por la fuerza la marcha de la historia, invocando una utopía atrayente pero falsa.
En suma estoy convencido de que la caída del comunismo significo no sólo la liberación de millones de seres humanos oprimidos, sino también, por muy pocas diversas razones, un gran desafío que impulso a nuestra civilización contemporánea a emprender un examen de conciencia renovado y profundo, a reconsiderar su rumbo y las amenazas que enfrenta, a hallar el modo de regenar o reavivar el sentido de la responsabilidad ante sí misma. El presente exige una percepción distinta del mundo contemporáneo; ante todo debemos pensar en el futuro, pero si queremos que ese pensamiento tenga una base sólida, no debemos olvidar el pasado.
sxmed@hotmail.com
Sixto Medina
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Aquellos días agitados de solidaridad nacional, coraje ante los sacrificios, entusiasmo e infinita alegría que acompañaron la caída del régimen totalitario pertenecen a un pasado ya lejano. Los años siguientes han visto a los jóvenes, a mujeres y hombres checos luchar con mayor o menor éxito por la democracia y contra todas las consecuencias penosas de varias décadas del comunismo.
A medida que los checos reconstituyen y perfeccionan el pluralismo político, se han comprometido a instaurar un verdadero imperio de la ley, robusteciendo las instituciones democráticas y transformando, a pesar de innumerables dificultades, una economía totalmente nacionalizada en una economía de libre mercado. Así mismo, y esto resultó lo más difícil, afirma Vaclav Havel, último presidente de la Republica Checoslovaquia y primer presidente de la República Checa: “tuvimos que habérnoslas con el pernicioso legado moral de la era comunista y enfrentar todo lo malo que había estado latente dentro de nosotros y que nuestra flamante libertad había sacado a la superficie de nuestra vida”
Todos los problemas cotidianos que a menudo-en los propios checos- provocaron enfado y desesperanza son minuciosas comparaciones con la significación histórica de la caída del comunismo en el mundo, que fue el telón de fondo del “noviembre checo” de 1989, componente orgánico de un proceso mayor asociado a la desintegración irrefrenable de un sistema basado en la mentira, el odio y la coerción, un sistema que había privado a la gente de sus derechos fundamentales, había violentado la esencia misma de la vida y había intentado detener por la fuerza la marcha de la historia, invocando una utopía atrayente pero falsa.
En suma estoy convencido de que la caída del comunismo significo no sólo la liberación de millones de seres humanos oprimidos, sino también, por muy pocas diversas razones, un gran desafío que impulso a nuestra civilización contemporánea a emprender un examen de conciencia renovado y profundo, a reconsiderar su rumbo y las amenazas que enfrenta, a hallar el modo de regenar o reavivar el sentido de la responsabilidad ante sí misma. El presente exige una percepción distinta del mundo contemporáneo; ante todo debemos pensar en el futuro, pero si queremos que ese pensamiento tenga una base sólida, no debemos olvidar el pasado.
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