Muchos de los problemas con los que convivimos a diario, podrían haber sido derrotados o, al menos disminuidos en sus efectos, hace ya bastante tiempo. Algunos de ellos son de complejo abordaje. Su solución implica una aproximación sofisticada que requiere de altas dosis de habilidad, inteligencia y astucia.
Sin embargo otros, los mas por cierto, han quedado allí en su lugar, o con tímidos avances, o hasta con retrocesos. Se trata de cuestiones que merecen ser resueltas, y que sin embargo permanecen inermes, sin mutaciones importantes. Una numerosa nómina de cuestiones estructurales que jamás se encaran, persisten de modo inalterable, sin que nadie haya tomado nota de ello.
Y es que la política sigue su propio ritmo, y la sociedad, el ciudadano medio, otro tanto. Para resolver problemas es preciso enfocarse, intentar una determinada concentración para abordarlos con alguna probabilidad de éxito. Lo concreto es que muchos de esos dilemas, ya debieron ser superados, y están conviviendo con nosotros sin siquiera estar en la agenda de los asuntos a descifrar. Los motivos que explican esa situación son múltiples, variados, pero claramente se pueden encontrar a unos cuantos de ellos que pueblan nuestra rutina política.
Algunas de esas cuestiones solo no encuentran solución porque quienes tienen la responsabilidad de llevar adelante las políticas que intenten embestirlos no son los más hábiles, ni los más preparados, sino simplemente, y en el mejor de los casos, gente con buena intención pero sin entrenamiento, sin preparación y sin planes para gobernar. En otros casos ni eso, solo perversos personajes que esperan llevar adelante sus estrategias políticas que poco tienen que ver con la preocupación cívica.
Otros, quedan a mitad de camino, simplemente porque no tienen la convicción, la determinación, el coraje y la osadía necesaria para tomar las decisiones necesarias. Los gobiernan las ecuaciones electorales, no dan un paso sin medir las eventuales secuelas en las urnas, y miden sus movimientos solo en función del calendario electoral. Todo lo que no les suma en el corto plazo, simplemente no lo hacen. Creen que con repetir algunos discursos rimbombantes, les alcanza. Hacer lo que deben hacer no les resulta conveniente, por lo tanto trasladan su cobardía a la acción y se quedan en tímidas acciones parciales que no llevan a ninguna parte. Siempre encuentran argumentos convenientes que justifican porque no hacer lo que hay que hacer. Son timoratos, sin valores ni principios y los canjean en la primera de cambio, solo para intentar sobrevivir a la próxima compulsa eleccionaria.
Pero el grupo mas voluminoso, mas significativo, es el de los “equivocados”, esos que creyendo tener razón, siguen insistiendo con diagnósticos erróneos, que se derivan linealmente en estrategias inadecuadas y en políticas deficientes que obviamente no apuntan al problema. Ellos se caracterizan por formular diagnósticos incompletos, mal orientados, sesgados y hasta tramposos. Dibujan escenarios inexistentes, y sobre ellos trazan idealizadas fórmulas convincentes, predecibles y atractivas.
Es muy sencillo distinguirlos porque confunden consecuencias con causas. Lo suyo siempre es el corto plazo. La solución de fondo no llega jamás, porque no tienen el diagnostico adecuado, porque sus políticas atacan efectos y no causas, y eventualmente no tienen ni el coraje de abordarlos ni la gente adecuada para afrontarlos.
A no equivocarse, no hablamos solo de oficialismos, porque la inmensa mayoría del arco opositor no escapa a esta regla. No están preparados, no tienen proyectos, solo meros enunciados políticamente correctos, plagados de voluntarismo y sostenidos sobre débiles argumentos secundarios que no van al fondo de la cuestión.
La política contemporánea de todo el globo intenta enfrentar la complejidad de los desafíos del presente con las viejas fórmulas retóricas del pasado. Esas que ya demostraron su ineficacia, y que ahora no tienen chance alguna de constituirse en la brújula del futuro.
Sería muy fácil responsabilizar a la dirigencia actual de tantos males. Pero cabe intentar no repetir ni sus errores, ni su dinámica. Los políticos siempre analizan los efectos, y rara vez las causas. Intentan resolver los problemas atacando la superficie, lo que se visualiza, es decir solo los efectos de los hechos.
Los ciudadanos estamos repitiendo invariablemente ese ineficaz procedimiento. Nos enojamos con los mensajeros, nos ensañamos con los interlocutores. Tal vez aun no hayamos sido los suficientemente autocríticos como para entender que las causas están mucho más cerca de donde las estamos buscando. La política, con sus propios vicios y rituales, no es más que un reflejo empeorado de nosotros mismos. Les pedimos a la política acciones que no van en línea con la solución. Nuestro voto, nuestras elecciones, terminan fomentando discursos superficiales, plagados de emotividad, pero vacíos de contenidos. Nos seducen las palabras bien dichas, los dirigentes de buena presencia, las trayectorias importantes y los títulos universitarios abundantes.
No nos dejamos encantar por los discursos que nos convocan al sacrificio, a las privaciones y a los escenarios difíciles. Queremos soluciones simples, fáciles, rápidas, que no traigan consigo efectos negativos de ninguna especie. Pretendemos resultados increíbles, sin esfuerzos magníficos. Eso no existe en la experiencia individual, y por lo tanto no hay porque imaginárselo en la vida en sociedad. En definitiva, estamos claramente expuestos a la mentira, para que nos propongan combinaciones mágicas que no conlleven el esmero necesario. Pero no son los otros los que nos colocan en esa situación. Somos nosotros mismos los que nos negamos a aceptar que solucionar problemas implica esfuerzo, entrega, concentración, enfocarnos en ello, y por lo tanto dejar de lado otros asuntos estableciendo prioridades. Si realmente estamos dispuestos a recorrer ese camino debemos poder mostrarlo en hechos concretos. Pues, en este esquema, solo seguiremos desandando este sendero. El de una sociedad que se proyecta en esta dirigencia de la que tanto aborrece pero a la que tanto se parece. Y es que si seguimos así, solo podremos dar paso a políticos ineptos, timoratos y equivocados
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
Skype: amedinamendez
http://www.albertomedinamendez.com/
Sin embargo otros, los mas por cierto, han quedado allí en su lugar, o con tímidos avances, o hasta con retrocesos. Se trata de cuestiones que merecen ser resueltas, y que sin embargo permanecen inermes, sin mutaciones importantes. Una numerosa nómina de cuestiones estructurales que jamás se encaran, persisten de modo inalterable, sin que nadie haya tomado nota de ello.
Y es que la política sigue su propio ritmo, y la sociedad, el ciudadano medio, otro tanto. Para resolver problemas es preciso enfocarse, intentar una determinada concentración para abordarlos con alguna probabilidad de éxito. Lo concreto es que muchos de esos dilemas, ya debieron ser superados, y están conviviendo con nosotros sin siquiera estar en la agenda de los asuntos a descifrar. Los motivos que explican esa situación son múltiples, variados, pero claramente se pueden encontrar a unos cuantos de ellos que pueblan nuestra rutina política.
Algunas de esas cuestiones solo no encuentran solución porque quienes tienen la responsabilidad de llevar adelante las políticas que intenten embestirlos no son los más hábiles, ni los más preparados, sino simplemente, y en el mejor de los casos, gente con buena intención pero sin entrenamiento, sin preparación y sin planes para gobernar. En otros casos ni eso, solo perversos personajes que esperan llevar adelante sus estrategias políticas que poco tienen que ver con la preocupación cívica.
Otros, quedan a mitad de camino, simplemente porque no tienen la convicción, la determinación, el coraje y la osadía necesaria para tomar las decisiones necesarias. Los gobiernan las ecuaciones electorales, no dan un paso sin medir las eventuales secuelas en las urnas, y miden sus movimientos solo en función del calendario electoral. Todo lo que no les suma en el corto plazo, simplemente no lo hacen. Creen que con repetir algunos discursos rimbombantes, les alcanza. Hacer lo que deben hacer no les resulta conveniente, por lo tanto trasladan su cobardía a la acción y se quedan en tímidas acciones parciales que no llevan a ninguna parte. Siempre encuentran argumentos convenientes que justifican porque no hacer lo que hay que hacer. Son timoratos, sin valores ni principios y los canjean en la primera de cambio, solo para intentar sobrevivir a la próxima compulsa eleccionaria.
Pero el grupo mas voluminoso, mas significativo, es el de los “equivocados”, esos que creyendo tener razón, siguen insistiendo con diagnósticos erróneos, que se derivan linealmente en estrategias inadecuadas y en políticas deficientes que obviamente no apuntan al problema. Ellos se caracterizan por formular diagnósticos incompletos, mal orientados, sesgados y hasta tramposos. Dibujan escenarios inexistentes, y sobre ellos trazan idealizadas fórmulas convincentes, predecibles y atractivas.
Es muy sencillo distinguirlos porque confunden consecuencias con causas. Lo suyo siempre es el corto plazo. La solución de fondo no llega jamás, porque no tienen el diagnostico adecuado, porque sus políticas atacan efectos y no causas, y eventualmente no tienen ni el coraje de abordarlos ni la gente adecuada para afrontarlos.
A no equivocarse, no hablamos solo de oficialismos, porque la inmensa mayoría del arco opositor no escapa a esta regla. No están preparados, no tienen proyectos, solo meros enunciados políticamente correctos, plagados de voluntarismo y sostenidos sobre débiles argumentos secundarios que no van al fondo de la cuestión.
La política contemporánea de todo el globo intenta enfrentar la complejidad de los desafíos del presente con las viejas fórmulas retóricas del pasado. Esas que ya demostraron su ineficacia, y que ahora no tienen chance alguna de constituirse en la brújula del futuro.
Sería muy fácil responsabilizar a la dirigencia actual de tantos males. Pero cabe intentar no repetir ni sus errores, ni su dinámica. Los políticos siempre analizan los efectos, y rara vez las causas. Intentan resolver los problemas atacando la superficie, lo que se visualiza, es decir solo los efectos de los hechos.
Los ciudadanos estamos repitiendo invariablemente ese ineficaz procedimiento. Nos enojamos con los mensajeros, nos ensañamos con los interlocutores. Tal vez aun no hayamos sido los suficientemente autocríticos como para entender que las causas están mucho más cerca de donde las estamos buscando. La política, con sus propios vicios y rituales, no es más que un reflejo empeorado de nosotros mismos. Les pedimos a la política acciones que no van en línea con la solución. Nuestro voto, nuestras elecciones, terminan fomentando discursos superficiales, plagados de emotividad, pero vacíos de contenidos. Nos seducen las palabras bien dichas, los dirigentes de buena presencia, las trayectorias importantes y los títulos universitarios abundantes.
No nos dejamos encantar por los discursos que nos convocan al sacrificio, a las privaciones y a los escenarios difíciles. Queremos soluciones simples, fáciles, rápidas, que no traigan consigo efectos negativos de ninguna especie. Pretendemos resultados increíbles, sin esfuerzos magníficos. Eso no existe en la experiencia individual, y por lo tanto no hay porque imaginárselo en la vida en sociedad. En definitiva, estamos claramente expuestos a la mentira, para que nos propongan combinaciones mágicas que no conlleven el esmero necesario. Pero no son los otros los que nos colocan en esa situación. Somos nosotros mismos los que nos negamos a aceptar que solucionar problemas implica esfuerzo, entrega, concentración, enfocarnos en ello, y por lo tanto dejar de lado otros asuntos estableciendo prioridades. Si realmente estamos dispuestos a recorrer ese camino debemos poder mostrarlo en hechos concretos. Pues, en este esquema, solo seguiremos desandando este sendero. El de una sociedad que se proyecta en esta dirigencia de la que tanto aborrece pero a la que tanto se parece. Y es que si seguimos así, solo podremos dar paso a políticos ineptos, timoratos y equivocados
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
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