Para desdicha del teniente coronel y beneficio de la democracia (que se oxigena cuando Chávez sale mal), los partidos políticos, en las elecciones del 26-S han dado muestras inequívocas de recuperación, no tanto como muchos hubiésemos querido y esperábamos, pero sí lo suficientemente esperanzadoras. Las cifras y la participación electoral lo demuestran. Claro, no es para cantar victoria antes de tiempo.
Todavía queda mucho camino por recorrer. Lo importante es la marcada, irrefutable y sostenida tendencia hacia un fortalecimiento progresivo y reposicionamiento de las que, según la Constitución de 1999, se denominan organizaciones con fines políticos y no "partidos políticos". Rara forma de esquivar el bulto y no llamar al pan, pan y al vino, vino. En ese momento, la idea era acabar con los partidos negándoles no solamente el nombre, sino hasta el financiamiento del Estado.
Según las cifras publicadas en El Nacional el domingo 3 de octubre, el crecimiento de los partidos fue generalizado. La oposición ha consolidado un ritmo de aumento durante los últimos 6 años (de 4.292.000 en 2006, a 5.451.000 en 2010), mientras al chavismo le ocurre lo contrario (de 7.309.000 en 2006, disminuyó a 5.268.000 en 2010). El mandado no está hecho; sin embargo, al menos, ya la gente empieza de nuevo a entender lo que es una constante en todas partes del mundo: sin partidos fuertes no puede haber una democracia sólida. Es decir, que el reconocimiento de las organizaciones políticas es la base fundamental para el sostenimiento de cualquier sistema democrático. Con esto no quiero negar la importancia de personalidades independientes que han aportado su grano de arena, para retomar la dura travesía de la recuperación de las libertades públicas y el sano e indispensable equilibrio de poderes, inherente a los regímenes democráticos que se precien de serlo. Por ello, es menester valorar positivamente los esfuerzos unitarios realizados por la Mesa de la Unidad. Nunca se puede complacer a todo el mundo.
Hubo individualidades que, por razones de justicia e interés colectivo, debieron ser tomadas en consideración a la hora de la definición de las candidaturas. No obstante, en este caso, apelamos al adagio popular de que "lo perfecto es enemigo de lo bueno". Ahora le corresponde a los partidos administrar bien el mandato popular. Para ello cuentan con una importante presencia militante en la nueva Asamblea Nacional que se instalará en enero de 2011. ¡Ah! Pero en el ínterin es mucha el agua que correrá debajo del puente. El actual Parlamento moribundo no está exento de las clásicas pancadas de ahogado. El sobresalto causado por los resultados del pasado proceso ha sido grande dentro de la dirigencia chavista.
No han faltado diputados que plantean la designación "express" de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (muchos de ellos, resguardando su pellejo, pidieron su jubilación adelantada. Presentían el desenlace...), poner el pie en el acelerador y aprobar leyes que, difícilmente, pasarían la prueba el próximo año.
Atrás quedaron las altísimas cifras de popularidad del caudillo de Sabaneta. Se las llevó el viento de las inconsecuencias y las promesas vacías. Se abre un nuevo panorama. Una nueva esperanza. Corresponde a la oposición, entonces, la verdadera respuesta de resolver la ecuación del rumbo hacia 2012.
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