Ante el anuncio del CNE de la madrugada del 27 de septiembre sobre los resultados electorales, no hubo "balcón del pueblo" ni celebración oficial. No era la primera vez que ocurría. En los televidentes quedarían grabadas las palabras pronunciadas de inmediato por Ramón Guillermo Aveledo sobre el 52 por ciento obtenido por la unidad opositora. "El Presidente se derrotó a sí mismo", había dicho.
Más tarde, Chávez iniciaba su intento de convertir la derrota en victoria. Tampoco era la primera vez que sucedía. Temprano había enviado un burlón tweets a sus seguidores: "Dicen los escuálidos que ganaron. Bueno sigan &39;ganando&39; así", escribió.
En la noche, Andreína Flores lo sorprendía cuando pudo preguntarle: Presidente, ¿Por qué una diferencia entre el oficialismo y la oposición de menos de 100 mil votos, según sus cifras, traducía mucho más diputados oficialistas que de oposición? La descalificación, el insulto y la amenaza velada, fue la respuesta. La pregunta pudiéramos reformularla así: ¿Por qué para sacar un diputado el régimen necesita 55.096 votos y sus adversarios 86.851? La valiente periodista ha dicho que su pregunta salió de las calles de Venezuela y ciertamente es la interrogante de muchos que nunca tendrán respuesta oficial, pero tampoco de la oposición. Reconocer la derrota, la pérdida de la mayoría popular es también corroborar que difícilmente el rechazo al régimen puede expresarse electoralmente.
En Venezuela, tenemos un sistema electoral, es decir, como diría Sartori "un modo en que los votos se transforman en curules", inconstitucional y pleno de contradicciones. Las normas que lo regulan son violatorias de principio de representación proporcional como ocurre con la configuración de los circuitos electorales y en la proporción establecida entre voto personalizado y voto lista. También existen antinomias derivadas de un federalismo nominal constitucionalmente consagrado que permiten que los estados menos poblados tengan en relación a sus habitantes más diputados que aquellos con más electores.
En definitiva, el sistema electoral "es barro que viene de otros lodos", es parte de una historia que comenzó en 1999 cuando apoyado en una mayoría circunstancial el caudillo comenzó un proceso de demolición institucional, con no pocas complicidades, que no logra concluir por el rechazo mayoritario que ocasionalmente como el 26-S de 2010, como en el referendo constitucional de 2007 y en otras ocasiones, logra expresarse parcialmente.
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