El kirchnerismo hará “cualquier cosa” por mantenerse en el poder. Profundizará el desconocimiento de las normas y tratará de crear un escenario de “emergencia” para justificar sus actos. No hay respuestas partidarias de peso. La patología mental del matrimonio y el temor al futuro. Billetera para el Congreso y más avances contra la Corte Suprema.
Por Carlos Manuel Acuña para el Informador Público
Hace pocas semanas, Carlos Zannini, secretario Legal y Técnico de la presidencia de la Nación, pronunció una frase corta pero expresiva: “vamos por todo”. En más de una oportunidad estas tres palabras formaron parte de los análisis y comentarios políticos relacionados con la situación argentina y aportaron un dejo de preocupación, poco a poco disipada, como suele suceder en nuestro país, donde l
as evidencias sirven para poco. Cuando Zannini, uno de los funcionarios más ideologizados del kirchnerismo y posiblemente el único con inteligencia suficiente como para trazarse un objetivo más o menos coherente en este escenario de degradación progresiva, produjo esa definición sobre los próximos pasos del oficialismo, sabía lo que decía. Con una sinceridad que no siempre caracteriza a los políticos, este hombre de reconocidas y antiguas ideas de izquierda avanzada fue claramente espontáneo para anticipar lo que está en preparación con miras a imponer el poder irrestricto. Como para que no cupieran dudas, hace casi unas horas en oportunidad de resistidos nuevos avances para el control de la Justicia, expresó sin inmutarse que “a esta Corte no la nombramos para esto” y de esa manera, con una sencillez digna de mejor causa, aludió directamente a la intención de contar con el respaldo de este poder del Estado para cumplir con esa meta absolutista que mencionamos.
Posiblemente, la palabra más exacta para definir lo que la Casa Rosada quiere hacer con la Corte es simplemente “dominarla”, tenerla sujeta para que respalde los actos más insólitos y lograr una apariencia formalmente legal para manejarse en el orden interno y, obviamente, en el externo, para evitar presiones de distinta naturaleza. Paralelamente, la billetera presidencial sigue abierta para quebrar las posiciones más firmes y sobre todo para contener a un Congreso -otro de los poderes del Estado- que se muestra renuente a satisfacer “así como así” los deseos kirchneristas. Lo que posiblemente suceda próximamente en el Senado con los reclamos jubilatorios; será una demostración más de ese dominio y para ello, como se lo comenta en otra parte de esta misma hoja, invitó a dos senadoras nacionales para que después de los paseos y compras realizadas en Nueva York, vuelvan al país predispuestas a aceptar las órdenes y se sienten en sus bancas para bloquear el aumento a los jubilados, tal como lo desea el Ejecutivo.
Sin embargo, en política la realidad suele imponerse a las billeteras y responder a otra clase de impulsos. Si esa votación sale como se sospecha, sólo servirá para tapar un agujero fiscal pero no impedirá que un amplio sector social se sume activamente al coro de protestas que crece todos los días por ése y otros motivos.
Para contar con elementos de pelea, el kirchnerismo, convencido de que podrá con todos y contra todos, inició una serie de movilizaciones callejeras que, en vez de redituarle las simpatías de la opinión pública, provoca un sentimiento en contrario, en lo que constituye un clásico error de Néstor y Cristina, que se manejan con otras pautas, otros valores y otros sentimientos bien distintos a los del común de la gente. Así, las irreproducibles palabras vertidas ayer y a los gritos por Hebe de Bonafini frente a los Tribunales -edificio que tampoco se libró de sus diatribas- contra los miembros de la Corte, aumentan los decibeles contestatarios que ya caracterizan el escenario político y social de la Argentina. Cada vez más rápido, configuran un estado de crisis que se inclina a la violencia alentada por la Casa Rosada. La drástica reducción del presupuesto judicial no significa la aplicación de un medular acto de gobierno sino una agresión cargada de amenazas adicionales y un espíritu de agresión que no presagia nada bueno. Más aún, podemos afirmar que el kirchnerismo ya se pasó de la raya y avanzó hasta imponer un estado de cosas que se muestra irreversible, que se profundizará con el correr de los días y promete hechos y circunstancias peligrosas. Por ejemplo, hace unas horas fueron asaltados dos domicilios ubicados en distintos countries -uno de ellos en Pilar- y todos los que conocen la noticia sospechan que detrás de los hechos existe una intención de amedrentamiento político y psicológico: los dueños de casa son un Juez y un Fiscal. Para colmo -al menos hasta el momento de escribir este artículo- las correspondientes investigaciones no están adelantadas y, aunque se trate de dos delitos comunes derivados del estado de indefensión que vive la sociedad, el sólo hecho de que se planteen estas reflexiones tiene un significado en sí mismo. De paso, digamos que la inseguridad a la que nos referimos es otro componente de la misma realidad que el gobierno elude enfrentar, pues considera que “se trata de una inquietud de las derechas...”. De nada sirve que se difunda que hay lugares en que los docentes deben concurrir a sus lugares de trabajo custodiados por la Policía, ni que se sepa la dimensión imparable que adquirió el narcotráfico, la producción y el consumo de drogas. Tampoco que existan zonas que a partir de ciertas horas son inaccesibles y que en la práctica ya asomaron los componentes oscuros de la anarquía.
De esta manera se ha instalado un miedo creciente que no tiene por qué convertirse en sometimiento sino más bien en todo lo contrario. Podríamos definirlo con un cansancio, un hartazgo que buscará una salida apenas se produzcan o agraven situaciones contestatarias que a veces se sabe como empiezan pero nunca como terminan. Con este rumbo y antes de que comience el funcionamiento institucional de determinadas medidas, como las referidas a la nueva estructura del Consejo de la Magistratura que pondrá coto a las presiones sobre los jueces, el gobierno desea imponer sus proyectos antes de fin de año “cueste lo que cueste”.
Las medidas son múltiples y variadas. Moyano, con sus movilizaciones y aspiraciones a controlar todo lo que se mueva sobre ruedas, dará nuevos pasos insólitos y enfrentará abiertamente a quienes dentro de la CGT están dispuestos a romper su poder acompañados por los intendentes del conurbano que observan cómo se destroza el aparato donde están o estaban subidos. Moyano se resistirá y en el ambiente flota esa pesadez propia de los grandes desastres. La estructura del Poder Justicialista tiembla, el Peronismo Federal busca un liderazgo que se demora, los radicales esperan tranquilos el resultado de los desencuentros, con la esperanza de llegar al poder de una República despedazada, las conversaciones con las restantes dirigencias políticas giran alrededor de los mecanismos propios de situaciones más o menos normales sin reparar que las habituales capacidades de fuerza se han colocado a un costado, que un diputado nacional elegido en Buenos Aires por medio millón de votos y previamente absuelto por los falsos delitos que se le imputan por haber enfrentado al extremismo setentista, ha sido puesto nuevamente en prisión y gravemente enfermo, llevado en camilla al tribunal pese a sus graves impedimentos, que más de un centenar de presos por sus virtudes argentinas murieron en prisión, que los falsos testigos son tomados como verdaderos y que el negocio de los derechos humanos que manejan personajes como Verbitsky, Matarollo o Eduardo Luis Duhalde crecerá exponencialmente. Ello es así porque han sumado en secreto a más víctimas aparentes -incluso a guerrilleros caídos en combate- al libro “Nunca más”, lo que significará más y más millones de dólares que pagaremos con nuestros impuestos a quienes los cobrarán en sus bolsillos ávidos de riquezas engrosadas en nombre de los “desaparecidos” inexistentes.
Este escenario sucintamente descripto obedece en buena medida a lo que muchas veces dijimos y sostienen los analistas: los deseos incontenibles de riqueza por parte de estos actores que ven un final que lógicamente no desean, a la soberbia de los protagonistas principales que no aceptan límites, a las expresiones de rencor e ira que les surge con la idea de suplir los fracasos o el vacío que dejan quienes cada vez más rápido los abandonan y finalmente, a todo este conjunto de factores que configuran una patología capaz de hacer “cualquier cosa” y “cualquier cosa” es nada más -y nada menos- que eso.
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