¡Qué torta, comandante!
No hay lugar en el planeta Tierra en que no se registre lo acontecido el 26S como una victoria de la oposición venezolana. Salvo la propaganda oficial que ni sus sastres la creen, el Gobierno ha recibido una derrota tanto en sus términos como en los de la oposición. Desde este espacio se argumentó que la victoria gubernamental solo existiría en el caso de que se diera la conquista de los 2/3 de la Asamblea junto a la mayoría de votos. Para la oposición, la victoria consistía en lograr esa mayoría -aunque fuera muy parejo el resultado- y un número de diputados significativo. Si el Gobierno no alcanzaba lo que se había propuesto, habría sufrido un revés importante; para la disidencia democrática, no lograr la mayoría y quedarse con una cifra de unos 40 diputados, también habría sido un fracaso. Ya se sabe que de acuerdo a esos criterios, tanto los del Gobierno como los de la disidencia democrática, ésta venció, lo cual explica ese estado de desmayo en el que se encuentra el oficialismo, incapaz de entender que acaba de sufrir una estruendosa de-rro-ta. Chávez ha reaccionado como esos boxeadores que reciben un mazazo en la mandíbula y siguen bailando por inercia en el ring pero que no pueden asumir, por efecto del golpe recibido, la realidad, y solo ven y oyen pajaritos en el paraíso catatónico que habitan.
No era verdad como argumentaban quienes, dentro de la oposición, preparaban el terreno del disimulo, que cualquier resultado habría sido una victoria porque tener una voz en la Asamblea era en sí mismo un éxito. No era verdad. Unos 40 diputados y Chávez alzado con la mayoría de los votos del pueblo habría sido un peor-es-nada de difícil digestión. No fue así y las pataletas que han sobrecogido al Presidente son reveladoras de lo que se trataba y estaba en juego. Baste observar a una persona incapaz de articular una aclaración o un remedo de ésta cuando la periodista Andreína Flores le hizo una pregunta simple e inevitable que clamaba por saber cómo habiendo obtenido los candidatos de la Mesa de la Unidad 100 mil votos menos que el PSUV les hubiesen correspondido 37 diputados menos. El haber estado Chávez 10 minutos balbuciendo con voz enfurecida y cerebro confundido fue una conducta turbadora que llegó a la prensa internacional con la misma fuerza que el resultado electoral.
La Mesa de la Unidad. Quien esto escribe expresó varias veces diferencias ante aspectos centrales de la estrategia de la MUD. Sostuvo que la tarjeta única, al lado de candidatos más representativos y una confrontación con las condiciones electorales impuestas por el régimen eran elementos necesarios para vencer. No hay manera de decir qué hubiera pasado si esos planteamientos hubiesen sido atendidos y es antihistórico decir que el resultado habría sido mejor. Con las estrategias adoptadas en esas materias, la Mesa tuvo razón y no quienes, como este narrador, las objetaban. Estas cosas quedan dichas porque los que se expresan públicamente tienen el privilegio del decir ante amplios auditorios, pero también la obligación de revisar lo dicho para contribuir al análisis crítico que no los excluye sino que los envuelve. Lo que habría pasado no lo sabemos y lo que pasó sí, y eso fue un triunfo.
Chávez le presentó al electorado la elección como un plebiscito. Hizo y deshizo con sus candidatos; los que escogió la base fueron en muchos casos preteridos para colocar a sus favoritos; los que resultaron al final solo sirvieron para mantenerse como comparsas del ícono en carroza. Ni una palabra independiente ni un gesto propio, sino aquel humillante convoy en la que los guardaespaldas parecían candidatos y los candidatos guardaespaldas.
La Mesa no quiso acoger la idea de enfrentar a Chávez, pero los electores sí y recogieron el guante al asumir la elección como un plebiscito. El resultado fue que los disidentes votaron contra Chávez y éste fue derrotado políticamente de manera indesmentible.
Los Derrotados. No solo el Presidente está revestido con la túnica del fracaso, sino todos los que quisieron blindarle un triunfo. Cuando compareció el 27S en la rueda de prensa en la que tartamudeó, estaba acompañado por la otra mesa, la Mesa de la Derrota. Allí estaba la corte de náufragos que levantó el andamio para el desastre, encabezados por ese genio de la gerencia y la probidad que es Rafael Ramírez. Son esos que creían que a fuerza de billete y ventajismo iban a imponerse con comodidad, y al final terminaron como los artífices del desastre.
Hay que determinar con precisión las causas de la debacle chavista. Podría decirse que es la etapa del fracaso de los ideólogos encabezados por Jorge Giordani y Elías Jaua, responsables del desastre económico y financiero. Es también el fracaso político de los radicales de la izquierda miserable que se cobija en los altos cargos. Ambas cohortes de extraviados pugnarán por mantenerse, pero no hay que descartar que los desplazados -como Diosdado Cabello y otros militares- traigan su libretica de facturas para cobrárselas al comandante.
Los Triunfadores. En la noche de las narices frías en la que alguna rectora del CNE desesperada pedía socorro y volvía a exigir que se sumaran los votos, mientras oía los reclamos enfurecidos del caudillo, hubo hechos que se conocerán en detalle más adelante. Cabe destacar que los oficiales de la FAN decidieron enfatizar su conducta institucional frente a los que promovían un cariz más político de su actuación, estilo milicianos rojos. Chávez no tenía fuerza militar para imponer un resultado a lo macho. Ni siquiera destacados militares chavistas habrían acompañado alguna chifladura.
No puede concluirse un primer análisis sin mencionar las voces de dos personajes de la oposición que actuaron con tino, seriedad y firmeza. Uno es Ramón G. Aveledo, quien reclamó al CNE el tejemaneje que tenía lugar detrás de la baranda y obligó a sus integrantes a dejar los devaneos con Chávez; más tarde, Aveledo hizo una intervención que marcó la interpretación nacional e internacional de los resultados, al confirmar que los votos disidentes llegaban a 52%. Otro personaje es Pablo Pérez, quien imprimió el tono de amplitud y generosidad de los que saben vencer, al hacer de la victoria una gesta colectiva y, en su caso, de los zulianos todos, lo cual incluyó a los adversarios.
Vienen peligros. La radicalización prematura de Chávez es mal presagio. Falta ver si es el mero desengaño y una reacción pasajera de despecho o si alguna lucidez le permitirá advertir antes del resbalón definitivo el abismo que lo llama. Chávez comienza a ser percibido como perdedor en el plano internacional y su red de seguidores languidece afuera como lo hace adentro. Le quedan dos opciones: o negocia o reprime.
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