Si Chávez llama al diálogo deja de ser Chávez. Si asume la posición de Iris Varela se lanza por un barranco.
La patética escena del Presidente descalificando a una periodista mientras se exprimía el cerebro buscando la salida que le permitiera escabullirse del fondo de la cuestión, demuestra una cosa: la revolución se quedó sin argumentos.
¿Cómo se puede hacer una revolución por la vía pacífica y democrática cuando la mitad del electorado le vota en contra? ¿Cómo se puede seguir justificando un proceso político que dice ser la encarnación de la verdad, la justicia y la historia, cuando contra todos los obstáculos, manipulaciones y amenazas la mitad del pueblo, al que supuestamente se quiere redimir, le dice no, una vez más?
Ese es el dilema del chavismo. Si la oposición obtuvo 90 mil votos menos, o 100 mil votos más que la alianza PSUV-PCV-PDVSA-Red de medios públicos-etc, es secundario.
Que si el sistema electoral no permite reflejar la representatividad de la mitad de la nación, eso también es secundario.
Cuando un líder revolucionario, que aspira al ejercicio del poder total, se gasta dos horas en tratar de persuadir a su propia gente que su victoria electoral es legitima, ese líder tiene un serio problema.
Lenin y Fidel Castro lo sabían, por eso es que nunca se contaron. Se ahorraron explicaciones.
De modo que el Presidente tiene dos opciones; pero las dos son malas para él:
La lógica política más elemental indica que éste es el momento para tender puentes, acercarse al otro país, conciliar, acordar, negociar, compartir el poder, correr el riesgo de perder el gobierno y pasar con su movimiento a la oposición para luego retornar. Comportarse como Rómulo Betancourt y Acción Democrática. Esta sería una opción.
Pero eso es como pedir mucho. El atractivo, la magia de este populismo totalitario se desvanecería. Chávez dejaría de ser Chávez. El chavismo dejaría de ser seguro e impune.
La otra opción es asumir la tesis Iris Valera: tirarse por un barranco. Pasar de aquí a diciembre, con la Asamblea actual, toda la legislación para construir la sociedad socialista, aprobar una superhabilitante para el Presidente, provocar, amenazar, hacer uso de la violencia, reeditar el 2001. Que los nuevos diputados opositores sólo sirvan para rellenar el resto de los curules tal como proponen desde el oficialismo. Incrementar la conflictividad política y social, y profundizar la debacle económica.
Este escenario tendrá un pequeño inconveniente: la oposición ya descubrió el juego. Ya todos conocen los trucos del prestidigitador, las cartas están marcadas. Puede seguir haciéndose el loco, como aquel personaje que encarnó Jack Nicholson en los setenta. Aplicar el yo no perdí las elecciones: las perdieron Aristóbulo y Rafael Ramírez. Yo no llamé a votar por mí: estas eran unas elecciones circuitales, locales. La cosa no era conmigo.
La solicitud expresada por Ramón Guillermo Aveledo la madrugada del 27 pasado: “Que se escuche la voz del pueblo”, terminó por ponerle un candado a la trampa democrática en la cual ha quedado atrapado el proyecto de poder absoluto del chavismo. Una de las virtudes de los procesos electorales, es que ponen al descubierto la voluntad del pueblo. Esa madrugada, con la inestimable ayuda del CNE (que sazonó con más suspenso la cosa) el chavismo perdió esa sensación de poder absoluto y eterno. Se desvanece el aura de la invencibilidad. Ellos lo saben, y saben que ya los demás lo saben.
Pedro Benítez
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