Los ciudadanos de este tiempo, promueven la participación y dicen querer dar la batalla para marcarle las reglas a la política, pero muchas veces pecan de ingenuidad. Suponen que gestos contundentes, una marcha, una movilización, un petitorio, una ronda por los medios de comunicación, cualquier hecho con cierto impacto, es suficiente.
Todo sirve, todo suma, pero no siempre alcanza. La actitud aislada, solitaria, inconstante no resulta eficaz y termina siendo funcional a los intereses del mandamás de turno. Los que ejercen el poder conocen esta dinámica y apuestan a que la sociedad no está preparada para soportar la persistencia que cualquier pugna encarada con seriedad lleva implícita.
Los que hacen del ejercicio del poder una religión, saben que el tiempo les juega a favor. Muchos ciudadanos empiezan con entusiasmo, para luego decaer perdiendo motivación y replegarse sin mas. El poder sobrevive, los ciudadanos desisten ante el primer tropiezo. Eso dice la experiencia en los más de los casos.
Los profesionales de la política, saben que es cuestión de resistir y de aguantar en los momentos más complicados. Otro tema vendrá a ocupar el vacío de la agenda para dispersar a los entusiastas de ayer que quedarán superados por la paciencia del poder.
Ni siquiera deben esforzarse en desactivar esa militancia cívica. Basta con ignorarlos un poco y soportar el embate impulsivo que moviliza a los que creen que la lucha es fácil, que torcerle el brazo al sistema es un juego de niños y que alcanza con reunir mayorías.
La experiencia habla por si misma y dice que si el poder resiste termina venciendo. Ni siquiera deben apelar al contraataque. Resulta suficiente soportar con estoicismo el vendaval movilizado por la ansiedad de la inmediatez, y por la contienda coyuntural.
Por eso es importante reflexionar sobre la necesidad de no desperdiciar intentos para no iniciar esfuerzos que no se podrán sostener en el tiempo. Los ataques espasmódicos de un grupo de entusiastas no alcanzan para mover las agujas de la realidad. Hace falta mucho más que eso. Se precisa de una tenacidad que pocos pueden exhibir como una virtud cotidiana.
Los que hacen el ensayo y quedan a mitad de camino, no solo sucumben derrotados por el poder, sino que culminan la aventura absolutamente desilusionados, para concluir luego entendiendo que no vale la pena, que no sirve hacerle frente al sistema. El paso seguido es la resignación y de su mano, la consecuente sumisión de la sociedad.
No resulta razonable hacer pruebas, si previamente no se esta convencido de cuanto tiempo dedicaremos a este desafío, de que tanto estamos dispuestos a invertir de nuestras vidas. Si solo se trata de pequeños empujones, sepamos que esos no trascenderán y ni siquiera significarán una señal para los que toman decisiones.
Nuestras historias están plagadas de tentativas más o menos efectivos. Todos ellos se han expresado en la línea de representar a una mayoría silenciosa que está cansada, agotada y pretende decir basta. Sin embargo son pocos los que pueden mostrar triunfos. Los más de ellos, solo consiguieron detener algún proceso, por algún tiempo, para luego claudicar frente a los ardides de los inteligentes perversos del poder circunstancial.
Desperdiciar esfuerzos de la comunidad, implica asumir cuantiosas consecuencias indeseadas. Por un lado se pierden combates ganables y por el otro se finaliza esta compleja hazaña, con desazón y cierta dosis de entrega, paso previo al sometimiento.
Tal vez debiéramos replantearnos si realmente queremos cambiar las cosas. Es probable que solo deseemos sentirnos menos culpables, o posar sobre nosotros mismos un manto de piedad para justificar nuestros errores, nuestras complicidades y silencios.
Nuestras sociedades están repletas de gente valiosa, dispuesta a poner empeño, pero es sano tomar la más exacta dimensión, porque nunca se trata de una batalla corta, ni fácil.
Siempre, del otro lado, estarán los que tienen sobrados motivos para que nada cambie. Los movilizan intereses sectoriales, personales y políticos. Ellos están preparados para soportar los embates del descontento social, expresado de modo desordenado, inconsistente y sin prácticas soluciones a la mano.
Esas verdaderas corporaciones, que se han constituido en la más temible maquinaria del “status quo”, los verdaderos “conservadores” de esta historieta, tienen gimnasia suficiente en esto de repeler a la sociedad civil movilizada.
Saben que del lado de los ciudadanos, los hay con preocupaciones, pero sin tiempo material ni recursos económicos para emprender batallas prolongadas. Ellos, por el contrario, disponen de todos los elementos, y saben que el tiempo es su mejor aliado.
Solo deben aguantar, tener paciencia, soportar alguno que otro reclamo o desmán, pero no pasará de allí y pronto lograrán desactivar, casi naturalmente, a ese grupo de personas que parecía entusiasmada con ganarle la pulseada al poder.
Para evitar una nueva frustración y la impotencia que viene de su mano, solo resta diagnosticar adecuadamente el problema a enfrentar. Para conseguir que nuestra sociedad gire en el sentido correcto, hace falta mucho más que tener la razón o creer tenerla. Dar la batalla implica prepararse para una larga travesía, atestada de escollos, y sinsabores. Si se está preparado a recorrer ese camino, pues manos a la obra. Si de lo contrario, solo se harán intentos furtivos, preparémonos para resultados exiguos y para frustraciones que se replicarán dejando secuelas irreparables.
No es muy complejo, pero aunque parezca demasiado obvio, no vale la pena empezar a recorrer ese sendero si no se tiene dimensionado que tipo de pelea se esta dispuesto a dar. Los grandes problemas que enfrentamos precisan de una sostenida potencia para torcer el rumbo. El compromiso de la sociedad resulta imprescindible. Tal vez haya que entender que la tenacidad no es un requisito más, sino el requisito por excelencia.
Alberto Medina Méndez
Skype: amedinamendez
03783 – 15602694
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