El lanzamiento por Esteban al mercado electoral de su nuevo producto, la "Cédula del Buen Vivir", para realizar compras en los Abastos Bicentenario, seguido de la Proclama de Guerra a Muerte contra malandros y tierrúos por el general de Brigada, Antonio Benavides Torres, Jefe del Comando Regional Nº 5 de la Guardia Nacional Bolivariana, para quien "el destino final de un delincuente es ir a la cárcel o a estar bajo tierra"; demuestra que estamos ante un populismo militarista.
En este tipo de populismo resalta el exagerado personalismo, que hace deslizar al régimen hacia formas autoritarias que replican esquemas totalitarios de gobierno. En Venezuela estamos presenciando la vuelta del militarismo después de su derrocamiento hace décadas. Este nuevo militarismo se nos presenta tanto en la forma como en el contenido. En la forma, pues su discurso y gestión gubernamental está fuertemente saturada de lo militar, y en el contenido, ya que en la Constitución misma se consagra la participación activa de las FFAA en el desarrollo nacional, más allá del papel de garante de la independencia y soberanía de la Nación y su espacio geográfico. Todo ello cabalgando sobre el discurso y la postura antipolítica: contra los partidos políticos, contra los sindicatos, contra la Iglesia, contra los medios de comunicación social, contra los empresarios, etc., lo que es una contradicción pues el ejercicio de la política supone la exclusión de las armas; postura que podría devolvernos a la condición originaria de fusión del Estado con el Ejército, a partir de la cual las leyes no eran promulgadas sino sencillamente dictadas. Por ello, tomando en cuenta nuestros antecedentes históricos de personalismos y caudillismos, el militar en ejercicio de la representación política termina apropiándose arbitrariamente de la voluntad popular sólo que ahora montado sobre el discurso de la redención populista, distorsionando así a la democracia y sus instituciones, y deviniendo inevitablemente en autoritarismo.
Esto es lo que ha sucedido con el gobierno de Esteban. Efectivamente, a lo largo de estos casi doce años el país ha visto concentrar en la figura del Presidente los máximos poderes: el Legislativo, el Judicial, el Electoral, la Contraloría, la Defensoría del Pueblo, el Ministerio Público, los cuales han actuado siempre bajo sus designios, desvaneciéndose los obligatorios contrapesos públicos sin los cuales la democracia pierde su condición de tal. Pero además, el discurso presidencial se ha encargado de profundizar el déficit institucional, atacando y hostigando implacablemente a los factores que se le oponen y negándoles toda posibilidad de autonomía.
Ello nos permite concluir que Venezuela no vive hoy en una democracia, a pesar de que aún conserva sus instituciones, o mejor dicho cascarones, que la identifican. Estamos frente a un régimen que si bien no ha logrado fundir a la sociedad con el Estado en un solo cuerpo uniformado, tiene una clara vocación para hacerlo.
En conclusión, este populismo militarista se caracteriza por una vinculación directa entre el supremo líder (el Comandante-Presidente) y la sociedad, en menoscabo de la institucionalidad y la democracia.
Contra el populismo verde oliva, vota este 26 de septiembre.
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