La gesta independentista en Venezuela, que más bien debiera llamarse la ingesta mortuoria, cubrió los caminos de la proto patria con más de cuatrocientos mil muertos entre 1811 y 1824; muertos de todos los bandos y no sólo de hombres en combate. La mayoría de esas muertes fueron cobardes asesinatos de mujeres, niños y viejos, a veces pueblos enteros, azotados por la brutalidad de un combate a sangre y fuego, entre los mismos lugareños y a cuenta de unos ‘blancos’ que se disputaban el control militar y político de una zona en constante reclamación. Unos pertenecían a una burguesía de blancos criollos (como Miranda, Bolívar, Sucre y Urdaneta) que aspiraban asumir esos controles y que a disgusto aceptaban como sus pares a mulatos, zambos y ‘cuarterones’, Los otros blancos, los peninsulares, pretendían retener para sí las numerosas prebendas e incalculables ganancias que obtenían de las encomiendas otorgadas por gracia de ‘su Majestad’ con apoyo militar del Imperio Español.
Más parecida a una prolongada y sangrienta guerra civil que a una movilización militar de independencia, la ingesta mortuoria que se desató en los predios de la Capitanía General de Venezuela, tachonó de muertos los sinuosos caminos que entrelazaban pueblos, villorrios y ciudades. Las consecuencias del Decreto de Guerra a Muerte ordenado por Bolívar en 1813 en nada se diferenciaban de las matazones que ordenaba Boves en su trayecto de ‘sangre y muerte’ por el Llano, rumbo a Caracas. Esa y no otra es la descripción que en justeza habría que hacer de las presuntas gloriosas batallas independentistas, que muy pocas veces fueron ‘ganadas’ con las estrategias y las tácticas militares de la época, sino que fueron ‘perdidas’ por el contrario a causa de sus torpezas o por el desconocimiento del terreno y de la movilidad de sus enemigos.
Aunque parezca mentira, las angustias de los venezolanos del Siglo XXI no han cambiado desde entonces por estas calles. Sobre la misma tierra se ha derramado la sangre de más de 150.000 personas en los últimos 11 años, sólo por armas de fuego (súmele los otros fallecimientos y se asombrará) y el oficio de difuntos es el más lucrativo en esta tierra venezolana. En medio de una campaña electoral para elegir 165 diputados a la Asamblea Nacional, un zambo esgrime sus lanzas coloradas junto con la promesa de destruir a sus enemigos, mientras la polvareda de los caminos se levanta, enjundiosa, para darle la bienvenida o despedir a estos modernos montoneros que como aquellos, van de pueblo en pueblo, de caserío en caserío, haciendo promesas y reclutando gente a punta de billete y comida.
Cuando los veo pasar o los veo por televisión, todos rojitos, todos listos para ‘la batalla’, no puedo dejar de evocar la voz de Presentación Campos, el mayordomo de ‘El Altar’:
.- “Mire Natividad, venga acá.
.- A la orden, jefe.
.- ¿Qué le parece esta vaina?
.- ¿Cuál?
.- ¡Guá! Esta de habernos alzao.
.- Muy bien hecho. Hasta cuando íbanos a aguantar
.- Ahora estamos arriba, Natividad. Los de abajo que se acomoden.”
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