Las elecciones parlamentarias que tendrán lugar el 26 de septiembre en Venezuela, son decisivas, trascendentales, a partir de lo que revelen aquellas ánforas ocurrirán cambios fundamentales para bien o para mal. Sorprende que haya gente, escasa en verdad, que no atribuya importancia crucial a las mismas. Sin embargo debo decir que los resultados van a ser favorables para Venezuela, que en medio de las dificultades y desventajas servirán para arribar a una posición superior en la defensa de la libertad y la democracia.
Este proceso electoral que culminará ese día - domingo 26 de septiembre de 2010- transcurre frente a la degradación del Estado y la incapacidad de un gobierno para resolver los problemas; inútil para mejorar los aspectos fundamentales de la vida en sociedad. Basta observar la pantalla del televisor, o leer las noticias de un diario, para percatarse de que nuestra condición ciudadana circula por dos vías paralelas. Por un lado, el camino de los discursos y propuestas de Hugo Chávez poblado de cadenas de radio y televisión, cuñas, marchas pretendidamente movilizadoras y de abusiva propaganda oficial. Por otro, el creciente deterioro de Venezuela por el aumento de la pobreza, escasez de alimentos, cortes de energía, corrupción masiva, presos políticos, cierre de emisoras y una televisora, con el índice inflacionario más alto de América latina. Con angustioso clima de inseguridad que envuelve en ceremonia de sangre y desesperación a todos los venezolanos.
Las candidaturas del gobierno y de la Mesa de la Unidad Democrática representan no sólo dos tendencias políticas, sino una alternativa radical: la continuidad del sistema democrático que existe en el sentimiento de todos los venezolanos, que la sociedad venezolana rescato el 23 de enero de 1958 a la caída del dictadura de Pérez Jiménez, o a la instauración de un régimen populista, autoritario, al que ha apuntalado Hugo Chávez con tendencia hacia el Estado totalitario, donde el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo, donde la voluntad del jefe es la única Constitución vigente.
El papel de estas elecciones parlamentarias es tan decisivo en nuestra circunstancia política como los valores inscritos en el preámbulo y en los derechos y garantías de la Constitución de la Republica. La democracia es o debe ser una obra de orfebrería entre medios y fines. En ella estas elecciones son el único medio legítimo para alcanzar los fines del buen gobierno. Medios, no fines. Estamos en un país al revés: los medios se han convertido en fines y estos últimos, mientras tanto, aguardan ser satisfechos ante el gesto crispado de la ciudadanía.
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