domingo, 29 de agosto de 2010

LA SINTAXIS ELECTORAL; EL CASO VENEZUELA, FERNANDO MIRES. EN LA TRIBUNA LIBERTARIA DE RAUL AMIEL

He sabido que frente a las elecciones parlamentarias que tendrán lugar en Venezuela el 26 de septiembre del 2010 varios comentaristas opinan de acuerdo al valor concedido a determinadas encuestas, reconociéndose, además, que existen encuestas oficialistas y otras que no lo son, y que las oficialistas dan por ganadores a las fuerzas oficialistas y las no oficialistas a las no oficialistas. De ahí que es recomendable a todo quien quiera escribir un análisis político no dar a las encuestas más valor que el que damos a los horóscopos, a menos que creamos de verdad en la astrología, tema que al autor de estas líneas es tan ajeno como la nigromancia o la alquimia.

No es que las encuestas sean falsas. Pienso, por el contrario, que quienes las hacen toman muy en serio su trabajo y que algunos actúan, además, de acuerdo a criterios objetivos. Más aún, las encuestas reflejan en algunos casos la verdad, pero –éste es el “quid” del asunto- sólo la verdad del día, hora y minuto en que se hacen las encuestas. Afortunadamente los seres humanos cambiamos de opinión cada cierto tiempo, y escribo afortunadamente, pues si nadie cambiara de opinión, no sólo las encuestas estarían de más; las elecciones también.

Las elecciones son luchas por el poder cuantitativo. Se trata de obtener más votos que el enemigo lo que explica que muchas veces ocurre que quienes menos se preocupan de política son los que definen los resultados, sobre todo cuando las elecciones tienen lugar, como ocurrirá en Venezuela, entre dos fuerzas diametralmente opuestas: la del chavismo y las del anti- chavismo. De ahí que el objetivo es, primero, que los indecisos se decidan, y segundo, que los decididos abandonen su decisión y pasen al otro lado.

Hay otras razones que obligan a restar cierta importancia a las encuestas. Una de las más relevantes es que, al igual que nosotros, la realidad también cambia. A veces, un acontecimiento que ocurre un par de días antes de una elección, puede decidir su resultado. Recordemos, a manera de ejemplo, como los actos de terror ocurridos en España el 11 de marzo del 2004 cambiaron la opinión electoral e hicieron posible que Rodriguez Zapatero y no Rajoy –quien arrasaba en las encuestas –llegara al gobierno.
Esas son, entre otras, razones por las cuales una lucha electoral no debe darse por terminada hasta el día antes de la elección. Aún está fresco el recuerdo del fracaso rotundo de las encuestas colombianas que daban una altísima votación a Antanas Mokus quien obtuvo, al final, sólo un magro 27,5%. Todavía las encuestadoras colombianas están intentando justificar el papelón que jugaron.
Pero si nuestras opiniones no están basadas en encuestas ¿quiere decir que las opiniones deben estar libradas a la pura subjetividad del analista? En efecto; si la función del analista político fuera la de adelantar resultados, no hay otra alternativa que recurrir a encuestas. Pero ¿es ésa la tarea del analista político?
La verdad, no hay nada más dañino para un análisis que hacer profecías. Por supuesto, ningún análisis es completo si renuncia a la presentación de algunos escenarios posibles, pero siempre bajo el entendido de que se trata de simples hipótesis. En otras palabras, nadie tiene las llaves de las puertas del futuro. Ahora, aquello que sí se pide a todo analista frente a unas elecciones, es presentar un cuadro de las diversas correlaciones de fuerzas, y eso significa, en primera línea, ocuparse de la sintaxis política del momento. Afirmación que obliga a explicar con qué se come eso.
La sintaxis, como es sabido, es aquella parte de la gramática que se ocupa de precisar el orden de las oraciones, determinando el lugar que ha de corresponder al sujeto y al predicado, a la proposición y al pronombre, al adjetivo y al sustantivo, al significante y al significado. De ahí que los semióticos modernos opinan que la sintaxis asegura el orden del discurso, de tal modo que cada discusión filosófica o política es, en el fondo, una discusión sintáxica. Pues bien, como muchos de los términos que usamos, el origen primario de las palabras no viene de la discusión galana sino de su realidad antecesora: la guerra. En efecto, en la Grecia pre-helénica la sintaxis era la disciplina destinada a estudiar el orden de los ejércitos antes de las batallas de acuerdo a un conocimiento previo del orden (sintaxis) del ejército enemigo. De este modo la sintaxis militar precisaba lo espacios donde debería actuar la infantería, la caballería, los escuderos, los flecheros y los lanceros. Así, la construcción de una sintaxis equivocada podía determinar la derrota frente a un enemigo más débil. En la política ocurre lo mismo. Una palabra equivocada, o un desorden discursivo, puede llevar a la pérdida de puntos en una contienda electoral. Con ello quiero decir: todo argumento es una construcción sintáxica y los argumentos son armas de esa guerra gramatical que es la política.
Sin embargo, a diferencias del arte de la guerra, en donde se trata de ocupar espacios territoriales, a través del arte de la política intentamos ocupar espacios argumentales que en la política reciben el nombre de temas. Luego, quien ocupe los temas predominantes puede situarse en mejores posiciones electorales que su enemigo. Ello supone, por supuesto, que para ganar a la opinión pública a través de la sintáxis discursiva es necesaria una mínima libertad de opinión. Es por eso que todos los regímenes dictatoriales -y los que quieren serlo- buscan suprimir la libertad de opinión (y por supuesto, a sus medios de expresión) Pero al hacerlo destruyen la sintaxis política y con ello a la propia política.
2.
Analizar la sintaxis electoral de un país tan complejo como Venezuela obliga a hacer simplificaciones; y la más grande es la que se da entre los dos frentes nacionales: el chavismo y el anti-chavismo. Entre esos dos frentes está el campo del no-chavismo que tanto el chavismo como el antichavismo intentarán ocupar. Luego, avanzar hacia esa franja intermedia que es el no-chavismo, presupone analizar la sintaxis al interior de cada uno de los frentes en conflicto, y luego, ver en que medida cada una de esas fuerzas se encuentra en mejores condiciones de ocupar temas electoralmente decisivos.
Ahora bien, entre el chavismo y el antichavismo existe una ya larga división del trabajo. Mientras el chavismo ha logrado erigirse en representación del tema de las necesidades sociales, el anti-chavismo lo ha hecho en representación del tema de las libertades políticas. Esos son, por lo demás, los temas preferidos de cada una de las fuerzas en conflicto.
No obstante, después de 12 años de chavismo será posible afirmar que en lo que respecta al primer tema, el de las necesidades sociales, el chavismo ya no es lo mismo que antes. Por supuesto, mantiene su presencia en las misiones y continúa su práctica asistencial. Pero, paralelamente, sus propios seguidores son afectados por la inflación que el gobierno, definitivamente, no sabe controlar. A la vez, las miles de toneladas de alimentos descompuestos que aún siguen encontrándose en puertos y cercanías no ayuda a incrementar la popularidad del gobierno. Si a ello sumamos la incapacidad oficialista para afrontar el tema de la seguridad ciudadana, que también golpea fuerte a los sectores populares, hay que convenir que el bastión social, fortaleza tradicional del gobierno, se encuentra sumamente deteriorado.
Tampoco ha logrado el chavismo aumentar el espacio de legitimidad democrática. Al contrario, el gobierno no sólo controla los tres poderes públicos, sino que lo hace sin el menor pudor, encarcelando opositores sin presentar pruebas, cercenando los espacios de libertad comunicacional, convirtiendo al ejército y a la policía en fracciones armadas del Partido del Estado, difamando y reprimiendo a sus adversarios como cualquiera dictadura tradicional. En breve: el gobierno ha dilapidado el capital de legitimidad democrática que llegó a alcanzar después del intento de golpe de estado del 2002. Es por eso que hoy se suman y suman voces que señalan que el gobierno ya no es democrático sino dictatorial. En breve: el oficialismo ha perdido una parte del capital popular y democrático que le dio origen. Le queda, por cierto, un tercer mega-tema, uno que ha sido, por así decirlo, su marca de fábrica: el nacionalismo.
Pero aún en la agitación del tema nacionalista es posible detectar retrocesos que, bajo condiciones normales deberán hacerse presente en los escrutinios de septiembre. Por cierto, la prédica nacionalista -propia a la impronta militar del régimen- sigue activa, pero en un escenario que ya no es el mismo de hace algunos años. Para precisar hay que tomar en cuenta que el nacionalismo, para que bien funcione, requiere de enemigos “anti-nacionales” muy bien configurados. Fue así que Chávez logró construir un esquema de acuerdo al cual “los enemigos de la nación” eran principalmente dos: los EEUU y la “oligarquía colombiana”. A partir de esa premisa, la oposición fue presentada como “una burguesía apátrida vendida al imperio”. Ahora, para que ese rudimentario esquema funcionara debía ser personificado. Así, Bush y Uribe fueron convertidos, de acuerdo al imaginario chavista, en los enemigos principales de la nación.
Levantar a Bush como enemigo era, por lo demás, muy fácil: Bush llegó a ser uno de los gobernantes menos populares del mundo. Con Uribe era más difícil pero, por lo menos entre los chavistas más adictos, también lo consiguió. Hoy, en cambio, en lugar de Bush está Obama, uno de los pocos gobernantes norteamericanos que ha logrado ser popular en América Latina. Y en lugar de Uribe está Santos con quien Chávez acaba de dar “vuelta a la página” en Santa Marta. A través de esa “vuelta de página” a Chávez no le queda más alternativa que aparecer como el representante de la paz y, convengamos, ese no es el papel que más le sienta.
Así, sin enemigo personificado, la agitación nacionalista no es más que prédica abstracta que ya no puede desatar las pasiones que Chávez logró concitar en el pasado. El cuadro nacionalista se ve aún más deteriorado si consideramos, por otra parte, que la oposición también está en condiciones de agitar banderas nacionalistas en contra, esta vez, de la ocupación cubana del ejército venezolano y de la ocupación territorial de las FARC en los límites colombo-venezolanos.
3

Analizando la formación sintáxica del discurso chavista, es posible afirmar que ese discurso se encuentra muy gastado, lo que por lo demás es lógico: cuando llegó al gobierno el chavismo tenía mucho futuro y ningún pasado. Hoy tiene mucho pasado y cada vez menos futuro. Ha perdido consistencia social, no ha logrado mantener su legitimidad democrática y la carta nacionalista ya no puede ser usada con eficacia. ¿Son razones para que el anti-chavismo cante anticipadamente victoria? No. De ningún modo.
Las tres razones mencionadas deberían llevar a la derrota a cualquier gobierno normal en cualquier país normal. Pero ni de lo uno ni de lo otro estamos hablando aquí. Hay que tener en cuenta que el chavismo es un proyecto de toma del poder total, no sólo de los poderes públicos, que ya los posee, sino del conjunto de la sociedad y que, por lo mismo, dispone de mecanismos destinados a asegurar ese objetivo. De esos mecanismos hay por lo menos tres que le son muy propios. Ellos son: 1) El control absoluto del Estado (sobre todo ejército y policía) 2) Un líder mítico y 3) un Partido-Estado.
El control del Estado por un gobierno es una ventaja enorme en las luchas electorales. Más todavía si el gobierno da a las elecciones un sentido militar, a saber: una batalla que hay que ganar en una guerra total. Así, el gobierno está en condiciones de invertir sumas inmensas en campañas electorales. Más todavía, puede movilizar comandos y batallones electorales con el objetivo de intimidar a los más indecisos. De acuerdo a esa estrategia, lo que no se consigue con argumentos puede conseguirse por medio del terror callejero. Y para que nadie se engañe, Chávez ha lanzado ya la consigna de “demoler a la oposición”. Si las huestes menos políticas del chavismo –y son muchas- entienden el verbo “demoler” en sentido literal, sabremos por lo menos quien fue el autor intelectual de actos de violencia para-militar que, dicho con cierta seguridad, acompañarán a estas elecciones.
El liderazgo de Chávez está dirigido a los sectores políticamente (aunque no económicamente) más atrasados de la nación, sectores para los cuales Chávez no sólo es un representante de intereses sino de símbolos y visiones apocalípticas anidadas en las profundidades más recónditas del inconsciente colectivo. En cierto modo el liderazgo de Chávez, menos que socioeconómico y más que ideológico, es pseudo-religioso (basta recordar las ceremonias de ultratumba practicadas por el líder) Eso quiere decir que Chávez cuenta con un sector de la población cuyas motivaciones no son lógicas sino míticas. Es por eso que el mensaje chavista nunca ha calado en los estratos más educados y cultos de la sociedad. Pero sí, y con mucha fuerza, en un universo marginal, semirural y rural, dispuesto a seguir a cualquier mesías iluminado que ofrezca una utopía vindicatoria, un más allá redencionista y un futuro promisorio. Eso quiere decir que, aunque el gobierno chavista sea un desastre –y lo es- aunque la economía se venga abajo – y se viene- aunque la inflación suba a los cielos- y sube- aunque la corrupción aumente- y aumenta- ese sector de la sociedad seguirá siendo chavista hasta el fin de sus días.
En fin, el chavismo cuenta con un capital socio-cultural constante y con un capital socio-económico variable. El detalle es que el primer capital no es muy pequeño. Y, a juzgar por los resultados electorales del pasado, parece ser más grande que el segundo.
El problema para Chávez es que en las parlamentarias el candidato no será Chávez. De ahí que, como siempre, el presidente se apresta a dar a las elecciones un carácter plebiscitario. Por eso es muy importante que sus candidatos vistan, actúen y hablen como Chávez. Un ejército de chavecitos uniformados destinados a repetir “la voz del amo” a través de campos y ciudades. Ellos no hablarán por su boca; ellos serán las bocas de Chávez. Si ese proyecto resulta, está por verse. Eso depende en gran parte si los candidatos de la oposición no se dejan ganar las calles. En cualquier caso, si estos últimos se equivocan, se equivocarán ellos mismos. Pero si Chávez se equivoca, se equivocarán todos sus candidatos; y a la vez.
En tercer lugar, y tal vez el más importante, es que el chavismo cuenta con un partido único de Estado, el PSUV, el que no es un partido en el sentido político del término. Para decirlo así: el PSUV es antes que nada la representación política del Estado en el interior de la sociedad venezolana, o lo que es parecido: es la prolongación del Estado hacia “abajo”. Es, en fin, un partido totalitario de un proyecto totalitario en un país no totalitario. Sus antecesores históricos son los Partidos-Estados de los países comunistas y en América Latina su predecesor más conocido es el PRI mexicano. Debido a esa razón, la adhesión al PSUV no sólo es ideológica o emocional, como es la que existe en los partidos políticos normales.
Para ser más precisos: el PSUV agrupa en su interior a dos contingentes: el burocrático y el militar. Esa es la diferencia con el PC cubano que no es más que una rama civil del Ejército. Dicho en el propio lenguaje marxista: el PSUV es un aparato ideológico y represivo de la maquinaria del Estado, un instrumento de la clase estatal dominante en el Estado más hipertrofiado de todo el continente. Debido a esas razones, quien quiera escalar posiciones administrativas, militares o policiales, debe ser del PSUV. Quien quiera tener acceso a bienes, o ascender social o profesionalmente, debe ser del PSUV. Quien quiera recibir beneficios de misiones y otras prebendas, debe ser del PSUV.
Está casi de más decir que en tiempos de elecciones el PSUV se transforma en una formidable máquina de agitación, represión y propaganda cuyo objetivo es, como dice su líder, demoler a la oposición. La oposición, por su lado, no cuenta con nada parecido. Es por eso que cada elección en Venezuela es una lucha extremadamente desigual y, por lo mismo, dudosamente democrática. Luego, lo que debe asombrar no es que el PSUV obtenga victorias electorales sino que, a pesar de la existencia de esa maquina de moler que es el PSUV, la oposición siga todavía, después de 12 años, en pie de lucha.
4.
Pero si el PSUV no es un partido, la Unidad Democrática tampoco lo es. La MUD (Mesa de la Unidad Democrática, por sus siglas) es un frente electoral constituido por muchos partidos, organizaciones e iniciativas civiles. En cierto modo, la MUD es un organismo electoral de defensa que se ha dado la democracia venezolana para detener el avance del Estado en su forma chavista. En ese sentido defensivo la MUD puede ser comparada con los Frentes Populares surgidos en Europa a mediados de los años treinta del pasado siglo, frentes que se formaron para luchar en contra de un enemigo común (en ese tiempo: el fascismo) y que en su propuesta defensiva alcanzaron ciertos triunfos electorales antes de que Stalin ordenara a los partidos comunistas dividirlos para transformarlos en frentes ofensivos (lo que tanto militar como políticamente era un absurdo) En los Frentes Populares europeos –de ahí el símil- cabían todas las tendencias y agrupaciones posibles, desde los comunistas más radicales hasta conservadores e incluso monarquistas, siempre y cuando estuviesen dispuestos a oponerse al avance del enemigo común. Eso explica porque los Frentes Populares carecían de una visión de futuro, que es, por cierto, la principal crítica que hacen los chavistas a la UD.
Es un contrasentido exigir que la MUD tenga una ideología común. Mucho más es exigir que elabore un paradigma hacia el futuro. Porque la UD no es más que lo que es: una unidad de coordinación cuyo objetivo es construir un dique electoral que detenga el avance del estado chavista. La UD, lejos de ser un bloque monolítico como el PSUV, acoge en su seno una amplia gama de tendencias socio-demócratas, demócratas y liberales, incluso tendencias religiosas, y por supuesto, también a una derecha poco significativa que ha debido doblegarse a una hegemonía que más bien tiende a la centro-izquierda (a juzgar por el número y peso de los partidos políticos principales)
Muchas son las críticas que se han hecho a la UD, y algunas parecen ser correctas. Que hay una excesiva representación de figuras del pasado político pre-chavista, es cierto. Que no hay una renovación generacional relevante, es cierto. Que algunos de sus personeros siguen laborando con los mismos métodos y usando la misma retórica de la (mal llamada) “Cuarta República”, es cierto. Que todos los candidatos deberían haber sido elegidos en primarias, es – quizás- cierto. Pero más allá de todas esas certidumbres es imposible negar que por primera vez el Partido de Estado enfrenta a un bloque electoral unitario, un bloque pluri-deológico, pluri-social y democrático, que eso es la UD. La UD, en fin, representa un enorme avance cualitativo en la historia de las luchas democráticas de Venezuela. Si podrá transformarse en uno cuantitativo, eso está por verse el 26 de Septiembre del 2010.
Las elecciones de Septiembre portan consigo otra gran novedad sintáxica. Por primera vez una fracción política desprendida del chavismo originario, aquella surgida de la ruptura del popular gobernador del estado Lara (Falcón) con el gobierno, fracción a la que dio acogida PPT, levanta una alternativa independiente a la de la oposición tradicional. La intervención electoral de PPT puede, en ese sentido, marcar un punto de inflexión muy importante en el curso político del país.
El PPT ha hecho una lectura muy original de la sintaxis electoral venezolana. O dicho en términos más usuales: ha realizado un buen análisis del mercado electoral. El PPT apunta, efectivamente, a recaudar su capital votante en dos direcciones donde existe una fuerte demanda y una débil oferta. Una es la de los indecisos quienes no siguen al gobierno pero tampoco a la oposición a la que ven – a veces con buenas razones- como portadora de ese pasado que hizo posible que Chávez llegara al poder.
La otra dirección apunta hacia el chavismo descontento, es decir, aquellos que disconformes con el curso totalitario que asume el gobierno ven, o creen ver en PPT, el renacimiento del espíritu originario de la revolución bolivariana. Si PTT puede servir de punto de atracción hacia el campo de los indecisos o de catalizador del chavismo potencialmente disidente, está por verse. En cualquiera de esos casos, va a quitar más votos al chavismo que a la oposición. Y llegada la hora de los recuentos puede ser el PPT un factor decisivo en la conformación de una mayoría anti-chavista, lo que no debe traducirse en una mayoría de parlamentarios. No hay que olvidar que el chavismo (no siempre tan anti- imperialista) al conformar los distritos electorales copió elementos arcaicos del sistema electoral norteamericano, los mismos que hicieron posible que el año 2000 Bush hubiera sido elegido presidente sin contar con la mayoría de los votos a nivel nacional. En breve: PPT se encuentra situado en una excelente posición estratégica. Ha tenido al mismo tiempo el talento para levantar -en un país políticamente dividido, pero tal vez cansado de estarlo- una política de reconciliación nacional que puede tener relativo éxito entre algunas capas de la ciudadanía. Además, hay que decirlo, tiene una u otra candidatura muy interesante.
El 26 de septiembre no será, por supuesto, el día del fin de la historia venezolana. Pero lo más probable es que a partir de ese día los frentes en contienda se verán obligados a realizar modificaciones muy importantes en la siempre inconclusa construcción de la sintaxis electoral de la nación.
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Francisco Mires es chileno, catedrático de la Universidad de Oldenburg, Alemania.
mires.fernando5@gmail.com

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