Sus enredos de interpretación de la teoría política, lo dejan mal parado ante un sector de la población que, por formación académica, no sucumbe ante los equivocados análisis y comentarios presidenciales.
En medio del debate de sordos que ocasionalmente incita el presidente–comandante, existe un enorme número de consideraciones exentas de ser realmente discutidas y acordadas. Vale esta alusión, por cuanto muchas veces su discurso, abultado de lugares comunes que no brindan ningún aporte en términos de contribuir en la solución de los problemas nacionales, cae en exageraciones, o en vaguedades, que sólo son demostrativas de confusiones conceptuales que luego se transforman en repulsivas contradicciones.
Sus enredos de interpretación de la teoría política, lo dejan mal parado ante un sector de la población que, por formación académica, no sucumbe ante los equivocados análisis y comentarios presidenciales. Incluso, en materia histórica es atrevido al momento de insistir en explicaciones alejadas de la realidad. Asimismo, cuando ha pretendido fungir como profesor de lingüística toda vez que se ha aferrado a ejemplos grotescamente contrarios a las reglas de la sintaxis y de la sindéresis. Pero en teoría política, y en teoría social, sus apreciaciones rayan en lo absurdo por su pretensión de deformar las realidades a su antojo y presunta erudición arrogándose condiciones o facultades de genialidad intelectual.
Unas veces dice ser cristiano. Otras, católico, apostólico y romano. Unas veces dice ser socialista; otras, marxista. Unas veces dice estar de un lado. Otras, estar del otro. Un día expresa una opinión o asegura algo, mientras que al día siguiente, dependiendo por cuál lado de la cama se ha levantado, qué sueño tuvo, o qué emoción lo asiste, asegura lo contrario.
Ahora la cuestión se le complicó ya que su mentor Fidel Castro, ha declarado públicamente que “socialismo es comunismo”. En consecuencia, habrá que esperar con cuál “película de vaqueros” esta vez saldrá. No obstante, cualquier respuesta no deberá sorprender. Particularmente, luego que hace tres años dirigió sus baterías contra el marxismo al desacreditarlo como teoría social. Para entonces lo refirió como dogmático. Inclusive, fue más allá al considerarlo como “una teoría recalentada, que en la época actual su aplicación correspondería a un comportamiento trasnochado o que es incompleto porque Marx no previó la invención de las computadoras”. Sin embargo, recién se pronunció como marxista lo que deja ver, precisamente, el embrollo teórico–conceptual que tiene y mantiene. Y que, en su condición de Jefe de Estado, lo descalifica. Ello, visto dentro del proceso crítico que debe asumir la dialéctica revolucionaria. Tal estado de hechos debería ser razón de alarma pues con divagaciones así sólo está alentándose un desorden funcional cuyo impacto tendrá reverberación en las instancias de gobierno que, supuestamente, deberían ocuparse de enmendar los errores que por inexperiencia en la aplicación de un modelo político “innovador”, como se anuncia el de socialismo bolivariano, han comenzado a devenir en franco perjuicio no sólo del país, sino también del gobierno en general. Entonces, ¿para qué dialéctica revolucionaria?
amonagas@cantv.net
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Sus enredos de interpretación de la teoría política, lo dejan mal parado ante un sector de la población que, por formación académica, no sucumbe ante los equivocados análisis y comentarios presidenciales. Incluso, en materia histórica es atrevido al momento de insistir en explicaciones alejadas de la realidad. Asimismo, cuando ha pretendido fungir como profesor de lingüística toda vez que se ha aferrado a ejemplos grotescamente contrarios a las reglas de la sintaxis y de la sindéresis. Pero en teoría política, y en teoría social, sus apreciaciones rayan en lo absurdo por su pretensión de deformar las realidades a su antojo y presunta erudición arrogándose condiciones o facultades de genialidad intelectual.
Unas veces dice ser cristiano. Otras, católico, apostólico y romano. Unas veces dice ser socialista; otras, marxista. Unas veces dice estar de un lado. Otras, estar del otro. Un día expresa una opinión o asegura algo, mientras que al día siguiente, dependiendo por cuál lado de la cama se ha levantado, qué sueño tuvo, o qué emoción lo asiste, asegura lo contrario.
Ahora la cuestión se le complicó ya que su mentor Fidel Castro, ha declarado públicamente que “socialismo es comunismo”. En consecuencia, habrá que esperar con cuál “película de vaqueros” esta vez saldrá. No obstante, cualquier respuesta no deberá sorprender. Particularmente, luego que hace tres años dirigió sus baterías contra el marxismo al desacreditarlo como teoría social. Para entonces lo refirió como dogmático. Inclusive, fue más allá al considerarlo como “una teoría recalentada, que en la época actual su aplicación correspondería a un comportamiento trasnochado o que es incompleto porque Marx no previó la invención de las computadoras”. Sin embargo, recién se pronunció como marxista lo que deja ver, precisamente, el embrollo teórico–conceptual que tiene y mantiene. Y que, en su condición de Jefe de Estado, lo descalifica. Ello, visto dentro del proceso crítico que debe asumir la dialéctica revolucionaria. Tal estado de hechos debería ser razón de alarma pues con divagaciones así sólo está alentándose un desorden funcional cuyo impacto tendrá reverberación en las instancias de gobierno que, supuestamente, deberían ocuparse de enmendar los errores que por inexperiencia en la aplicación de un modelo político “innovador”, como se anuncia el de socialismo bolivariano, han comenzado a devenir en franco perjuicio no sólo del país, sino también del gobierno en general. Entonces, ¿para qué dialéctica revolucionaria?
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