Hoy más que nunca necesitamos una Universidad vigorosa, abierta y estratégicamente conectada con la transformación de todo el sistema educativo; semillero de talentos y de conocimiento para cambiar la sociedad en su producción y ciudadanía democrática, aliada con los pobres para una guerra a muerte contra la pobreza y la exclusión.
Por encima de todo, una universidad libre y autónoma para crear y eficientemente financiada por quienes saben (gobierno, sociedad y empresa) que la buena educación es la principal siembra de desarrollo humano liberador.
Con asombro hemos visto en los últimos meses actos de violencia con inocultable complicidad gubernamental, combinados con proclamas de guerra contra todo lo que en la universidad no sea socialista-gobiernista. Agresiones económicas que impiden el funcionamiento, retención de los mejores talentos y maniobras diversas contra Upel, Ucla, ULA, LUZ, Unet, USB, UCV, Unellez, Universidad de Carabobo…
La locura suicida parece dominar a algunos funcionarios.
En una década en que el precio petrolero saltó de diez a 70 dólares, el gobierno se propuso ampliar el acceso a la universidad y la creación de nuevos centros y modalidades de educación superior. Idea feliz si no se hiciera despreciando la calidad y rebajando la universidad, nivelando hacia abajo, negando presupuesto a quien no se arrodille y castigando los estudios especializados de excelencia. Es necesario exigir transparencia, responsabilidad social y apertura, pero es inaceptable ahogar la autonomía, imponiendo el control gubernamental y el chantaje ideológico.
La universidad venezolana es una y múltiple, con variadas instituciones, todas autónomas dentro de la Constitución, financiadas en su conjunto por el presupuesto público, por los aportes privados y por el sacrificio de cientos de miles de familias en beneficio del futuro de sus hijos. Todas deben discutir y mejorar sin matar la variedad, la autonomía creativa y la libertad.
Aun las privadas somos públicas. Ahora que felizmente dejo el Rectorado de la Ucab, recuerdo que a 32.539 estudiantes de pregrado y a 14.525 de postgrado, he entregado el título en acto público diciéndoles “en nombre de la República y por autoridad de la Ley, le confiero el título de…”. No en nombre propio, ni como privado, sino en nombre de la República; en eso coincidimos todas las universidades, privadas y públicas.
He conocido cuatro ministros de universidades en la última década, todos eran conocidos opositores del gobierno y del sistema cuando realizaron prolongados estudios en el extranjero, financiados por el gobierno de la mal llamada “cuarta república”. Ellos saben que así debe ser, salvo en dictadura. ¿Por qué ahora se persigue lo que no es servil al régimen?
Perder la educación es perder el país. Las armas caudillistas pronto secuestraron la Universidad nacional, que Vargas y el Libertador concibieron con dotación, financiamiento y autonomía política. Es lamentable nuestra situación educativa y política durante el primer siglo; apenas sobrevivió una universidad raquítica, mientras que en Estados Unidos se disparaba su desarrollo moderno, respaldado por decenas y decenas de universidades.
Luego en 1903, el gobierno de Cipriano Castro mandó cerrar las universidades de Zulia y Carabobo para evitar la “degeneración del carácter nacional” a causa de la proletarización intelectual, aunque sólo graduaban varias decenas por año; quedaron solas las de Mérida y Caracas con muy pocos cientos de estudiantes. Deplorable sistema productivo nacional que no ofrecía oportunidades ni retos creativos para unas decenas de egresados universitarios. ¡Pobre país!, en la miseria y sometido a la lógica militarista, que tiene a las armas por cielo y a la inteligencia libre como enemiga. Por eso Gómez, en 1912, cerró la Universidad Central por diez años; donde haya obediencia servil que se quite la inteligencia crítica.
Pero hay luces de amanecer. Si un puñado de jóvenes convirtió el carnaval de 1928 en rebelión preñada de esperanza, que trajo frutos duraderos de libertad, dignidad y democracia, hoy un millón de verdaderos universitarios, lo podemos hacer. La Universidad es la madre (mater) nutricia (alma) del país entero. ¡Alma mater floreat! Que florezca, autónoma, plural, creativa y solidaria para que fructifique la liberación del país.
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