Nos queda la angustia de esperar que Peña Esclusa no sea usado a su vez como excusa para el arresto de otros dirigentes de oposición
Vamos a suponer que el arresto del presunto terrorista salvadoreño Chávez Abarca en el aeropuerto de Maiquetía no fue producto de la torpeza de un individuo que se supone experto, sino por la habilidad y la diligencia de las policías venezolanas. Podríamos suponer, también, que las declaraciones de este caballero a Telesur fueron sinceras y como consecuencia del miedo de sentirse totalmente descubierto o del afán de ganar méritos para una condena menor.
Lo que no tiene explicación es la velocidad relampagueante con que ese señor, con horas apenas en manos de las autoridades venezolanas, sin presentación ante un juez, sin proceso alguno, sin al menos una diligencia diplomática, fue deportado a Cuba. De inmediato la seguridad del Estado venezolano detuvo al primer presunto cómplice, Alejandro Peña Esclusa, un “terrorista” tan imprudente como el enviado a Cuba, pues según el Sebin tenía explosivo C-4 en su casa, donde vive con su esposa y su hija pequeña. Quizás por eso, por si una explosión, en el allanamiento no hubo presencia de un fiscal del Ministerio Público, ni orden judicial.
El caso suena como pretexto apresurado para ponerle coto al líder de Unoamérica, organización que no pone bombas sino que se ha dedicado a denunciar, a través de los medios, de libros, revistas y conferencias, la injerencia de la revolución bolivariana y del Foro de Sao Paulo en los países de Latinoamérica. Los “explosivos” de Pena Esclusa son él mismo, su capacidad de organización, su empeño, su voluntad opositora y su éxito como difusor.
Nos queda la angustia de esperar que Peña Esclusa no sea usado a su vez como excusa para el arresto de otros dirigentes de oposición, aunque no podemos evitar acordarnos de aquél enloquecido enero de 1958, cuando el general Pérez Jiménez ni entendía ni atinaba a controlar una rebeldía popular que se le escapaba de las manos, que la Seguridad Nacional no descubría, y que invadía las calles cada día con mayor presencia, y la única respuesta que se les ocurrió fue arrestar a todo dirigente opositor a troche y moche, además de estudiantes y manifestantes.
Chávez insiste en cazar pelea con el cardenal Urosa y la Iglesia católica, no abre puertas al nuevo presidente colombiano, denuncia colonialismos olvidados, quizás temiendo que su 23 de enero sea el 26 de septiembre. Lo terrorífico es que no parece estar decidiendo con frialdad de estadista, como debería y le sería más útil, sino con el nerviosismo de quien siente que se queda sin piso político.
Analítica Premium
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