Ante la liberación de 52 presos políticos en Cuba, los análisis se multiplican en los medios de todo el continente. Se dice, por ejemplo, que ahora toca a la Unión Europea levantar su Posición común del 96, y que Estados Unidos también debería dar un paso adelante.
En el caso de Estados Unidos, bueno es recordar que en abril de 2009 Obama liberalizó los viajes de cubano-americanos y los envíos de remesas, y del otro lado del estrecho de Florida no recibió ninguna respuesta.
En cuanto a Europa, no debería dejarse llevar por la euforia. Moratinos no dudó en proclamar: “Se abre una nueva etapa en Cuba...ya no hay ninguna razón para mantener la Posición común”. Algún columnista porteño incluso anunció sin margen de duda el inicio de la transición en Cuba. Hay sobrados motivos para refrenar tanto entusiasmo.
En todo caso, vale homenajear a los dos héroes de esta historia: el fallecido Orlando Zapata, muerto el 24 de febrero luego de 85 días de huelga de hambre, y Guillermo Fariñas, quien luego del anuncio de las liberaciones terminó, aún con vida, 135 días de esa medida radical. Son ellos los que forzaron la mano de la dictadura, que quedó arrinconada con la muerte de Zapata y que ahora temía una repetición con Fariñas, quien con su cuerpo devastado le ganó la pulseada al más temible aparato represivo de América latina.
Ya en el plano de la realpolitik, hay que decir que Raúl, menos ideológico que su hermano mayor, sabe que necesita divisas e inversiones desesperadamente. Lo ideal sería para él el levantamiento total del embargo de Estados Unidos. Pero Washington no dará un paso semejante a cambio de un puñado de presos y algunos halagos en el Granma. Por esto, Raúl parece apostar a una nueva oleada de inversiones españolas y europeas. El diseño de largo plazo del menor de los Castro sería el tan mentado modelo chino: control totalitario de los ciudadanos, ninguna libertad, pero mucha economía de mercado. Pero esto no es tan fácil de hacer: el régimen de inversiones extranjeras en Cuba debería flexibilizarse sustancialmente, y además el ejército de Raúl, que es dueño de gran parte de la economía, debería retirarse de esos feudos.
El sector más ortodoxo no va a permitir un cambio de ese alcance mientras pueda. De hecho, cuando Fidel cayó enfermo en 2006 encabezaba una furiosa campaña para deshacer los pocos avances económicos de la descentralización de los 90. La ola represiva de 2003 era parte de ese plan reaccionario. Pero además, Fidel tiene un instinto de supervivencia universalmente reconocido: intuyó en aquella limitada ráfaga aperturista riesgos para su amado sistema totalitario, que él llama con logrado humor negro “la revolución”.
Una gran oleada de extranjeros, de dólares y euros, de Iphones y de notebooks, de redes de Wi-fi, con el consecuente cambio de costumbres, en un país chico e insular como Cuba, podría tener un efecto sísmico sobre ese sistema esclerosado. Muchos de quienes abogan por levantar el embargo plantean justamente que las inversiones serían el caballo de Troya de la democracia y las libertades básicas. Se suele replicar que en China no ha ocurrido nada de esto, pero se olvida la enorme diferencia de escala, geografía e idiosincrasia entre ambas sociedades. Los chinos, como en general los pueblos asiáticos, tienen una historia milenaria de obediencia ciega al Estado y de aceptación de sus violencias. Los cubanos, pese a medio siglo de aislamiento y adoctrinamiento stalinista, claramente no entran en esa tipología.
En cuanto a Moratinos y los europeos, deberían exigir a cambio de la normalización de relaciones un cambio en la legislación penal cubana, o al menos una suspensión de sus peores cláusulas represivas, violatorias de toda noción penal mínimamente democrática.
Pero puede que el afán de competencia por ocupar la plaza de inversiones en la isla, de ganársela a los gringos, pueda más que estos planteos principistas. Porque detrás de las denodadas gestiones de Madrid, ¿no habrá habido siquiera una pizca de lobby de las empresas españolas? La pregunta se formula de manera premeditadamente candorosa.
Está claro que la gente que lleva demasiadas cicatrices por las crueldades de la dictadura castrista no puede verlo a Moratinos. El insiste en demoler la Posición Común de la UE, algo que sin dudas daría oxígeno a un régimen totalmente aislado en Europa, a cambio de lograr avances mínimos en derechos humanos, como estos que se han alcanzado ahora. Este sector del exilio olvida, comprensiblemente, una cuestión central de la política: se trabaja sobre realidades, aunque estas sean aberrantes, como es una dictadura, militar para mayor oprobio.
Elizardo Sánchez y la Iglesia cubana están a favor de una negociación que permita liberaciones y que aligere las condiciones brutales de detención de los que no saldrán libres. Y con esta negociación a tres bandas la Iglesia quedó posicionada como un actor central en el proceso cubano. Además, el resultado, la liberación de los 52, no podrá ser vendido por los propaladores del castrismo de todas las latitudes como una concesión mayestática de los Castro, dado que a todas luces fue una concesión arrancada, un retroceso inocultable de un gobierno que debió sentarse a negociar bajo la presión internacional desatada por la muerte de Zapata. Y la participación de España implica otro retroceso para la doctrina anacrónica del régimen sobre la "no interferencia en asuntos internos", muy utilizada en los años 70 por las dictaduras militares de derecha, como la argentina, y por las de izquierda, como Cuba.
http://www.cadal.org/articulos/nota.asp?id_nota=3498
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