Plebiscito
Las elecciones del 26 S constituyen un plebiscito. Los votantes están divididos aproximadamente así: la oposición radical (que votará por quienes quiera que sean los candidatos opositores), el chavismo radical (que hará otro tanto con sus candidatos), la oposición descontenta con la dirección opositora (una parte de la cual puede votar al final y otra abstenerse), el chavismo descontento (con unos que atenderán el llamado de su líder y con otros que pueden también abstenerse) y, finalmente, un sector furioso con Chávez pero que está sometido a una campaña de terror; quiere votar en contra pero tiene miedo porque piensa que puede colocar en riesgo su empleo, el de su familia o algunos de los recursos que obtiene por ponerse camisa roja. Los votos potenciales para la oposición son mayoritarios, pero, ¿podrán convertirse en votos reales?
Chávez hace todo lo posible por polarizar y la respuesta de la MUD es intentar eludir esa polarización porque la Presidencia del país no está en disputa y porque -piensan- sería una apuesta infortunada, dada la popularidad que conserva Chávez. En estas líneas se argumentará que las elecciones serán plebiscitarias y que no es mala idea que éstas lo sean.
Esfuerzo Polarizador
Al margen de que le convenga electoralmente o no, Chávez no puede hacer otra cosa que polarizar en una política del todo o nada. No lo hace por habilidad estratégica sino porque en un régimen autoritario y personalista no hay posibilidades de matices ni de que los lugartenientes ocupen posiciones relevantes en las campañas electorales cuando éstas se dan. El caudillo es todo; sin él no hay nada. Si el caudillo desaparece de escena detrás de él no hay nadie; el culto a la personalidad impide cualquier atrevimiento. Sus ordenanzas saben que la sola furia del Faraón trueca en ostracismo lo que habrían sido rentables destinos. Así, nadie osa decir esta boca es mía.
Para polarizar no basta la arrolladora, asfixiante e inmediata frecuencia presidencial, lo cual crea esa atmósfera tóxica -y contraproducente a sus fines- en la que el personaje es omnipresente, omniparlante y omnifastidioso. Por sobre la presencia abusiva en los medios de comunicación hay un efecto de poder. Chávez polariza en forma inevitable porque en el país cualquier cosa lleva su cicatriz como huella del mando desmedido que ejerce. No hay nada que ocurra que, si se tira del hilo, no llegue a él. La polarización no es ya el resultado de una política sino un hecho estructural del régimen. Su capacidad de imponer la agenda está ligada a ese poder y solo podría ser enfrentada si se es más bravo que él.
La respuesta de los partidos ha sido intentar no polarizar con el caudillo. Afirmar que se va a llegar al parlamento a legislar en beneficio de las mayorías, por la libertad de los presos políticos, por el retorno a la decencia en el Poder Judicial, por la libertad y la democracia, pero sin aludirlo, parece desorientado. La opinión pública sabe que detrás de los males que corroen al país está Chávez y que los ciudadanos también saben. No hay que dorarle la píldora a nadie; el ciudadano de a pie no necesita que le mientan.
De la opinión al voto.
El que el descontento de los chavistas y el descontento de los atemorizados (antichavistas o no) se traduzca electoralmente no depende del grado en que Chávez amenace sino del grado de seguridad que tengan los electores. Si creen que esta volada de votar en su contra tiene sentido porque hay una dirección política que no los va a abandonar, entonces correrán el riesgo de sufragar por la oposición. Para la mayoría de los descontentos que alguna vez lo siguieron sus gritos, ya no convocan a la nostalgia del afecto perdido sino al pánico por las represalias. El enigma que la oposición tiene planteado es cómo hacer que, como en 2002, 2004, 2005, 2007 y 2008, valga la pena correr el riesgo.
Se sabe de sobra que la disidencia democrática ha vuelto a ser amplia mayoría como estado de opinión. La podredumbre gubernamental aflora de todos los contenedores y la pelea a cuchillo adentro de las murallas oficiales no da tregua. La opinión está en contra del Gobierno y con signos dramáticos. Sin embargo, no es automático el tránsito de un estado de opinión a una acción electoral; dicho esto sin contar con el fraude, el ventajismo y el ejercicio despótico del poder. Convertir rabia en votos tarea dura en el marco de un autoritarismo militarista. Es en este sentido que la votación plebiscitaria, además de ser una realidad política, puede ser conveniente para quienes se oponen al régimen.
Se sabe que hay dirigentes partidistas que comparten este criterio, mientras otros creen que así no se le llega al alma de los chavistas muy decepcionados pero todavía enganchados con el líder. Tal vez el acertijo se resuelva si se acepta el desafío de Chávez y se le dice, sí, es a ti a quien vamos a derrotar; sí, tienes razón: vamos por ti.
El Momento Mágico.
Para que eso ocurra tiene que venir un momento crítico que le diga a los venezolanos que ahora vale la pena porque se le puede derrotar si se convierte la furia en acción, con la misma fuerza que se volvió insurrección en 2002, votos en el revocatorio de 2004 y en el referéndum de 2007, y abstención en el 2005. En todos esos casos hubo conexión espiritual y política entre los ciudadanos y varios dirigentes; recuérdese cómo, por ejemplo, casi todos los jefes partidistas apoyaron la abstención de 2005 y se produjo la identificación aludida.
Ahora el momento mágico depende no de impedir el ataque a Chávez sino de tomar un asunto central y radiografiar el régimen a su través. Huele que la podredumbre de Pdval es el tema en el cual se anudan los demás; éste es el mensaje más poderoso que ha enviado el Gobierno al país: no me importas tú, no me importan ustedes que pasan trabajo. Muestra desdén hacia las necesidades básicas del venezolano. Además, allí el Gobierno se ha vuelto indefenso e indefendible y Chávez es el responsable directo, personal e intransferible. El otro gran tema es el papel nauseabundo del Ministerio para la Elecciones; mientras este tema no se aborde se le da un aval al CNE, verdugo de la sociedad democrática. Casar estas peleas, ultrapolarizadas, pone a la mano un arsenal y hace visible todas las miserias del bochinche bolivariano. Eludir a Chávez es imposible, pero, además, puede ser desaconsejable. Sus insultos son provocaciones pero sus políticas no.
Las visitas casa por casa son vitales pero una política global es irreemplazable, de lo contrario se vuelve un peregrinar sin destino, basado en recursos muy escasos. Chávez sube la temperatura a conveniencia, si la disidencia la sube a la suya otro gallo puede cantar. El cardenal Urosa ha dado un buen ejemplo al subir los decibeles.
www.tiempodepalabra.com
twitter @carlosblancog
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