En política es grave ignorar los hechos y las realidades. La ruina cubana hoy es una realidad, no una calumnia de los enemigos, sino una dolorosa vivencia de la población y una convicción amarga de sus conductores de medio siglo.
Se creó un sistema sin estímulos a la productividad económica y con economía totalmente estatal, con partido único, omnipresente y adueñado del Estado, donde sólo existen la única escuela, televisión, radio y prensa, sin libertad para pensar, informarse o visitar otro país. Se pensó que era la única vía para conquistar el paraíso terrenal.
Al principio hubo entusiasmo y logros en la lucha del héroe David contra Goliat, el vil gigante del imperio. Hace 25 años un alto funcionario de la revolución me dijo: “Nosotros supimos poner el primer piso y no sabemos cómo construir el segundo”, lo que interpreté así: trabajamos bien en educación y salud para todos, repartimos a los necesitados las viviendas dejadas por los que se fueron a Miami, nos apretamos todos el cinturón con un racionamiento de escasos alimentos y bienes de consumo, pero luego de un cuarto de siglo no estamos generando excedentes ni revolucionando las fuerzas productivas…
Hoy todo está peor, murieron las esperanzas e ilusiones, los jóvenes piensan que la vida está fuera y sueñan con poder escapar hacia una Miami idealizada.
El igualitarismo y la pobreza salarial los ha matado. El Estado no puede mantener 4.900.000 trabajadores de escasa o nula producción. Con salarios profesionales por debajo de 30 dólares no hay estímulos y si se abre la puerta a la propiedad privada de los medios de producción, a la creatividad y al libre emprendimiento, se acaba el comunismo estatista y el partido pierde su férreo control de la sociedad. Todo esto lo vienen discutiendo los burócratas y el partido comunista, pero no cambian por miedo de que se les escape el control. El tiempo trabaja en su contra. La grave improductividad agrícola, que les obliga a importar 80% de los alimentos, tuvo el primer trimestre de este año una caída del 13%; lo que es una barbaridad. El déficit de vivienda es intolerable y el hombre fuerte del sector, Ramiro Valdés, expulsa sindicalistas porque “cuando hay robo, no puede haber estímulo”.
Obvio: sin esperanza, no hay mística revolucionaria y con la desilusión viene el “sálvese quien pueda”; la corrupción y el doble juego lo contamina todo. Las mafias rusas salieron del “hombre nuevo” soviético y de su partido comunista. Castro I dijo que “esta revolución se puede autodestruir”; pero no tuvo el valor y la humildad de añadir: “o cambiamos o perecemos”. El heredero, Castro II, no puede ni mejorar ni cambiar. Los destructores son los propios jefes aferrados a un modelo insensato e imposible. Ya no se puede silenciar todo, pero no basta la autocrítica sin los cambios esperados.
Nosotros deseamos la salida menos traumática para la desesperanza cubana. Celebramos que se humanice el trato a los disidentes, que funcione la mediación de la Iglesia, que se devuelvan los derechos fundamentales a todos y que cese el miedo y la represión. Y, por supuesto, que se acabe el bloqueo, haya apertura al mundo y aumenten los intercambios, inversiones, comunicaciones…
Nos queda una grave incógnita en todo esto. ¿Por qué Chávez se empeña en meter a Venezuela en una ratonera cubanoide y navegar hacia ese “mar de la felicidad”?
Se nos ocurren dos explicaciones complementarias. La debilidad del muchacho a quien le derrite oír una alabanza de Fidel, o recibir de manos de Castro I el certificado de “líder revolucionario” de América Latina. La otra es la terrible lógica del poder. Cuba no es buena para producir la prometida felicidad comunista, pero es eficaz para perpetuarse en el poder con una combinación de economía estatizada (todos dependientes del único empleador), ideología exclusiva y férreo control policial y militar. La represión necesita la ilusa ideología de que con los sacrificios de hoy mañana amaneceremos en el paraíso de la felicidad sin límite. El rumor cubano dice que le deben la comida a Chávez pero que éste les debe su seguridad en el poder, que es lo que hoy más ansía. Chávez sabe que el modelo cubano no produce paraísos, pero sí cierta legitimación idealista y represión para perpetuar dictadores.
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