domingo, 2 de mayo de 2010

SOÑAR CON LA "COSA", CARLOS BLANCO // TIEMPO DE PALABRA

"Lo que se construye entre los dos países es acierto inesperado de este pillín que es Raúl"

"Me voy muy satisfecho por el avance de relaciones con nuestros hermanos venezolanos, que cada día crece, cada día somos la misma cosa", dijo Raúl Castro. Chávez se apresuró a enmendarle la plana al afirmar que se trataba de "la misma Patria".

En realidad, definir lo que se construye entre los dos países como una "cosa" tal vez es un acierto conceptual e inesperado de este gracioso pillín que es Raúl. Es indefinible lo que está en marcha pero que no alcanza a ser algo que posea corporeidad precisa. Desde el lado venezolano aflora esa pasión adolescente por Fidel, ahora intermediada por el hermano zángano y pragmático; desde el lado cubano brota el espíritu del vividor que ayer se recostaba de la URSS y ahora se refocila acá, con el apareamiento interruptus del "período especial" de los 90, durante el cual no había alguien a quien parasitar fácilmente. La participación cubana en Venezuela ha propiciado lo que ningún reaccionario de uña en el rabo había logrado y es que muchísimos venezolanos detesten indiscriminadamente a quienes les descubren el tono de la isla, por sospechar que es uno de los sapos que invaden pacíficamente el país.

El Comunismo.


A estas alturas nadie debería dudar que la pasión borrascosa y la bruma ideológica que intoxican al caudillo estén dirigidas hacia lo que él concibe como un país socialista. Tanto es el convencimiento que obliga a sus subalternos, especialmente a algunos infortunados y lamentables jefes militares, a desgañitarse con la proclama socialista de la cual no tienen idea, salvo la vaga noción de que hay que repartir desde un lado y agarrar -aunque sea fallo- desde el otro. Sin embargo, tal pasión soviética está dejando mal parado al Comandante y a su entorno íntimo.

Ese socialismo con el cual sueña significa destruir la burguesía y propiciar que el poder vaya a los sóviets, con un partido capaz de controlar el Estado, lo cual incluye mano de hierro sobre la burocracia civil y la militar. El Estado, por su parte, se tendría que convertir "provisionalmente" (la experiencia histórica muestra que es para siempre, mientras dure el experimento) en el articulador de la vida social. El gobierno actual procura todo lo requerido en las líneas anteriores, pero le resulta lo contrario; no logra imitar a Cuba; ni a la China de Mao, ni al Vietnam de Ho Chi Minh, ni a la URSS de Stalin, mientras poco a poco se desliza hacia un despotismo estilo Kim Jon Il, hacia las payasadas trágicas como la de Mussolini, aderezadas con personalismos siniestros como el de Hitler, podredumbres como las de Fujimori y delirios como los de Abdalá Bucaram en su época de cómico-presidente de Ecuador.

En Venezuela se han destruido las élites, en algunos casos con su propio concurso. Sin embargo, la burguesía no ha desaparecido sino que se ha reestructurado. La burguesía más clásica se ha dividido, un sector ha desaparecido como integrante de la élite, se ha venido a menos o se ha dejado llevar, silenciosa, por la tormenta a donde quiera que ésta lo lleve, resignado a sufrir fuerzas que no controla. Otro sector, en algunos casos integrado por jóvenes avezados, se ha insertado en la maquinaria de producir capital rojo y aun no siendo simpatizante del Gobierno, lo surfea, con la conciencia de que la sociedad no funciona sin su concurso. La otra gran fracción es la nueva, la de los boliburgueses, que una vez hurtados los primeros millones de dólares dedican su vida a comprar respetabilidad en el exterior, mientras cuidan -como el ratón cuida el queso- los intereses de sus asociados o representados pertenecientes al régimen. El resultado es que la burguesía no ha desaparecido sino que se ha transformado y ha engrosado sus protuberancias más exóticas y corruptas. El propio Presidente, encandilado por su status social, carece de la sobriedad de los revolucionarios y más bien goza trajes, relojes, aviones, estilos, de aquéllos cuyas riquezas súbitas marean y pierden. Como cualquier rico, pero nuevo.

Estado y Eficiencia.


Un Estado revolucionario de verdad, funciona. Destruye viejas instituciones y crea otras nuevas. En Cuba la institución más profesional y eficiente está constituida por las Fuerzas Armadas Revolucionarias, capaz de descollar sobre el Partido Comunista y la organización social. El régimen venezolano -por el contrario- ha destruido a la FAN, le ha puesto la mano a los mandos de las unidades de combate, ha desarmado el resto, ha pretendido el reemplazo con la Milicia y todo se ha ido por el caño, eso sí, con equipos nuevos que los pícaros del planeta venden a un personaje que compra respetabilidad a realazos.

El Estado se hunde en una ciénaga de ineficiencia, no solo por el imperio de la piratería y el clientelismo, sino porque es un Estado sin propósito ni sentido. La proclama de la austeridad socialista cae en los oídos de quienes todos los días se ven solicitados a través de ayudas, bonos, programas, misiones destinadas a incrementar sus ingresos, a veces en forma engañosa. A la FAN le piden que proclame el socialismo y para aplacar el descontento, en vez de darle un bocado de moralina y una condecoración, le ofrecen 40% de incremento en el salario. Así hasta Bill Gates se vuelve socialista.

Ni qué decir del PSUV, partido sin ideología, sin programa, sin dirección colectiva, construido desde el Gobierno para llenar funciones que sólo una organización nacida desde abajo, sembrada en la sociedad, puede lograr. Ese partido hasta ahora cumple dos cometidos: mecanismo para procesar las contradicciones en el seno del régimen (unos suben y otros bajan sin que el dedo de Chávez se observe) y escalera para el ascenso social de un grupo de izquierda y de militares golpistas. Esta situación del PSUV obliga a sus dirigentes a convertirse en figuras estridentes para obtener el favor presidencial.

El crecimiento del Estado por obra de las estatizaciones y de la nómina no lo ha hecho ni más fuerte ni más eficiente sino más gordo e inútil. Con esa máquina no hay revolución, ni Cuba ni poder popular, sino capitalismo salvaje, a la rusa, con mafias, veneno y puñales.

El Interés Cubano.


A Cuba no le interesa que Venezuela se transforme en otra Cuba. Lo que le interesa es seguirla teniendo como la vaca lechera que garantice recursos para su moribunda economía. A Cuba no le conviene estar asociada con una economía exangüe sino llena de billetes. Por esta razón, quien apartará a Venezuela del comunismo no es el imperio sino los Castro para poder disponer libremente de sus recursos. A los jefes cubanos les conviene marear a Chávez con la ilusión revolucionaria de la cual se cree heredero sin que Venezuela deje de exportar su millón de barriles a EEUU. Mientras Chávez cree que se acerca a Cuba, los cubanos, sigilosamente, se acercan al imperio. Otra jugada maestra de Fidel desde el más allá.

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