Chávez vuelve a amenazar con la guerra civil. Ha dicho que "esta burguesía continúa con sus planes para liquidarme físicamente. Si lo hicieran, óiganme bien, ustedes no pierdan la cabeza, el juicio, no, allí están los líderes, el partido, mis generales, mis milicias, mi pueblo, ustedes saben lo que tendrían que hacer, sencillamente tomar todo el poder en Venezuela, absolutamente todo, barrer a la burguesía de todos los espacios políticos y económicos, profundizar la revolución a fondo, radicalizarla a fondo". Coloca un condicionante extremo -su muerte física- antes del comienzo de la guerra civil; magnicidio y susto con el cual los cubanos lo tienen mareado con la excusa de protegerlo.
Vuelve a excitar el espectro de la guerra y no tiene empacho en hablar de "mis generales, mis milicias, mi pueblo", denotando con el posesivo cómo se ha adueñado de "sus" generales, "sus" milicias y "su" pueblo. Extraño socialista que vive como rico, hace suyos los recursos que son de todos y hace suyas a las personas que comanda o de las cuales se apodera por obra del chantaje o del terror.
Este es uno de los más graves mensajes en su larga cadena de desvaríos. Ha amenazado con barrer a los burgueses que, en buen romance, significa matar a aquellos de sus conciudadanos a los que considera tales en caso de que él llegara a morir. Esta vez lo ha proclamado en el marco de un canto terrorífico a la guerra, con humildes ciudadanos disfrazados de milicianos, con niños incorporados en el momento en que lanza una "guerrilla comunicacional" que, en la práctica, es la consagración de las SS hitlerianas destinadas a cumplir las funciones de intimidación. Y es también la muerte de la FAN.
Convocatoria Guerrera. Dirán los del Gobierno que el condicionante puesto por Chávez, su liquidación física, es tan improbable como poderoso para afirmar que en esa remota eventualidad se justificaría el arrase. Dirán algunos de la oposición la frase poco imaginativa y aburrida según la cual tales alegatos son "un trapo rojo" contra el cual no hay que embestir, no sea que perturben lo de las candidaturas a la Asamblea Nacional. Lo lamentable es que la convocatoria a la guerra es, de hecho, una fase importante de la guerra. Se trata de la puesta en guardia de los espíritus, de las actitudes, de las racionalidades, para la batalla, que comienza desde que los bandos se preparan para librarla. El Presidente de los venezolanos llama a sus partidarios a armarse para destripar a otros.
Para hacerlo emplea varias metáforas. Una es la de la muerte. Si se observa bien, no se trata solo de la desaparición física sino de la desaparición política. Para Chávez cualquier intento consistente de sustituirlo en la Presidencia, sea por la vía de la renuncia, de un juicio político o penal, o que se le derrote en las elecciones, es equivalente a la muerte física. Para el régimen es inconcebible la salida de Chávez del poder y cualquier intento que a ese objetivo se dirija, con todo lo pacífico que pueda ser, es asumido como intolerable.
La otra metáfora es la de la burguesía. Para el Gobierno, quienes se le oponen se dividen en dos: los confundidos y los burgueses, que son los que conscientemente asumen el rechazo a Chávez. Los confundidos terminan haciéndoles el juego a los burgueses de acuerdo al criterio oficial. Cuando ofrece arrasar con la burguesía promete la muerte a quienes en plenitud de sus facultades y por un acto de deliberación lo enfrentan.
La tercera metáfora es la del arrase. Barrer, arrasar, es ofrecerle a sus enemigos lo que él teme: la muerte. Con este planteamiento el Presidente ha convocado a los conciudadanos que desprecia a prepararse para que en cualquier golpe de Luna, en cualquier desliz de protesta que pueda conducir a desestabilizar al régimen o incluso en la eventualidad de que una fracción opositora en la AN intente enjuiciarlo, se alcen los fusiles y rabias de sus patéticas milicias contra la disidencia democrática.
No Es Un Trapo Rojo. Excúsese a este narrador volver a utilizar esa frase tan desangelada pero que ha hecho su agosto en el liderazgo opositor aquejado de limitaciones expresivas. No, no es un señuelo. No es maniobra de distracción de un provocador. Es el centro de su estrategia: o soy yo o el derrumbe final. Así no hay mañana sino un presente con el caudillo a la cabeza.
En este contexto hay que evaluar las estrategias opositoras sin que, como reclamó en artículo reciente Aníbal Romero, las diferencias sean aplastadas por esa especie de "chavismo sin Chávez" que anida en dirigentes que no admiten crítica y reaccionan igual que Chávez ante las opiniones disidentes.
La preparación para las elecciones de la AN podía haberse insertado en una política más global de confrontación con el Gobierno. Esta oportunidad se perdió. No porque los dirigentes no declaren todos los domingos y los lunes contra el Gobierno, sino porque -con excepciones- dejaron de insertarse en la lucha social (huelgas, protestas de los transportistas, el conflicto gravísimo de Guayana o el de los trabajadores petroleros, luchas estudiantiles, entre otros). No lo hacen por una razón poderosa: pueden acusarlos de golpistas; en tanto que concentrados en el tema electoral dan testimonio de su apego a las normas; además piensan que ningún sector quiere ver en sus protestas a los más conocidos dirigentes políticos porque el Gobierno podría afirmar que son manipuladas por los partidos. Asuntos comprensibles, por supuesto. Sin embargo, no se trata de facilitarle la labor al régimen en la represión sino de plantear que el dilema de Venezuela, como quiera que se le mire, es la permanencia de Chávez en la Presidencia. Debe aclararse que existen muchos caminos que no son un golpe de Estado como el del 4F para sustituir a un mandatario: petición masiva de renuncia o enjuiciamiento con diferentes causales, además de unas elecciones exentas de fraude.
La controversia entre los jefes de los partidos por los puestos a la AN no es una tragedia. La tragedia sería que al final la montaña termine pariendo un ratón porque los candidatos no sean representativos o porque de tanto concentrarse en las elecciones se deje que la vida transcurra por las laderas y se renuncie a la única posibilidad de obtener una victoria política en septiembre. Ésta consistiría en asumir ese evento como un hito en la dura marcha en la que pueden unirse antichavistas y chavistas descontentos para sustituir constitucionalmente al presidente Chávez. Tesis con la cual no se pierden votos sino que se ganan porque un sector del chavismo, acoquinado como está, quiere buscar la oportunidad para un relevo que no signifique tierra arrasada con lo que el chavismo popular ha sido o representa. Si las elecciones no son un hito para el reemplazo de Chávez, ¿más o menos para qué sirven?
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Vuelve a excitar el espectro de la guerra y no tiene empacho en hablar de "mis generales, mis milicias, mi pueblo", denotando con el posesivo cómo se ha adueñado de "sus" generales, "sus" milicias y "su" pueblo. Extraño socialista que vive como rico, hace suyos los recursos que son de todos y hace suyas a las personas que comanda o de las cuales se apodera por obra del chantaje o del terror.
Este es uno de los más graves mensajes en su larga cadena de desvaríos. Ha amenazado con barrer a los burgueses que, en buen romance, significa matar a aquellos de sus conciudadanos a los que considera tales en caso de que él llegara a morir. Esta vez lo ha proclamado en el marco de un canto terrorífico a la guerra, con humildes ciudadanos disfrazados de milicianos, con niños incorporados en el momento en que lanza una "guerrilla comunicacional" que, en la práctica, es la consagración de las SS hitlerianas destinadas a cumplir las funciones de intimidación. Y es también la muerte de la FAN.
Convocatoria Guerrera. Dirán los del Gobierno que el condicionante puesto por Chávez, su liquidación física, es tan improbable como poderoso para afirmar que en esa remota eventualidad se justificaría el arrase. Dirán algunos de la oposición la frase poco imaginativa y aburrida según la cual tales alegatos son "un trapo rojo" contra el cual no hay que embestir, no sea que perturben lo de las candidaturas a la Asamblea Nacional. Lo lamentable es que la convocatoria a la guerra es, de hecho, una fase importante de la guerra. Se trata de la puesta en guardia de los espíritus, de las actitudes, de las racionalidades, para la batalla, que comienza desde que los bandos se preparan para librarla. El Presidente de los venezolanos llama a sus partidarios a armarse para destripar a otros.
Para hacerlo emplea varias metáforas. Una es la de la muerte. Si se observa bien, no se trata solo de la desaparición física sino de la desaparición política. Para Chávez cualquier intento consistente de sustituirlo en la Presidencia, sea por la vía de la renuncia, de un juicio político o penal, o que se le derrote en las elecciones, es equivalente a la muerte física. Para el régimen es inconcebible la salida de Chávez del poder y cualquier intento que a ese objetivo se dirija, con todo lo pacífico que pueda ser, es asumido como intolerable.
La otra metáfora es la de la burguesía. Para el Gobierno, quienes se le oponen se dividen en dos: los confundidos y los burgueses, que son los que conscientemente asumen el rechazo a Chávez. Los confundidos terminan haciéndoles el juego a los burgueses de acuerdo al criterio oficial. Cuando ofrece arrasar con la burguesía promete la muerte a quienes en plenitud de sus facultades y por un acto de deliberación lo enfrentan.
La tercera metáfora es la del arrase. Barrer, arrasar, es ofrecerle a sus enemigos lo que él teme: la muerte. Con este planteamiento el Presidente ha convocado a los conciudadanos que desprecia a prepararse para que en cualquier golpe de Luna, en cualquier desliz de protesta que pueda conducir a desestabilizar al régimen o incluso en la eventualidad de que una fracción opositora en la AN intente enjuiciarlo, se alcen los fusiles y rabias de sus patéticas milicias contra la disidencia democrática.
No Es Un Trapo Rojo. Excúsese a este narrador volver a utilizar esa frase tan desangelada pero que ha hecho su agosto en el liderazgo opositor aquejado de limitaciones expresivas. No, no es un señuelo. No es maniobra de distracción de un provocador. Es el centro de su estrategia: o soy yo o el derrumbe final. Así no hay mañana sino un presente con el caudillo a la cabeza.
En este contexto hay que evaluar las estrategias opositoras sin que, como reclamó en artículo reciente Aníbal Romero, las diferencias sean aplastadas por esa especie de "chavismo sin Chávez" que anida en dirigentes que no admiten crítica y reaccionan igual que Chávez ante las opiniones disidentes.
La preparación para las elecciones de la AN podía haberse insertado en una política más global de confrontación con el Gobierno. Esta oportunidad se perdió. No porque los dirigentes no declaren todos los domingos y los lunes contra el Gobierno, sino porque -con excepciones- dejaron de insertarse en la lucha social (huelgas, protestas de los transportistas, el conflicto gravísimo de Guayana o el de los trabajadores petroleros, luchas estudiantiles, entre otros). No lo hacen por una razón poderosa: pueden acusarlos de golpistas; en tanto que concentrados en el tema electoral dan testimonio de su apego a las normas; además piensan que ningún sector quiere ver en sus protestas a los más conocidos dirigentes políticos porque el Gobierno podría afirmar que son manipuladas por los partidos. Asuntos comprensibles, por supuesto. Sin embargo, no se trata de facilitarle la labor al régimen en la represión sino de plantear que el dilema de Venezuela, como quiera que se le mire, es la permanencia de Chávez en la Presidencia. Debe aclararse que existen muchos caminos que no son un golpe de Estado como el del 4F para sustituir a un mandatario: petición masiva de renuncia o enjuiciamiento con diferentes causales, además de unas elecciones exentas de fraude.
La controversia entre los jefes de los partidos por los puestos a la AN no es una tragedia. La tragedia sería que al final la montaña termine pariendo un ratón porque los candidatos no sean representativos o porque de tanto concentrarse en las elecciones se deje que la vida transcurra por las laderas y se renuncie a la única posibilidad de obtener una victoria política en septiembre. Ésta consistiría en asumir ese evento como un hito en la dura marcha en la que pueden unirse antichavistas y chavistas descontentos para sustituir constitucionalmente al presidente Chávez. Tesis con la cual no se pierden votos sino que se ganan porque un sector del chavismo, acoquinado como está, quiere buscar la oportunidad para un relevo que no signifique tierra arrasada con lo que el chavismo popular ha sido o representa. Si las elecciones no son un hito para el reemplazo de Chávez, ¿más o menos para qué sirven?
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