martes, 16 de marzo de 2010

NELSON MANDELA, LUIS UGALDE

“Quieren incendiar el país. Imagínense una Asamblea dominada por asesinos, violadores, ladrones, atracadores, paramilitares, prófugos de la justicia. No vienen a hacer política, vienen por Chávez. (Chávez, Alo Presidente n.352)

Hay líderes que elevan a sus pueblos y líderes que los rebajan y llevan a callejones de destrucción sin salida.

Muchos habrán visto la reciente película INVICTUS, todo un símbolo del esfuerzo por evitar la guerra civil en Sudáfrica, transformando el odio y el miedo entre negros y blancos, en emoción de triunfo nacional compartido.

Mandela y la muy mayoritaria población negra con las elecciones de 1994 llegaron al gobierno en Sudáfrica, cargados de agravios e ira por la exclusión y el apartheid, vergüenza de su país y de la humanidad en el siglo XX.; llegan con rabia y deseo de revancha suficientes para que el país ardiera por los cuatro costados.

Nelson Mandela, con la ira acumulada en 27 años de terrible cárcel, parecía el hombre indicado para encender la hoguera destructiva. Zimbabwe puede ser una muestra de lo que el resentimiento y el odio por los agravios sufridos, pueden hacer para destruir el futuro de un país.

Pero Mandela quería construir el suyo, ser líder contra la corriente del río de la venganza, y no responder al mal con el mal, sino transformar el mal en bien, como dice S. Pablo en la carta a los romanos (12,21) Una vez en el poder el primer Presidente sudafricano negro se reveló como el más grande líder mundial, pragmático e idealista, con una formidable fuerza moral capaz de cambiar el signo de la historia.

La película INVICTUS es un símbolo, una parábola, en la que, gracias a Mandela, el rugby pasa de ser el odiado deporte de los blancos y símbolo del apartheid a ser la selección nacional campeona del mundo, celebrada por blancos y negros como “nuestro” triunfo nacional. Los venezolanos vemos la película con verdadera envidia en estos tiempos de siembra de odio y exclusión.

Hace unos días asumió la Presidencia de Uruguay el tupamaro “Pepe” Mujica, que viene de dura guerra de guerrillas, brutal represión militar, muertos y cárceles… El mismo salió amnistiado en 1985, tras 14 años de cárcel cruel. Su discurso de toma de posesión tal vez no significaría mucho en otro contexto y pronunciado por otra persona, pero es realmente extraordinario viniendo de él; no por el programa que anuncia, sino por el tono y la voluntad de construir juntos, los que ayer se mataban, una nación para todos.

En el saludo inicial se dirige a “legisladores y legisladoras que representan la diversidad de la nación”. Triste que nos dé envidia escuchar a un Presidente dirigirse de esta manera tan obvia a los diputados de su partido y a los de la oposición por igual.

Mujica enfatiza la complementariedad de los diversos en su país con la imagen de las tuercas y los tornillos que se necesitan mutuamente; ve la política como “encuentros a los que todos concurrimos, con la actitud de quien está incompleto sin la otra parte”.

¿Se imaginan a nuestro Presidente reconociendo con Mujica: “hace rato que todos aprendimos que las batallas por el todo o nada, son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque”, que “nada se consigue a los gritos”, que “la macroeconomía tiene reglas ingratas pero obligatorias” y que “sólo el dogmatismo quedó sepultado” y que el Frente Amplio “tuvo que aceptar duras lecciones, no ya de de los votantes sino de la realidad”?

En vísperas del Bicentenario de nuestra independencia la Conferencia Episcopal Venezolana ha elaborado una excelente reflexión sobre nuestra actual responsabilidad para hacer realidad los sueños fundacionales de la República. Necesitamos una conversión y fuerza espiritual a lo Mandela:

“Dios nos acompaña llamándonos al bien y dándonos fuerzas para hacerlo. Exige amar no sólo a los nuestros, a los de nuestras simpatía política, a los de nuestro sector social, color o religión. Dios es padre de todos y su amor requiere liberar a todos, incluso liberarnos de rostros mismos y de nuestros miedos y limitaciones. Nos hace sentir que mientras no nos decidamos a reconciliarnos como hijos suyos y hermanos unos de otros, y a renovar la firme voluntad de reconstruir la república para todos, no habrá Venezuela digna y libre para nadie”. (CEV n.34)
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