No puedo evitar un cierto cargo de conciencia por escribir sobre un tema distinto al de la horrenda tragedia de Haití, pero también reclaman atención otros hechos que pueden ser determinantes para el futuro de nuestro hemisferio. A mí en lo particular me parece engañosa la acrítica clasificación que nos habla de la supuesta disyuntiva entre la sedicente izquierda revolucionara, preferiblemente agrupada en la ALBA, la ambigua izquierda moderada que confía en el mercado y en el pluralismo democrático exornados de programas sociales; y el amplio espectro de la llamada derecha, vocablo que en Hispanoamérica suele ser denigrante.
El escritor colombiano José María Vargas Vila, de regreso de una visita a Caracas, observaba que en Venezuela hasta los conservadores se autodenominaban liberales, ceteris paribus, izquierda y derecha de hoy. Aunque Sebastián Piñera no simpatiza con semejante clasificación, se le ubica en la derecha chilena, pero revisando sus propuestas no se discierne cuál sea en realidad su diferencia con la muy exitosa Concertación, que hoy ha sido derrotada. Muchos coinciden en que así como el ex tupamaro Mujica seguirá la gestión del exitoso moderado Tabaré Vásquez, con Piñera en La Moneda, pervivirá la sombra de Bachelet.
No obstante, pienso que el resultado electoral en Chile introducirá variantes en Latinoamérica. Piñera, un hombre de reconocidas capacidad y autoridad, estará al frente de un país que alcanzará, tal vez primero que Brasil y México, la condición de nación rica y desarrollada. Ha sido admitida en la OCDE porque su ingreso per cápita es el más alto de la región, la diversificación de sus exportaciones agroindustriales es impresionante y su democracia es ejemplar. Piñera continuará lo esencial de la política que durante 20 años ha hecho de Chile lo que es hoy. Sin embargo, puede esperarse que el nuevo presidente sea menos estatista y más proclive a la iniciativa privada, aparte de que tal vez podría ser quien le pusiera el epitafio a la vieja generación. Las nuevas promociones –a las que tanto halagó Piñera- quieren nuevos rostros en el tinglado político.
En lo internacional puede haber novedades. Piñera, que ha sido tan elegante como sus rivales electorales, marcó una clara distancia con Chávez. Chile tiene más de 50 TLC suscritos con el mundo, incluido EEUU, y va a seguir esa ruta porque si el caballo corre no hay por qué apearse de él. Pero probablemente contribuirá a fortalecer un eje democrático que ocupe el vacío dejado por el retroceso del Alba. Ese eje podría unir gobiernos de distinta factura ideológica sobre el sólido cemento de la democracia, la apertura económica y relaciones internacionales basadas en el consenso y nunca más en el los odios estratégicos, un estatismo exacerbado y el asedio a las libertades.
Es la tendencia hoy predominante. Serra aventaja por 18 puntos a Dilma Roussef, candidata de Lula, aunque Lula, Tabaré y Bachelet, son precursores del giro hemisférico hacia la moderación, donde se encuentran, más allá de ideologías, Piñera, García, Uribe, Arias, Martinelli, Lobo y Calderón. Entretanto los líderes de ALBA, salvo Morales, viven un drama. Chávez hace malabarismos entre la crisis eléctrica, del agua y la moneda -frutos de su incompetencia- y el fuerte declive de sus bastiones populares en coincidencia con las parlamentarias de septiembre, que teme con razón perder. Correa, esfumándose 30% de su popularidad, enfrenta una rebelión etnopopular por el conflicto en el campo ITT (petrolero) sito en el parque Yasuni, centro de biodiversidad ecuatoriana. ¿Y Ortega? Cid Gallup descubre que seis de cada diez nicaragüenses lo rechazan. Para sobrevivir, atropella las instituciones levantando así el espantajo de su revocación.
No obstante, pienso que el resultado electoral en Chile introducirá variantes en Latinoamérica. Piñera, un hombre de reconocidas capacidad y autoridad, estará al frente de un país que alcanzará, tal vez primero que Brasil y México, la condición de nación rica y desarrollada. Ha sido admitida en la OCDE porque su ingreso per cápita es el más alto de la región, la diversificación de sus exportaciones agroindustriales es impresionante y su democracia es ejemplar. Piñera continuará lo esencial de la política que durante 20 años ha hecho de Chile lo que es hoy. Sin embargo, puede esperarse que el nuevo presidente sea menos estatista y más proclive a la iniciativa privada, aparte de que tal vez podría ser quien le pusiera el epitafio a la vieja generación. Las nuevas promociones –a las que tanto halagó Piñera- quieren nuevos rostros en el tinglado político.
En lo internacional puede haber novedades. Piñera, que ha sido tan elegante como sus rivales electorales, marcó una clara distancia con Chávez. Chile tiene más de 50 TLC suscritos con el mundo, incluido EEUU, y va a seguir esa ruta porque si el caballo corre no hay por qué apearse de él. Pero probablemente contribuirá a fortalecer un eje democrático que ocupe el vacío dejado por el retroceso del Alba. Ese eje podría unir gobiernos de distinta factura ideológica sobre el sólido cemento de la democracia, la apertura económica y relaciones internacionales basadas en el consenso y nunca más en el los odios estratégicos, un estatismo exacerbado y el asedio a las libertades.
Es la tendencia hoy predominante. Serra aventaja por 18 puntos a Dilma Roussef, candidata de Lula, aunque Lula, Tabaré y Bachelet, son precursores del giro hemisférico hacia la moderación, donde se encuentran, más allá de ideologías, Piñera, García, Uribe, Arias, Martinelli, Lobo y Calderón. Entretanto los líderes de ALBA, salvo Morales, viven un drama. Chávez hace malabarismos entre la crisis eléctrica, del agua y la moneda -frutos de su incompetencia- y el fuerte declive de sus bastiones populares en coincidencia con las parlamentarias de septiembre, que teme con razón perder. Correa, esfumándose 30% de su popularidad, enfrenta una rebelión etnopopular por el conflicto en el campo ITT (petrolero) sito en el parque Yasuni, centro de biodiversidad ecuatoriana. ¿Y Ortega? Cid Gallup descubre que seis de cada diez nicaragüenses lo rechazan. Para sobrevivir, atropella las instituciones levantando así el espantajo de su revocación.
O tempos, o mores.
Americo Martin
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