En Honduras resplandecieron errores diplomáticos, intención totalitaria (velada y manifiesta) y desdén por la democracia latinoamericana, pero sobre todo la fragilidad intelectual y política del liderazgo global. Unos desinformados (hasta Arias, aunque luego rectificó de su atolondramiento inicial), otros manipulados, greenfields del ALBA los terceros, ojala no aparezca en Europa alguna reencarnación de Hitler, porque entraría como cuchillo en mantequilla ante los soliloquios, azoramientos y sonrojos de la Internacional.
El paso del tiempo y la soledad de titanio de los hondureños pararon el trote, por fortuna, al golpe bolivariano. Un golpe no es sólo una acción militar, sino cualquier sobreimposición de un poder del Estado a otros, deporte de Zelaya hasta que reaccionaron los demás poderes.
Lo sacaron igual que como quería implantar la dictadura y habría que ver si se podía actuar de otra manera ante la inminente "cuarta urna". Después, de nada sirve Santa Lucía de Siracusa, patrona de tuertos y ciegos. Las constituciones democráticas, incluso la norteamericana que parece eterna, obligan a cualquier ciudadano a restaurar el "hilo constitucional" si está en sus manos. Algo latía demasiado sospechoso y con mal olor: que los escrupulosos defensores de la constitución, violada por Micheletti, fueran nada menos que la pandilla salvaje del ALBA y sus propagandistas académicos regionales que defienden airados la "legitimidad constitucional" de Zelaya, mientras acallan el escándalo de las violaciones constitucionales en Nicaragua y Venezuela; y la OEA.
Tenían razón los que decían que Insulza no calificaba para el cargo.
Las intervenciones de los gobiernos de Chávez, Lula y Ortega terminaron en caricaturizar algo tan preciado para la Humanidad como el principio de asilo. El espíritu de Tin-Tan hizo a Zelaya auto imprisionarse en la Embajada de Brasil y mella por el momento el liderazgo de ese país en la región como se patentó en el fracaso de la reciente reunión de Unasur. "Zelaya no está asilado en la Embajada de Brasil, sino que es huésped", diría Borolas desde el palacio de Itamaraty.
El asilo que salvó a tantos líderes democráticos de la tortura y la muerte, convertido en una especie de novillada de feria, puede garantizarle a este personaje una larga estadía en la sede diplomática mientras se dilucidan las implicaciones jurídicas de su hostal.
Con el triunfo de Lobo el 29 de noviembre, reconocido por los liberales y su candidato, Elvin Santos -joven y promisoria figura-, se echan las bases para la normalización. Cuestionarlas sería crear un precedente que cierra el camino para salir de algún futuro gobierno de facto en cualquier lugar del mundo.
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
carlosraulhernandez@gmail.com
El paso del tiempo y la soledad de titanio de los hondureños pararon el trote, por fortuna, al golpe bolivariano. Un golpe no es sólo una acción militar, sino cualquier sobreimposición de un poder del Estado a otros, deporte de Zelaya hasta que reaccionaron los demás poderes.
Lo sacaron igual que como quería implantar la dictadura y habría que ver si se podía actuar de otra manera ante la inminente "cuarta urna". Después, de nada sirve Santa Lucía de Siracusa, patrona de tuertos y ciegos. Las constituciones democráticas, incluso la norteamericana que parece eterna, obligan a cualquier ciudadano a restaurar el "hilo constitucional" si está en sus manos. Algo latía demasiado sospechoso y con mal olor: que los escrupulosos defensores de la constitución, violada por Micheletti, fueran nada menos que la pandilla salvaje del ALBA y sus propagandistas académicos regionales que defienden airados la "legitimidad constitucional" de Zelaya, mientras acallan el escándalo de las violaciones constitucionales en Nicaragua y Venezuela; y la OEA.
Tenían razón los que decían que Insulza no calificaba para el cargo.
Las intervenciones de los gobiernos de Chávez, Lula y Ortega terminaron en caricaturizar algo tan preciado para la Humanidad como el principio de asilo. El espíritu de Tin-Tan hizo a Zelaya auto imprisionarse en la Embajada de Brasil y mella por el momento el liderazgo de ese país en la región como se patentó en el fracaso de la reciente reunión de Unasur. "Zelaya no está asilado en la Embajada de Brasil, sino que es huésped", diría Borolas desde el palacio de Itamaraty.
El asilo que salvó a tantos líderes democráticos de la tortura y la muerte, convertido en una especie de novillada de feria, puede garantizarle a este personaje una larga estadía en la sede diplomática mientras se dilucidan las implicaciones jurídicas de su hostal.
Con el triunfo de Lobo el 29 de noviembre, reconocido por los liberales y su candidato, Elvin Santos -joven y promisoria figura-, se echan las bases para la normalización. Cuestionarlas sería crear un precedente que cierra el camino para salir de algún futuro gobierno de facto en cualquier lugar del mundo.
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
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