Recientemente apareció en los medios que el PSUV se aprestaba a preparar un "Código del Comportamiento del Militante Revolucionario", que de acuerdo con los responsables de su redacción: "...No es para establecer sanciones sino modelos de comportamiento revolucionario". Se evidencia, a todas luces, que cualquier maniobra de distracción en estos quehaceres políticos, vale la pena intentarse. Una de las características que mejor definen el "comienzo del principio del fin de la salida de la crisis" que estamos viviendo en los últimos años, es precisamente el giro radical que se empieza a imprimir al tratamiento de las cuestiones morales en los asuntos de la política; ubicándola más allá de cualquier espacio ideológico.
Maquiavelo no es recordado ni por su amor ni por su respeto a sus semejantes. De él se destaca aquella frialdad en sus argumentos: procurar el bien moral o material del pueblo quedaba relegado frente al objetivo de afianzar el poder del déspota. La interpretación del florentino Maquiavelo es la que expone que existen dos morales, la del ciudadano normal y la del gobernante, siendo la de este último una dirigida a la consecución y mantenimiento del poder por medios prohibidos al ciudadano.
Si la moral se retira, el poder de la autoridad se desboca convirtiéndose en tiranía. La moral actúa de esta manera igual que la separación de poderes, limitando el poder gubernamental que por naturaleza tiende a crecer.
Pero... ¿En verdad cree usted, apreciado lector, que acá contamos con tal división de poderes?
Ya muchos opinadores lo han expresado: El régimen es un fiel reproductor de viejas costumbres y obscenos privilegios. Así lo constatamos a través de las prerrogativas de que gozan y hacen gala los altos funcionarios chavistas, en términos de elevados sueldos, gastos de representación, viáticos, acceso a divisas, entre otras, sin que a cambio se muestren los resultados tangibles propios de una eficiente gestión pública en beneficio del pueblo.
Este régimen añora los tiempos medievales, los tiempos de los órdenes jerárquicos de la vida, el privilegio siempre por encima del derecho que hacía sencillamente impensable la disidencia y la pluralidad de los pensamientos.
Este régimen añora los tiempos medievales, los tiempos de los órdenes jerárquicos de la vida, el privilegio siempre por encima del derecho que hacía sencillamente impensable la disidencia y la pluralidad de los pensamientos.
Es más, en su costosa sala situacional se han percatado -desde hace un buen tiempo- que las tecnologías actuales de la comunicación tienen una potencialidad instrumental tan fuerte o más como la que tuvieron en tiempos medievales las narraciones de milagros, la devoción y el culto a los santos, y a los catecismo doctrinales. Esto quiere decir que la forma actual de dominación necesita de legitimación más o menos racional, requiere la justificación del orden que impone y no le basta la mera imposición, de allí las extensas "justificaciones" en continuas cadenas comunicacionales mediante la reconocida destreza en la utilización de los lenguajes específicos y la innegable capacidad de metaforización; desplegando gala al aparecer como adalides de una moral pública intachable.
Pretende el régimen reforzar su sistema de dominación "democrática", pues en el caso improbable de ser juzgados y condenados se coloca como ejemplo de la bondad del sistema que es capaz de detectar y expulsar a los miembros podridos, y mantenerse en las "normas morales estrictas de la democracia". En el caso contrario, cuando no se persigue al corrupto o cuando éste logra con diversos artificios salir absuelto o evadir la acción de la justicia, la consecuencia que se saca es la de que hay que "robustecer el poder de las instituciones democráticas" para que no vuelvan a darse tales casos. La estructura de la dominación se reafirma, y el principio de la doble moral se hace más aceptable por mayor número de personas involucradas en tales asuntos. Sin duda que en esta Sala Situacional Maquiavelo cuenta con un lugar preferencial, pues allí buscan la sustentabilidad de sus actos mediante aquellas máximas que sostienen que la grandeza de los crímenes borrará la vergüenza de haberlos cometido. Los medios no importan: no es necesaria la moral, sino un realismo práctico, no lo que debe ser, sino lo que es en realidad. Política y moral son dos ámbitos distintos e incluso contradictorios.
Manuel Barreto Hernaiz.
barretom2@yahoo.com
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