Tenía que verlo con mis propios ojos. Así que acepté la oferta de “viaje hoy y pague en doce meses sin intereses” y me fui a la República Popular de China. 18 días viajando de un lugar a otro, en avión, en tren, en barco o autobús a las ciudades, pueblos, centros comerciales, fábricas y museos.
La primera sorpresa que me llevé es que vi la fotografía de Mao Tse Tung, fundador del Partido Comunista, únicamente en dos instituciones públicas: en la Plaza de Tiananmen, en la capital de China, y en los billetes de todas las denominaciones. En ambas no aparece completo, sino solo la cara. No vi estatuas, ni aquellas pinturas famosas donde Mao aparecía rodeado del pueblo, han dejado de creer que los políticos son dioses, han enterrado el culto a la personalidad. Pero, qué ironía, la cara de Mao está en todos los billetes del Yuan Renminbi. Como sabemos, el dinero es el símbolo capitalista por excelencia pues representa la libertad del individuo, cosa que Mao trató de eliminar con su sistema socialista. Pues allí estaba, como recordándole a Mao, en su propia cara, que el capitalismo es el futuro de la humanidad y no el socialismo.
En Beijing, Xian, Chonqing, Shanghai, Suzhou y por supuesto, en Hong Kong se puede palpar y constatar lo que es crecer a dos dígitos. Rascacielos que nada le piden a New York, con arquitectura moderna, de 60 pisos o más y uno tras otro. Astilleros incontables a la orilla del río Yangtsé haciendo barcos de alto calado. No vi basura en las calles, ni graffitis en las paredes, barcos o trailers. Los chinos, muy amables con los turistas, así estuviera atiborrado el autobús o el metro, nos cedían los asientos, no lo podía creer. Podíamos andar a los dos o tres de la mañana en las calles, restaurantes, bares o teatros sin el temor de asaltos. Y no porque hubiera un policía en cada esquina, es más, solo los vi guardianes y pocos en los museos o dirigiendo el tráfico. Nunca vi que detuvieran a un automovilista para infraccionarlo o algo parecido.
La primera sorpresa que me llevé es que vi la fotografía de Mao Tse Tung, fundador del Partido Comunista, únicamente en dos instituciones públicas: en la Plaza de Tiananmen, en la capital de China, y en los billetes de todas las denominaciones. En ambas no aparece completo, sino solo la cara. No vi estatuas, ni aquellas pinturas famosas donde Mao aparecía rodeado del pueblo, han dejado de creer que los políticos son dioses, han enterrado el culto a la personalidad. Pero, qué ironía, la cara de Mao está en todos los billetes del Yuan Renminbi. Como sabemos, el dinero es el símbolo capitalista por excelencia pues representa la libertad del individuo, cosa que Mao trató de eliminar con su sistema socialista. Pues allí estaba, como recordándole a Mao, en su propia cara, que el capitalismo es el futuro de la humanidad y no el socialismo.
En Beijing, Xian, Chonqing, Shanghai, Suzhou y por supuesto, en Hong Kong se puede palpar y constatar lo que es crecer a dos dígitos. Rascacielos que nada le piden a New York, con arquitectura moderna, de 60 pisos o más y uno tras otro. Astilleros incontables a la orilla del río Yangtsé haciendo barcos de alto calado. No vi basura en las calles, ni graffitis en las paredes, barcos o trailers. Los chinos, muy amables con los turistas, así estuviera atiborrado el autobús o el metro, nos cedían los asientos, no lo podía creer. Podíamos andar a los dos o tres de la mañana en las calles, restaurantes, bares o teatros sin el temor de asaltos. Y no porque hubiera un policía en cada esquina, es más, solo los vi guardianes y pocos en los museos o dirigiendo el tráfico. Nunca vi que detuvieran a un automovilista para infraccionarlo o algo parecido.
Todas las marcas de automóviles y especialmente las de mayor prestigio allí estaban rodando por las calles chinas. Los barcos en el Yangtsé parecían desfilar uno tras otro con una cantidad enorme de contenedores rumbo a los puertos de Shanghai o Hong Kong para embarcarse y llegar hasta el último rincón del mundo.
¡Que los chinos ganan poco! ¡ Qué tienen, sueldos de miseria? Pues yo no lo vi. Comparando las vestimentas, los turistas parecíamos pordioseros, bueno no tanto, pero visten buenas marcas y sobre todo los jóvenes visten bien y otros muy bien.
Contaban los guías que este desarrollo es reciente, no más de treinta años. En 1949 Mao Dze Dong encabezando el Partido Comunista toma el poder. Eliminó a los capitalistas del campo y la ciudad y estableció el poder central del Partido. Todo lo que se hacía o deshacía en China debía ser obra o iniciativa del gobierno y especialmente de Mao. Quien no obedecía, no tenía derecho a comer. Socialismo puro.
A pico y pala construyeron grandes canales y presas, cultivaron arroz hasta en los cerros más abruptos, todo mundo tuvo vestido (verde oliva o azul mezclilla) y todos tuvieron su ración de arroz, una hazaña para esos tiempos. Pero la gente se cansó, las críticas al socialismo chino emergieron, los jóvenes querían mejor futuro y Mao lanzó la Revolución Cultural para “erradicar las ideas burguesas” y los resultados fueron peores. En 1976 muere Mao, el pueblo le echa una lagrimita, nunca se supo si de tristeza o felicidad, y lo colocan en un sarcófago transparente, bien cerrado, para que no fuera a salir de nuevo. Millones de chinos lo fueron a ver para asegurarse de que ya no estuviera vivo aquél que les quitó la libertad de elegir.
Le pregunté a los jóvenes chinos su opinión de su viejo presidente comunista y todos me decían “Mao, hombre malo”, “Mao es historia”. Uno de ellos me dijo “Mao fue el último emperador de China”. Entonces quien es el bueno, les pregunté. Y la opinión fue invariable: El bueno es Deng Tsiao Ping, “el hombre que nos abrió el mundo”.
En efecto, en 1982 Deng, quien fuera enemigo de Mao dentro del Partido Comunista de China, pronunció una frase célebre: “ser rico no es malo”. Y fue la señal que detonó la revolución capitalista. Los chinos pudieron emprender negocios propios, se abrieron las fronteras al capital extranjero viniera de donde viniera (“no importa el color del gato, sino que cace ratones”, decía Deng), el gobierno se hizo a un lado para permitir el funcionamiento del mercado. Por cierto, no encontré estatuas ni fotos de Deng.
El Ejército Popular del Pueblo, que era el más grande del mundo, se redujo al 10% pues les dieron preferencia a los soldados para ir a trabajar a las fábricas capitalistas. A los campesinos se les permitió sembrar lo que quisieran, vender donde mejor les pagaran y usar las ganancias como mejor dispusieran, sin supervisión ni control del gobierno y el campo floreció y las ciudades dejaron atrás la escasez.
En 2004 se introdujo una inaudita reforma constitucional para garantizar el derecho a la propiedad privada. Ni el Estado, ni el Partido pueden violar el principio de propiedad privada. Es decir, no hay confiscaciones, nacionalizaciones, estatizaciones o algo parecido. Inaudito pues la propiedad privada es la base del sistema capitalista.
Según los chinos, en el año 2030 todos los chinos deben saber Inglés o español, aparte de su lengua nativa. No van a imponer su idioma al mundo y a los niños ahora se les enseña a escribir con las letras del castellano, y solo hasta la secundaria aprenden los ideogramas del mandarín, pero sólo como cosa cultural. Es más, ya hay escuelas, desde primarias hasta universidades, donde todo se imparte en español o en inglés.
Mención especial merece saber que ya no hay “educación gratuita” en las universidades públicas. Si son universidades del gobierno los estudiantes pagan la mitad de lo que cobra una universidad privada. A los estudiantes sin recursos el gobierno les proporciona crédito que tendrán que pagar cuando salgan de las universidades. Es el primer país que entiende la maldad de la “educación gratuita”.
Por supuesto, a China le falta mucho para construir la mejor economía de mercado para que sirva de ejemplo al mundo: le falta privatizar todas las escuelas básicas y muchas empresas estatales; reducir los impuestos a las personas físicas al tres por ciento de su ingreso personal: eliminar los impuestos a las empresas; reducir el aparato de Estado para tener tres funcionarios por cada millón de de habitantes, pues en una verdadera economía neoliberal no hacen falta los parásitos estatales, pero si hacen falta filósofos y economistas de pensamiento austriaco que defiendan el sistema de mercado y no permitan que lleguen los izquierdistas “redentores” a asaltar el poder para volver a esclavizar al pueblo. También tienen que avanzar en la reforma financiera y monetaria para que el gobierno deje al sector privado la administració n del dinero y se evite la tentación insana del señoreaje; finalmente les falta quitar todas las barreras para que China se convierta en un país cosmopolita abierto a todo ciudadano del mundo que quiera vivir en paz. Pero no dudo que lo logrará y más pronto de lo que imaginamos.“Aquí no queremos política, solo economía” me decían en Hong Kong. Por eso no se ven letreros de diputados, senadores, legisladores o gobernantes. ¿Quieres prosperar? allí está el mercado, ¡hazte millonario y todo el pueblo te tratará como un héroe de la nación!
Si México o cualquier país latinoamericano que todavía anda soñando con Marx y Keynes quiere descubrir el secreto de los chinos todo lo que tiene que saber es que allá si se están esforzando por aplicar neoliberalismo puro, es decir, economía de mercado o capitalismo, como guste llamarle. Ya se están publicando los libros de Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises y Jesús Huerta de Soto.
¿Sigue usted pensando que China es comunista?, tome un vuelo y vea con sus propios ojos.
SANTOS MERCADO REYES
Profesor-investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Azcapotzalco, Departamento de Ciencias Básicas. santos@teacher.com, www.asuntoscapitale s.com.
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