Lo inquietante no es que haya salido mal parado de la cumbre extraordinaria de Bariloche, sino sus reacciones posteriores, que son --usemos la jerga del boxeo-- golpes telegrafiados. Tampoco es que UNASUR hubiese sido una tumba.
Los mandatarios reunidos en aquel balneario frenaron los extremos: los del ALBA, acaudillados por Chávez, no obtuvieron al menos una moderada satisfacción a sus exigencias, pero Uribe tampoco quiso encender el fuego de la injerencia bolivariana en sus realidades internas. Todos oyeron su grave denuncia, dada como al desgaire, sobre la presencia de Iván Márquez y Timochenko en Venezuela, y no obstante guardaron silencio, conscientes de que la entrada de una cuestión tan seria les impondría definiciones para las cuales no están preparados. Prefirieron dejar las cosas de ese tamaño.
En definitiva, Uribe no podía esperar una victoria superior a la que sin duda obtuvo, ni Chávez una derrota peor que la que sufrió, lo que nos lleva a la penosa conclusión de que UNASUR (siguiendo el ejemplo de la OEA) no está para hacer justicia, lo cual tampoco equivale a decir que no sirva para nada.
En Bariloche, y antes en Quito, la organización pomposamente fundada en la retórica cumbre de Margarita, sirvió cuando menos para contener las alucinaciones extremistas del ALBA. Es poco, pero peor es nada. No prosperó en Quito ni en Bariloche la condena o la simple crítica al acuerdo militar colombo-estadounidense. La diferencia es que en Bariloche se evidenció la fragilidad retórica del ALBA. Humo, vacío, oquedad. El chascarrillo de Alan García hizo sonreír a todos, menos a Chávez. Y en verdad, ¿para qué tomar por asalto militar el petróleo, si Venezuela le vende ``llave en mano'' a EEUU todo el que necesita? Además, carga el vendedor con la compleja administración del contrato colectivo y las subsecuentes protestas obreras. Mejor, imposible. Y, petróleo aparte, ¿en el supuesto delirante de una ``invasión'' no sería mejor hacerlo desde la IV Flota?
Quedó sin habla, lo que en su caso ya es decir. Desde la humilde tornavolta a Venezuela, su reacción era previsible, tenía precedentes. Recordemos: enmudecido en Santiago de Chile por las duras palabras que en tono imperioso le dirigió Juan Carlos I, se le ocurrió comentar: ¡Ay del rey si yo lo hubiera oído! En Bariloche anunció que en su portafolio llevaba pruebas irrefutables sobre la maquinación militar de EEUU y Colombia. Muy bien, ¿por qué no las presentó? ``No lo consideré oportuno'', fue su inaudible respuesta.
De cómo interpreta el hombre el estado de su propia política internacional ilustra su declaración en Libia sobre el fiasco de Honduras. Ya no se puede esperar el regreso de Zelaya porque --son sus palabras-- ni un solo militar ha desertado, la campaña electoral comenzó y el liberalismo desconoce al presidente derrocado. Atrás quedaron la insurrección inminente y el regreso desde Ocotal para el apoteósico recibimiento en Tegucigalpa. El brusco reencuentro con sus aliados ultraoceánicos encubre la humana necesidad de recibir loas en alguna parte. Si en Latinoamérica es inocultable su retroceso, espera que sigan rodilla en tierra sus explosivos aliados de Africa, Medio Oriente y la Belarús de Lukashenko, último tirano de Europa, como se le conoce. Con un baño de alabanzas exaltadas quizá supere el insomnio.
Pero a despecho de su despecho, en algo ha salido beneficiado. Puesto que por ahora UNASUR no pasará de la epidermis de los problemas, probablemente --cual los tres monos sabios del Templo de Toshogu-- no hablará, no oirá y no verá la bestial arremetida contra la democracia y los líderes de la disidencia, que ahora mismo está incendiando a la atormentada Venezuela.
AMERICO MARTIN
Los mandatarios reunidos en aquel balneario frenaron los extremos: los del ALBA, acaudillados por Chávez, no obtuvieron al menos una moderada satisfacción a sus exigencias, pero Uribe tampoco quiso encender el fuego de la injerencia bolivariana en sus realidades internas. Todos oyeron su grave denuncia, dada como al desgaire, sobre la presencia de Iván Márquez y Timochenko en Venezuela, y no obstante guardaron silencio, conscientes de que la entrada de una cuestión tan seria les impondría definiciones para las cuales no están preparados. Prefirieron dejar las cosas de ese tamaño.
En definitiva, Uribe no podía esperar una victoria superior a la que sin duda obtuvo, ni Chávez una derrota peor que la que sufrió, lo que nos lleva a la penosa conclusión de que UNASUR (siguiendo el ejemplo de la OEA) no está para hacer justicia, lo cual tampoco equivale a decir que no sirva para nada.
En Bariloche, y antes en Quito, la organización pomposamente fundada en la retórica cumbre de Margarita, sirvió cuando menos para contener las alucinaciones extremistas del ALBA. Es poco, pero peor es nada. No prosperó en Quito ni en Bariloche la condena o la simple crítica al acuerdo militar colombo-estadounidense. La diferencia es que en Bariloche se evidenció la fragilidad retórica del ALBA. Humo, vacío, oquedad. El chascarrillo de Alan García hizo sonreír a todos, menos a Chávez. Y en verdad, ¿para qué tomar por asalto militar el petróleo, si Venezuela le vende ``llave en mano'' a EEUU todo el que necesita? Además, carga el vendedor con la compleja administración del contrato colectivo y las subsecuentes protestas obreras. Mejor, imposible. Y, petróleo aparte, ¿en el supuesto delirante de una ``invasión'' no sería mejor hacerlo desde la IV Flota?
Quedó sin habla, lo que en su caso ya es decir. Desde la humilde tornavolta a Venezuela, su reacción era previsible, tenía precedentes. Recordemos: enmudecido en Santiago de Chile por las duras palabras que en tono imperioso le dirigió Juan Carlos I, se le ocurrió comentar: ¡Ay del rey si yo lo hubiera oído! En Bariloche anunció que en su portafolio llevaba pruebas irrefutables sobre la maquinación militar de EEUU y Colombia. Muy bien, ¿por qué no las presentó? ``No lo consideré oportuno'', fue su inaudible respuesta.
De cómo interpreta el hombre el estado de su propia política internacional ilustra su declaración en Libia sobre el fiasco de Honduras. Ya no se puede esperar el regreso de Zelaya porque --son sus palabras-- ni un solo militar ha desertado, la campaña electoral comenzó y el liberalismo desconoce al presidente derrocado. Atrás quedaron la insurrección inminente y el regreso desde Ocotal para el apoteósico recibimiento en Tegucigalpa. El brusco reencuentro con sus aliados ultraoceánicos encubre la humana necesidad de recibir loas en alguna parte. Si en Latinoamérica es inocultable su retroceso, espera que sigan rodilla en tierra sus explosivos aliados de Africa, Medio Oriente y la Belarús de Lukashenko, último tirano de Europa, como se le conoce. Con un baño de alabanzas exaltadas quizá supere el insomnio.
Pero a despecho de su despecho, en algo ha salido beneficiado. Puesto que por ahora UNASUR no pasará de la epidermis de los problemas, probablemente --cual los tres monos sabios del Templo de Toshogu-- no hablará, no oirá y no verá la bestial arremetida contra la democracia y los líderes de la disidencia, que ahora mismo está incendiando a la atormentada Venezuela.
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