Toda la mañana del pasado jueves 13 de agosto, los vuelos privados y comerciales del aeropuerto de Maiquetía sufrieron retrasos de hasta cuatro horas. Ejecutivos con citas en Panamá y Miami tuvieron que posponer sus compromisos. Diversas conexiones, a múltiples lugares del mundo, se perdieron.
Se pensaría que la razón para semejante atraso consistía en la llegada o salida del benemérito Chávez o la de Hillary Clinton. Pero no. Era el aterrizaje del “comandante vaquero” Mel Zelaya. Aún no sabemos si vino a charlar con su mecenas, o simplemente a acudió a gasear el jet y rellenarse la cartera con petrodólares. Porque si no fuera por Chávez, Zelaya estaría dando sus conferencias de prensa en alguna pensión barata de San José o, peor aún, de Managua.
Todo el mundo parece saber esto. Los ciudadanos de nuestros países reconocen el travestismo político y el apetito de poder de Mel. Quienes no lo entienden son los gobiernos, que siguen prohijando el protagonismo de Zelaya al amparo de la revolución bolivariana, la que no desean en sus países pero legitiman con sus desaciertos, los mismos que se agravan cuando vemos que las intenciones de Mel no eran el respeto de la República hondureña y a su constitución, sino regalarle su país a Chávez.
Es sorprendente que dichos gobiernos, en aras de defender un resultado electoral, minimicen el valor del estado de derecho. Además de equivocado, esto es muy peligroso: si, debido a las horrorosas violaciones al derecho y las leyes los pueblos insurgen contra un gobierno democráticamente electo, sus pares latinoamericanos no reconocerían esa insurgencia, a pesar de disponerse en las constituciones que han jurado defender. Pareciera que, defendiendo a Zelaya, desnudasen la oscura intención de atentar contra sus estados de derecho y pretender continuar en sus sillones permanentemente.
Este peligro se nos aparece, más terrible, cuando tomamos en cuenta que todas las constituciones de América Latina establecen, con sus matices, recortes a los mandatos presidenciales o vacancias a los primeros mandatarios cuando éstos cometen delitos contra sus cartas magnas. Para ello, se dispone un proceso previamente establecido, que involucra a los tres poderes del Estado, y que puede concluir con la continuación o recorte del mandato del Presidente. Además, como ya vimos, esas mismas constituciones reconocen el derecho de los pueblos de nuestra región a la insurgencia.
Sin embargo, la nueva doctrina de la OEA, aceptada sin atisbo de pudor por la mayor parte de nuestros líderes, sostiene que esos procedimientos de recorte del mandato o vacancia no tienen ningún valor, como tampoco el derecho constitucional a la insurgencia, y que los presidentes pueden concluir sus mandatos sin importar que violenten los derechos fundamentales de los ciudadanos, a quienes deben servir, o quiebren sus constituciones, encontrándose legitimados para cometer esos delitos por el solo hecho de ser elegidos. Nuestros pueblos deben tomar debida nota de esta medida, y actuar en consecuencia.
Claro está, hay otros peligros, ya éstos de orden político. Supongamos que el depuesto por su pueblo fuese Hugo Chávez o Daniel Ortega. En ese caso, la furia de Insulza será inmensa. ¿Tendría el mismo ímpetu si los colombianos botan a Uribe? ¿O los guatemaltecos a Colom? Apostamos que no. Para muestra, un botón: ¿Qué hace la OEA ante el flagrante despojo a Antonio Ledezma de la Alcaldía Mayor de Caracas? Un despojo en contra de la elección popular y del estado de derecho simultáneamente. Pero es Chávez, a quien el secretario general defiende, en lugar de la carta democrática, que hoy es violentada por su propio detentador.
La verdad es que la cobardía nunca nos va a otorgar dignidad. No olvidemos que no solo es cobarde quien no se atreve; también, quien se ensaña con los más débiles. Y como Honduras es pobre, pequeña y débil, los países que se dicen sus hermanos se ensañan imponiéndole sanciones y castigos cobardes, los mismos que no piensan ni un momento imponerle a sátrapas como Fidel Castro y Chávez mismo.
Con todo esto, brilla como el sol el coraje de los hondureños por defenderse, no de Zelaya, sino de Chávez. Los que vemos con algún detenimiento las protestas de los simpatizantes de Zelaya, observamos que no son muchos, pero cada día aparecen mejor pertrechados. Una manifestación de repudio al gobierno con gente traída de todos los rincones de Honduras es una operación costosa, como sostendría cualquier agitador político. Las costosas figuras en papel maché conque se burlan del gobierno no se pagan con colectas populares, máxime cuando las organizaciones gremiales y empresariales del país no están con Zelaya. Así, la pequeña Honduras, casi un ratón, ha rugido como un león al momento de defender no solo su estado de derecho sino su soberanía contra el intruso populista.
Los latinoamericanos de a pie apoyamos al país víctima, en tanto que sus gobiernos se han puesto del lado de sus agresores. Esperemos que la sensatez y no el cálculo político sea la que prime en las horas difíciles que viven nuestros hermanos hondureños. Entretanto, hondureños, estamos con ustedes.
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MOVIMIENTO REPUBLICANO MR, REPUBLICANO, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO,
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Se pensaría que la razón para semejante atraso consistía en la llegada o salida del benemérito Chávez o la de Hillary Clinton. Pero no. Era el aterrizaje del “comandante vaquero” Mel Zelaya. Aún no sabemos si vino a charlar con su mecenas, o simplemente a acudió a gasear el jet y rellenarse la cartera con petrodólares. Porque si no fuera por Chávez, Zelaya estaría dando sus conferencias de prensa en alguna pensión barata de San José o, peor aún, de Managua.
Todo el mundo parece saber esto. Los ciudadanos de nuestros países reconocen el travestismo político y el apetito de poder de Mel. Quienes no lo entienden son los gobiernos, que siguen prohijando el protagonismo de Zelaya al amparo de la revolución bolivariana, la que no desean en sus países pero legitiman con sus desaciertos, los mismos que se agravan cuando vemos que las intenciones de Mel no eran el respeto de la República hondureña y a su constitución, sino regalarle su país a Chávez.
Es sorprendente que dichos gobiernos, en aras de defender un resultado electoral, minimicen el valor del estado de derecho. Además de equivocado, esto es muy peligroso: si, debido a las horrorosas violaciones al derecho y las leyes los pueblos insurgen contra un gobierno democráticamente electo, sus pares latinoamericanos no reconocerían esa insurgencia, a pesar de disponerse en las constituciones que han jurado defender. Pareciera que, defendiendo a Zelaya, desnudasen la oscura intención de atentar contra sus estados de derecho y pretender continuar en sus sillones permanentemente.
Este peligro se nos aparece, más terrible, cuando tomamos en cuenta que todas las constituciones de América Latina establecen, con sus matices, recortes a los mandatos presidenciales o vacancias a los primeros mandatarios cuando éstos cometen delitos contra sus cartas magnas. Para ello, se dispone un proceso previamente establecido, que involucra a los tres poderes del Estado, y que puede concluir con la continuación o recorte del mandato del Presidente. Además, como ya vimos, esas mismas constituciones reconocen el derecho de los pueblos de nuestra región a la insurgencia.
Sin embargo, la nueva doctrina de la OEA, aceptada sin atisbo de pudor por la mayor parte de nuestros líderes, sostiene que esos procedimientos de recorte del mandato o vacancia no tienen ningún valor, como tampoco el derecho constitucional a la insurgencia, y que los presidentes pueden concluir sus mandatos sin importar que violenten los derechos fundamentales de los ciudadanos, a quienes deben servir, o quiebren sus constituciones, encontrándose legitimados para cometer esos delitos por el solo hecho de ser elegidos. Nuestros pueblos deben tomar debida nota de esta medida, y actuar en consecuencia.
Claro está, hay otros peligros, ya éstos de orden político. Supongamos que el depuesto por su pueblo fuese Hugo Chávez o Daniel Ortega. En ese caso, la furia de Insulza será inmensa. ¿Tendría el mismo ímpetu si los colombianos botan a Uribe? ¿O los guatemaltecos a Colom? Apostamos que no. Para muestra, un botón: ¿Qué hace la OEA ante el flagrante despojo a Antonio Ledezma de la Alcaldía Mayor de Caracas? Un despojo en contra de la elección popular y del estado de derecho simultáneamente. Pero es Chávez, a quien el secretario general defiende, en lugar de la carta democrática, que hoy es violentada por su propio detentador.
La verdad es que la cobardía nunca nos va a otorgar dignidad. No olvidemos que no solo es cobarde quien no se atreve; también, quien se ensaña con los más débiles. Y como Honduras es pobre, pequeña y débil, los países que se dicen sus hermanos se ensañan imponiéndole sanciones y castigos cobardes, los mismos que no piensan ni un momento imponerle a sátrapas como Fidel Castro y Chávez mismo.
Con todo esto, brilla como el sol el coraje de los hondureños por defenderse, no de Zelaya, sino de Chávez. Los que vemos con algún detenimiento las protestas de los simpatizantes de Zelaya, observamos que no son muchos, pero cada día aparecen mejor pertrechados. Una manifestación de repudio al gobierno con gente traída de todos los rincones de Honduras es una operación costosa, como sostendría cualquier agitador político. Las costosas figuras en papel maché conque se burlan del gobierno no se pagan con colectas populares, máxime cuando las organizaciones gremiales y empresariales del país no están con Zelaya. Así, la pequeña Honduras, casi un ratón, ha rugido como un león al momento de defender no solo su estado de derecho sino su soberanía contra el intruso populista.
Los latinoamericanos de a pie apoyamos al país víctima, en tanto que sus gobiernos se han puesto del lado de sus agresores. Esperemos que la sensatez y no el cálculo político sea la que prime en las horas difíciles que viven nuestros hermanos hondureños. Entretanto, hondureños, estamos con ustedes.
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