En su gran poema, Virgilio menciona el suplicio al que un rey etrusco sometía a sus prisioneros. Con inusitada crueldad, el imaginativo monarca ataba a sus enemigos capturados a un cadáver, abandonándoles en esa situación hasta la muerte. (La Eneida, VIII, versos 485-488).
El proceso revolucionario venezolano también está atado a un cadáver: el de la ideología. ¿Y de qué estamos hablando? Basta con leer la nueva ley de educación, por ejemplo, para detectar su presencia. Se trata de una mezcolanza de oxidado marxismo y de un socialismo utópico tan anticuado como inviable, a los que se suman una extraña y desordenada quincalla mental presuntamente indigenista, los bizarros adornos de la “raza cósmica”, e ingredientes adicionales del más rancio resentimiento latinoamericano, productos de un pasado no superado.
Marx se hubiese asombrado al enterarse que su nombre es invocado para sustentar los disparates de Chávez, y Gramsci probablemente se revuelve en su tumba al escuchar los ecos de su ilustre obra teórica, ahora incorporados a las prédicas incesantes del caudillo criollo.
Lo importante no es que el cadáver ideológico revolucionario carezca de profundidad, sea desatinado y esté desarticulado; tampoco resulta esencial que semejante cementerio intelectual sea o no creído verdaderamente por quienes le enarbolan como el camino de salvación para las masas del continente. Lo fundamental es que la ideología del régimen se ha convertido en fuente única de legitimación de sus tropelías y abusos, y al igual que los prisioneros del rey etrusco, el proceso chavista está inexorablemente atado a su destino y no le queda sino llegar de esa manera a su fin.
Quizás Chávez cree efectivamente en el delirio ideológico que expone a diario en sus alocuciones. De pronto algunos izquierdistas y demás radicales que le acompañan se toman en serio tales desvaríos. Pero insisto: ello no es crucial. Lo que importa es que el régimen se ha condenado a vivir amarrado al cadáver ideológico que su líder expone, y que sirve de cobertura legitimadora a sus crecientes fracasos internos y desventuradas incursiones internacionales.
La conclusión es que no hay marcha atrás. A pesar de que al menos 50% del país, seguramente mucho más, rechaza con fervor el anacrónico comunismo de Chávez, el “proceso” proseguirá su rumbo a la fuerza. Frente a más de medio país que le detesta, un individuo medianamente sensato procuraría hallar algunos espacios de consenso y negociación, pues la alternativa es la guerra total. Pero aparte de que ya son demasiados los delitos y crímenes acumulados por la revolución, el cadáver ideológico bloquea su retroceso.
La oposición debería asumir la verdadera naturaleza del régimen y reflexionar seriamente acerca del futuro. Nuestros dirigentes tienen la responsabilidad primordial de formular, organizar y conducir una estrategia de combate político que no se limite a expectativas electorales cada día más tramposas e ilusorias. Dicha estrategia no puede ser otra que la desobediencia civil masiva y a escala nacional, que en todo caso el curso de los eventos impone a una ciudadanía que no se quedará de brazos cruzados, ante el avance del oprobio chavista. ¿Seguirán nuestros dirigentes partidistas básicamente dedicados a preparar sus candidaturas a diputados, gobernadores y, desde luego, Presidentes de la República (de las que existe una docena)?
Por desgracia, el cadáver de una estéril ideología ata al chavismo a su perdición, condenando de paso a Venezuela a una inevitable y costosa convulsión histórica. No hay remedio.
___
* Profesor de teoría política, Universidad Metropolitana de Caracas.
© http://www.aipenet.com
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ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, MOVIMIENTO REPUBLICANO MR, REPUBLICANO, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO,POLÍTICA, INTERNACIONAL,
El proceso revolucionario venezolano también está atado a un cadáver: el de la ideología. ¿Y de qué estamos hablando? Basta con leer la nueva ley de educación, por ejemplo, para detectar su presencia. Se trata de una mezcolanza de oxidado marxismo y de un socialismo utópico tan anticuado como inviable, a los que se suman una extraña y desordenada quincalla mental presuntamente indigenista, los bizarros adornos de la “raza cósmica”, e ingredientes adicionales del más rancio resentimiento latinoamericano, productos de un pasado no superado.
Marx se hubiese asombrado al enterarse que su nombre es invocado para sustentar los disparates de Chávez, y Gramsci probablemente se revuelve en su tumba al escuchar los ecos de su ilustre obra teórica, ahora incorporados a las prédicas incesantes del caudillo criollo.
Lo importante no es que el cadáver ideológico revolucionario carezca de profundidad, sea desatinado y esté desarticulado; tampoco resulta esencial que semejante cementerio intelectual sea o no creído verdaderamente por quienes le enarbolan como el camino de salvación para las masas del continente. Lo fundamental es que la ideología del régimen se ha convertido en fuente única de legitimación de sus tropelías y abusos, y al igual que los prisioneros del rey etrusco, el proceso chavista está inexorablemente atado a su destino y no le queda sino llegar de esa manera a su fin.
Quizás Chávez cree efectivamente en el delirio ideológico que expone a diario en sus alocuciones. De pronto algunos izquierdistas y demás radicales que le acompañan se toman en serio tales desvaríos. Pero insisto: ello no es crucial. Lo que importa es que el régimen se ha condenado a vivir amarrado al cadáver ideológico que su líder expone, y que sirve de cobertura legitimadora a sus crecientes fracasos internos y desventuradas incursiones internacionales.
La conclusión es que no hay marcha atrás. A pesar de que al menos 50% del país, seguramente mucho más, rechaza con fervor el anacrónico comunismo de Chávez, el “proceso” proseguirá su rumbo a la fuerza. Frente a más de medio país que le detesta, un individuo medianamente sensato procuraría hallar algunos espacios de consenso y negociación, pues la alternativa es la guerra total. Pero aparte de que ya son demasiados los delitos y crímenes acumulados por la revolución, el cadáver ideológico bloquea su retroceso.
La oposición debería asumir la verdadera naturaleza del régimen y reflexionar seriamente acerca del futuro. Nuestros dirigentes tienen la responsabilidad primordial de formular, organizar y conducir una estrategia de combate político que no se limite a expectativas electorales cada día más tramposas e ilusorias. Dicha estrategia no puede ser otra que la desobediencia civil masiva y a escala nacional, que en todo caso el curso de los eventos impone a una ciudadanía que no se quedará de brazos cruzados, ante el avance del oprobio chavista. ¿Seguirán nuestros dirigentes partidistas básicamente dedicados a preparar sus candidaturas a diputados, gobernadores y, desde luego, Presidentes de la República (de las que existe una docena)?
Por desgracia, el cadáver de una estéril ideología ata al chavismo a su perdición, condenando de paso a Venezuela a una inevitable y costosa convulsión histórica. No hay remedio.
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* Profesor de teoría política, Universidad Metropolitana de Caracas.
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