En cada uno de nuestros comentarios, artículos o conversaciones, tenemos la tendencia o inclinación a evaluar la situación de PDVSA, sobre la base de lo que existe hoy día. Igualmente, analizamos el país, o mejor dicho, lo que de él va quedando, sobre la base de lo acontecido y la situación actual. En estos análisis, válidos en esencia, denunciamos la destrucción de la institucionalidad democrática, el abuso del poder, el uso del sistema judicial como instrumento de persecución política, la violencia y la corrupción como males exponencialmente generados, la horrenda crisis hospitalaria y de atención social, la inflación galopante, la creciente tasa de desempleo, el pernicioso subempleo y la consecuente eliminación del movimiento sindical, la inclemente destrucción del aparato productivo nacional y la situación de creciente pobreza en la población, muy a pesar de lo que reflejan las manipuladas cifras estadísticas oficiales. En fin, toda una letanía de lamentaciones y cuestionamientos de la realidad, finalizando con la lacónica frase de “esto es lo que hay”. Aquí es donde estamos, es lo que existe.
Sin embargo, desde hace ya unos meses, hemos venido reflexionando sobre la pertinencia del enfoque para poder evaluar, en su justa dimensión, el profundo retroceso en el cual estamos inmersos y el, aun más profundo, precipicio en el cual hemos sido arrojados, en caída libre y, aparentemente, sin paracaídas.
Para ilustrar lo que decimos bastaría con recordar cuantas industrias privadas teníamos activas y produciendo eficientemente en 1998 y, en lugar de compararlas con las que han logrado sobrevivir al deliberado proceso de exterminio, hacer la comparación con las que existirían en caso de haber transitado en un escenario de libertades políticas y económicas, impulsadas por un gobierno orientado al progreso.
También valdría la pena pensar cuanto habría avanzado, el proceso de descentralización desde aquel ya lejano año de 1998. Evaluar que país político tendríamos en caso de haber transitado esta década bajo un esquema democrático y plural. Estamos conscientes de lo difícil de precisar e imaginar ese escenario, pero si podríamos asegurar, sin duda alguna que la “dedo-designada “ Jacqueline no sería la “Jefa” del Gobierno de la Región Capital, que tampoco los aeropuertos, puertos, carreteras, hospitales y escuelas estarían hoy bajo la bota militar centralizada y corrupta. Estarían, eso sí, funcionando bajo la égida democrática de las autoridades regionales, democráticamente electas.
Con relación particular a la Industria de los Hidrocarburos, la comparación nos parece aun más dramática y constituye, en sí misma, una abismal diferencia que paralizaría de miedo al mismísimo Freddy Krueger.
En 1975, la producción de crudo de Venezuela alcanzaba, a duras penas, los 2 millones barriles por día, como consecuencia de un proceso de desinversión que las transnacionales habían venido desarrollando desde 1970. En enero de 1978, fecha oficial y efectiva de la estatización de la industria petrolera, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, las reservas de crudo alcanzaban tan sólo los 18 mil millones barriles, la capacidad de producción real de 2 millones 700 mil barriles por día, las refinerías no estaban debidamente actualizadas, ni técnica ni operacionalmente y la capacidad era de 1 millón de barriles por día; el sector petroquímico, en franca bancarrota; sin respaldo tecnológico, no existían mercados propios desarrollados, ni una gestión financiera y, menos aun, un visión de planificación estratégica. Comenzó allí, una epopeya repleta de mística, compromiso y esfuerzo conjunto, en lo operacional y técnico para construir más que una típica empresa petrolera estatal, una empresa con visión de largo plazo, altamente competitiva y capaz de acatar y ejecutar los lineamientos del Gobierno de turno, sin las ataduras e influencias partidistas.
Luego de tres décadas de arduo esfuerzo, PDVSA se constituyó en una empresa de clase mundial, consolidada entre las tres empresas petroleras más importantes del mundo, con indicadores de eficiencia comprobada; con importantísimos nichos de mercado para crudos pesados y productos de alta calidad; con circuitos internacionales de refinación en los Estados Unidos y Europa; con un combustible exclusivo como Orimulsión, aceptado en Europa con planes concretos para entrar en el mercado de la electricidad; unas reservas de crudo convencional de 78.000 millones de barriles, sin incluir la Faja; con una producción total de crudo de 3 millones 250 mil barriles de crudo, incluyendo la producción de la Faja pero no la de Orimulsión; con una producción de gas en pleno crecimiento y con planes concretos de exploración costa afuera; con un apoyo tecnológico del primer mundo; con una política de diversificación de clientes que incluían la exploración mercados de Sur América, Asia y la India.
Además de todo esto, en el 2002, PDVSA presentó un Plan de Negocios orientado hacia la innovación la productividad y la reducción de costos explorando nuevas oportunidades de negocios y estableciendo como meta, una capacidad de producción de 4 millones 800 mil barriles para el 2008. De seguro, de haber contado Venezuela con un gobierno democrático, con orientación al progreso y con la actitud de dar la batalla contra la pobreza generando riquezas, en el 2009 Venezuela seria un país lleno de éxitos, de seguro tendríamos una Industria de los Hidrocarburos en pleno crecimiento, con nuevos descubrimientos de crudo y gas, con una capacidad de producción cercana a los 5 millones de barriles contando con una producción desarrollada de la Faja de 1 millón de barriles por día, exportando gas y orimulsión al mundo, con una industria Petroquímica fortalecida y en franco crecimiento, con los mercados tradicionales abastecidos, con nuevos mercados comerciales en Asia e India, con innumerables socios comerciales, con un fortísimo respaldo tecnológico y con una amplia capacidad de endeudamiento en los más importantes mercados financieros del mundo. Y de seguro, continuaría siendo PDVSA, una de las empresas de energía con mayor reconocimiento y prestigio mundial. Esta PDVSA de fines de década, sería sin duda la empresa que apuntalaría un país en crecimiento y un aparato productivo igualmente eficiente. Eso es lo que hemos perdido, al mantenerse en el poder esta suerte de soldadesca corrupta y perversa que todo lo destruye.
Por esta soldadesca, hoy tenemos una empresa altamente endeudada que, además, no cumple con sus compromisos de pagos, ni en Venezuela ni en el exterior; con una capacidad de producción que con toda seguridad no supera los 2 millones 600 mil barriles por día; que ha destruido la planta refinadora del país y que está desmantelando el circuito internacional; que se ha dedicado a explotar la vieja “mina”, regresando al esquema rentista, pero que no ha creado nuevas riquezas para ser explotadas ni ha desarrollado negocios aguas abajo en refinación, gas o petroquímica; que “liquidó” el negocio de la Orimulsión, para satisfacer caprichos personales y beneficiar a socios, en contra del patrimonio y la soberanía nacional; sin respaldo tecnológico; una empresa cuyos costos de producción se han multiplicado; no auditable y totalmente desprestigiada con incontables demandas por incumplimientos de contratos; altamente corrompida y politizada. La lista sería infinita. Pero esto es lo que tenemos y lo otro lo que pudimos tener y perdimos.
Nuestro mensaje es que debemos evaluar este régimen no por donde estamos, si no por donde deberíamos estar si no hubiesen estado en el poder. La diferencia es abismal, a no dudarlo y, como dice nuestro amigo José Hernández, estamos persuadidos que “Ser rico es muy bueno”.
Horacio Medina
Sin embargo, desde hace ya unos meses, hemos venido reflexionando sobre la pertinencia del enfoque para poder evaluar, en su justa dimensión, el profundo retroceso en el cual estamos inmersos y el, aun más profundo, precipicio en el cual hemos sido arrojados, en caída libre y, aparentemente, sin paracaídas.
Para ilustrar lo que decimos bastaría con recordar cuantas industrias privadas teníamos activas y produciendo eficientemente en 1998 y, en lugar de compararlas con las que han logrado sobrevivir al deliberado proceso de exterminio, hacer la comparación con las que existirían en caso de haber transitado en un escenario de libertades políticas y económicas, impulsadas por un gobierno orientado al progreso.
También valdría la pena pensar cuanto habría avanzado, el proceso de descentralización desde aquel ya lejano año de 1998. Evaluar que país político tendríamos en caso de haber transitado esta década bajo un esquema democrático y plural. Estamos conscientes de lo difícil de precisar e imaginar ese escenario, pero si podríamos asegurar, sin duda alguna que la “dedo-designada “ Jacqueline no sería la “Jefa” del Gobierno de la Región Capital, que tampoco los aeropuertos, puertos, carreteras, hospitales y escuelas estarían hoy bajo la bota militar centralizada y corrupta. Estarían, eso sí, funcionando bajo la égida democrática de las autoridades regionales, democráticamente electas.
Con relación particular a la Industria de los Hidrocarburos, la comparación nos parece aun más dramática y constituye, en sí misma, una abismal diferencia que paralizaría de miedo al mismísimo Freddy Krueger.
En 1975, la producción de crudo de Venezuela alcanzaba, a duras penas, los 2 millones barriles por día, como consecuencia de un proceso de desinversión que las transnacionales habían venido desarrollando desde 1970. En enero de 1978, fecha oficial y efectiva de la estatización de la industria petrolera, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, las reservas de crudo alcanzaban tan sólo los 18 mil millones barriles, la capacidad de producción real de 2 millones 700 mil barriles por día, las refinerías no estaban debidamente actualizadas, ni técnica ni operacionalmente y la capacidad era de 1 millón de barriles por día; el sector petroquímico, en franca bancarrota; sin respaldo tecnológico, no existían mercados propios desarrollados, ni una gestión financiera y, menos aun, un visión de planificación estratégica. Comenzó allí, una epopeya repleta de mística, compromiso y esfuerzo conjunto, en lo operacional y técnico para construir más que una típica empresa petrolera estatal, una empresa con visión de largo plazo, altamente competitiva y capaz de acatar y ejecutar los lineamientos del Gobierno de turno, sin las ataduras e influencias partidistas.
Luego de tres décadas de arduo esfuerzo, PDVSA se constituyó en una empresa de clase mundial, consolidada entre las tres empresas petroleras más importantes del mundo, con indicadores de eficiencia comprobada; con importantísimos nichos de mercado para crudos pesados y productos de alta calidad; con circuitos internacionales de refinación en los Estados Unidos y Europa; con un combustible exclusivo como Orimulsión, aceptado en Europa con planes concretos para entrar en el mercado de la electricidad; unas reservas de crudo convencional de 78.000 millones de barriles, sin incluir la Faja; con una producción total de crudo de 3 millones 250 mil barriles de crudo, incluyendo la producción de la Faja pero no la de Orimulsión; con una producción de gas en pleno crecimiento y con planes concretos de exploración costa afuera; con un apoyo tecnológico del primer mundo; con una política de diversificación de clientes que incluían la exploración mercados de Sur América, Asia y la India.
Además de todo esto, en el 2002, PDVSA presentó un Plan de Negocios orientado hacia la innovación la productividad y la reducción de costos explorando nuevas oportunidades de negocios y estableciendo como meta, una capacidad de producción de 4 millones 800 mil barriles para el 2008. De seguro, de haber contado Venezuela con un gobierno democrático, con orientación al progreso y con la actitud de dar la batalla contra la pobreza generando riquezas, en el 2009 Venezuela seria un país lleno de éxitos, de seguro tendríamos una Industria de los Hidrocarburos en pleno crecimiento, con nuevos descubrimientos de crudo y gas, con una capacidad de producción cercana a los 5 millones de barriles contando con una producción desarrollada de la Faja de 1 millón de barriles por día, exportando gas y orimulsión al mundo, con una industria Petroquímica fortalecida y en franco crecimiento, con los mercados tradicionales abastecidos, con nuevos mercados comerciales en Asia e India, con innumerables socios comerciales, con un fortísimo respaldo tecnológico y con una amplia capacidad de endeudamiento en los más importantes mercados financieros del mundo. Y de seguro, continuaría siendo PDVSA, una de las empresas de energía con mayor reconocimiento y prestigio mundial. Esta PDVSA de fines de década, sería sin duda la empresa que apuntalaría un país en crecimiento y un aparato productivo igualmente eficiente. Eso es lo que hemos perdido, al mantenerse en el poder esta suerte de soldadesca corrupta y perversa que todo lo destruye.
Por esta soldadesca, hoy tenemos una empresa altamente endeudada que, además, no cumple con sus compromisos de pagos, ni en Venezuela ni en el exterior; con una capacidad de producción que con toda seguridad no supera los 2 millones 600 mil barriles por día; que ha destruido la planta refinadora del país y que está desmantelando el circuito internacional; que se ha dedicado a explotar la vieja “mina”, regresando al esquema rentista, pero que no ha creado nuevas riquezas para ser explotadas ni ha desarrollado negocios aguas abajo en refinación, gas o petroquímica; que “liquidó” el negocio de la Orimulsión, para satisfacer caprichos personales y beneficiar a socios, en contra del patrimonio y la soberanía nacional; sin respaldo tecnológico; una empresa cuyos costos de producción se han multiplicado; no auditable y totalmente desprestigiada con incontables demandas por incumplimientos de contratos; altamente corrompida y politizada. La lista sería infinita. Pero esto es lo que tenemos y lo otro lo que pudimos tener y perdimos.
Nuestro mensaje es que debemos evaluar este régimen no por donde estamos, si no por donde deberíamos estar si no hubiesen estado en el poder. La diferencia es abismal, a no dudarlo y, como dice nuestro amigo José Hernández, estamos persuadidos que “Ser rico es muy bueno”.
Horacio Medina
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