miércoles, 16 de enero de 2008

*MISAEL SALAZAR LÉIDENZ ESCRIBE PARA 2001: “EL DÍA CUANDO AMANECIMOS POBRES”


*MISAEL SALAZAR LÉIDENZ ESCRIBE PARA 2001: “EL DÍA CUANDO AMANECIMOS POBRES”


Realmente fue muy difícil acostumbrarnos a manejar tan grandes cantidades de dinero como las que hemos manoseado en los últimos años. Igualmente fue difícil suponer que un cambur, por ejemplo, pudiese alguna vez llegar a valer cientos de bolívares. Pero, una vez en la corriente de la economía no nos quedó otro remedio que entrarle de lleno, aprender a contar cantidades astronómicas, y por supuesto aprender nuevas palabras como millardo, billón, trillón, quintillón, y pare de contar.

A lo largo de esos años nos acostumbramos a cargar encima cientos de miles de bolívares, lo que jamás soñaron nuestros abuelos. Y por supuesto, a gastarlos a manos llenas porque nos parecía que si algo abundaba en el país era el dinero. Es más, nos acostumbramos a ver cómo los billetes de baja denominación, o las monedas, seguían descansando en cualquier acera sin que nadie se dignara recogerlos. Señal real de que estábamos en el declive de la economía y de que por tanto la pobreza rodaba por el suelo en el sentido de que nada se podía comprar con uno de esos billetes, o de esas monedas.

QUÉ RICOS TAN POBRES

Es más, jamás fuimos tan ricos ni nos sentimos tan pobres como en esa etapa en la que manejamos sumas que muchas veces no atinábamos a comprender. Hasta hace una veintena de años quien tenía un millón de bolívares era verdaderamente millonario. Y quien se acercaba, por ejemplo a esa cantidad, lo llamaban medio millón. Es decir, la riqueza la permití tener un nombre agregado. Ejemplo: Pedro, el del medio millón. O, Pedro Medio Millón.

Es más, era común ver a una persona que llevaba metida en cada oreja una moneda de un real, o un mediecito. Era la fórmula más expedita para evitar que las pequeñas, pero valiosas monedas de plata se extraviaran camino de la pulpería. Y con una locha se podían comprar varias cosas, tales como aceite, vinagre, mantequilla, papelón y gofio, por ejemplo.

Aquellos tiempos de la Venezuela rural, cuando una moneda de verdad valía lo que pesaba, no estaba exenta de problemas. Los pollos, por ejemplo, eran sólo manjar para los ricos. Las pestes, las formas empíricas de criarlos y de mercadearlos generaban carestías.

Pero, como siempre sucede, se hizo el milagro de la vacuna y se industrializó la cría del pollo y de la gallina, y entones esas aves volaron de la mesa de los ricos a la mesa de los pobres. Antes de eso para alguien de medio pelo era muy difícil comerse un sancocho de gallina. Por eso cuando lograban sacrificar, con ese propósito a una pirota, echaban las plumas hacia la calle para que el vecindario se enterara de que en esa casa se comía bien, al menos ese día. Todo aquello trajo sus bemoles porque los jefes civiles que cobraban sus sueldos cuando había rentas, idearon cobrar el derecho de degüello que incluyó gallinas pollos, patos y palomas caseras. De modo que muchas veces el sancocho era de contrabando.

PRESIDENTES ARPISTAS

Siempre tuvimos presidentes arpistas en el sentido de que atraían todo cuanto podían hacia sí, o hacia el país el arpista mueve todos los dedos como tratando de sacar algo del arpa que le llegue a los bolsillos. Y quizás el presidente más arpista de todos fue Juan Vicente Gómez, porque no invirtió un centavo en el exterior, sino en el país, y porque siempre desconfió de los billetes de banco. De modo que si por su voluntad hubiese sido, Venezuela jamás hubiese permitido la emisión de papel moneda ya que en aquellos tiempos la riqueza se medía en oro o en plata. Y los países que se respetaran debían tener monedas verdaderamente fuertes.

Realmente Gómez no fue uno de esos locos que salen, como el personaje de Florentino el que cantó con el Diablo a repartir lo ajeno. Ni salió a repartir los bienes del erario en países que jamás se han ocupado de ayudar en nada a la economía venezolana. Es decir, hizo en ese campo lo que debe hacer un primer magistrado. En todo caso las cosas que faltan en la casa deben ser las primeras en llenar la nevera propia y no la ajena.

Esa sensación de ser pobres que nos dan nuestras cuentan bancarias a partir del 31 de diciembre son quizás un serio indicativo de que entramos en un declive creciente. Es decir, cada día que pasa nuestra moneda valdrá menos y por lo tanto los venezolanos viviremos peor. Lo peor de todo esto es que estos tiempos de carestías se presentan precisamente en momentos cuando nuestro principal, sino único producto de exportación, el petróleo, tiene el mayor precio de su historia. Ese solo hecho nos hace ser mucho más pesimistas porque sentimos cómo las vacas flacas no las generó el verano, al menos en nuestro caso, sino el gasto innecesario, la regaladera de dinero y esa forma asiática de ver el erario público como algo de propiedad privada del presidente.

CUANDO EL MAÑANA DESESPERA

Los viejos campesinos venezolanos recomendaban a sus hijos guardar dinero en tiempos de abundancia con miras a no pasar trabajos cuando llegasen los tiempos de dificultades. Esos tiempos los llamaban "el mañana". Y anunciaban que nadie sabe cuándo va a llegar ese mañana, pero sin duda algún día se presentará sin aviso. Pero resulta que por la experiencia de eso que los economistas llaman inflación, sabemos que el peor error que podemos cometer es el de ahorrar puesto que la tal inflación se come cualquier a cualquier capital que podamos guardar. Eso significa que el mañana se nos complica a todos cada vez más.

De modo que iniciamos un nuevo año con mucho problema y con lo que realmente es una pobreza creciente. Ahora debemos aplicar la tabla para restar ceros y por supuesto mientras aprendemos sufrimos las consecuencias de la políticas monetaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.