domingo, 9 de diciembre de 2007

*EMILIO FIGUEREDO ESCRIBE EDITORIAL DE ANALITICA EL 12 DE AGOSTO DE 2007: "EL MONSTRUO DEVORADOR: LA DIALÉCTICA DE LA REVOLUCIÓN "







En las revoluciones, en particular las socialistas del siglo XX, se puede constatar, casi como una regla, la existencia de un comportamiento signado por etapas sucesivas, similares entre ellas a pesar de las peculiaridades de las distintas revoluciones. No sólo existen etapas análogas, sino que los procesos revolucionarios comparten características. La sucesión de etapas está marcada por la violencia: la revolución es un monstruo devorador, no sólo engulle a sus enemigos iniciales, sino también devora buena parte de sus iniciadores. Y finalmente el proceso concluye en una suerte de "restauración", la vuelta al sistema anterior, la "negación de la negación". Por así decirlo, constituyen una ejemplificación de la dialéctica hegeliana.
En la primera etapa, o la del apoderamiento y control del Estado, suelen existir acciones, con violencia en distintos grados, contra el conjunto de personas y grupos sociales denominadas de muchas maneras, pero cuya esencia es la de ser considerados como contrarrevolucionarios. Allí es donde surgen personajes menores encargados del trabajo sucio, de la "depuración" de la sociedad a los cuales el liderazgo les confía y les pide que liquiden a aquellos que les inoportunan.

Un buen ejemplo de ese papel lo vemos en Félix Dzerzinnsky el fundador de la Tcheka e iniciador del Terror rojo. También podríamos incluir en esta categoría al famoso procurador de la revolución francesa Fouquier Tinville, aunque éste no se ensuciaba directamente las manos sino simplemente era un temible acusador. Caso similar al primero fue el de Pepe Abrahantes quién, a inicios de la revolución cubana, fue el brazo ejecutor de la represión ordenada por Fidel.

Una vez neutralizada toda forma efectiva de oposición los jerarcas del partido triunfante extienden su dominio sobre toda la sociedad y sus bienes y, en muchos casos, se convierten en beneficiarios personales de las propiedades incautadas.

Un buen ejemplo de ese papel lo vemos en Félix Dzerzinnsky el fundador de la Tcheka e iniciador del Terror rojo. También podríamos incluir en esta categoría al famoso procurador de la revolución francesa Fouquier Tinville, aunque éste no se ensuciaba directamente las manos sino simplemente era un temible acusador. Caso similar al primero fue el de Pepe Abrahantes quién, a inicios de la revolución cubana, fue el brazo ejecutor de la represión ordenada por Fidel.

Una vez neutralizada toda forma efectiva de oposición los jerarcas del partido triunfante extienden su dominio sobre toda la sociedad y sus bienes y, en muchos casos, se convierten en beneficiarios personales de las propiedades incautadas.

En una segunda etapa, los victimarios de la primera se convierten en las víctimas, ese fue el caso del todo poderoso Dzerzinski y posteriormente de Yagoda. En Cuba los altos personeros, salvo el caso de Ochoa y De la Guardia, mueren o en accidentes o de infarto como fue el caso de Abrahantes.

En esa fase de la revolución consolidada surgen nuevas depuraciones ya no contra el enemigo tradicional, sino contra los mismos iniciadores de la revolución. Hay que recordar cómo el asesinato de Kirov, facilitó la primera purga de 1934 que básicamente estaba dirigida contra la oposición política dentro del partido a Stalin , con muchos fusilados entres quienes vale la pena recordar a Kamenev Zinoviev, y Bujarin, compañeros de Lenin. La mayoría de los actores principales en la realización de la purga fueron posteriormente liquidados. Luego siguieron otras purgas, con procesos jurídicos amañados en las que se realizó una profunda limpieza del partido saléndose de todos aquellos contaban con la simpatía de Yagoda y, por supuesto de Stalin.

Los juicios y la gran purga de 1936 así como la persecución y muerte de Trotsky fueron secuela de esta descarnada eliminación de todos los que no se doblegaron a Stalin. El último y tal vez el más despiadado de esos sicarios fue Beria quien a su vez fue liquidado después de la muerte de Stalin por orden de Jruschov.

La tercera etapa es la de la osificación del sistema, la represión sigue existiendo mas no en la forma virulenta de la etapa anterior. Los elementos predominantes son la burocratización, el estancamiento y la generalización de la corrupción.

Y por último, el ciclo se cierra en la antítesis del régimen revolucionario. Para combatir la osificación, se da paso a la restauración, la conversión del régimen en algo análogo a lo que se destruyó en la etapa inicial. Ejemplos elocuentes son los casos de la Unión Soviética, Europa del Este y China. Queda por ver que sucederá en Cuba a la muerte de Fidel. En todo caso vale la pena preguntarse: ¿Son necesarias tantas muertes y tantas iniquidades para terminar cerrando el círculo en una restauración?

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