martes, 23 de septiembre de 2014

HUMBERTO SEIJAS PITTALUGA, PALABRAS TRASTOCADAS, SESQUIPEDALIA

Bueno, reconozco que, en verdad, las palabras no están desordenadas.  Y que el título correcto de este artículo pudiera haber sido: “Términos que han sido colocados en unas frases fuera del orden lingüístico debido”.  Pero eso no tiene punch periodístico.  Más bien parece el título de una disertación filológica en alguna sesuda academia de la lengua.  Y no es eso de lo que quiero hablar hoy.  

Lo que intento es criticar locuciones desafortunadas que son utilizadas como ritornelos entre los oficialistas.  Tanto, que pareciera que son muletillas con las que tratan de ocultar sus estupideces.  Ellos juran que “se la están comiendo” al etiquetar con esos enunciados a sus antagonistas; y lo que logran es dejar más en claro la estulticia que los arropa y el arsenal de balandronadas que utilizan para quitarse de encima los ataques —bien merecidos y argumentados— que reciben.

Políticos presos


Esta mentecatez ya tiene años circulando.  Creo que el autor de este dislate fue el finado muerto difunto.  Intentaba hacer creer que las personas que él necesitaba encarcelar —y para lo cual le dio órdenes muy claras, en cadena, a sus jueces— no pasaban de ser unos piches forajidos.  Cuando en realidad eran personas probas pero que le estorbaban en su empeño de regresar a Venezuela a lo más oscuro del siglo XIX.  Y esa versión nueva de los jueces del horror, esos que se las echan de magistrados, salieron prestos a cumplir sus órdenes.  Sin importar que no se hubiese podido demostrar culpabilidad alguna en los procesados.  Para eso bastaba inventar delitos que no aparecen en el código.  De ese mal sufrieron, y sufren, personas muy dignas a quienes tengo el honor de llamar amigos, como el general Alfonzo Martínez, Iván Simonovis, Enzo Scarano y Salvatore Lucchese, y otros a quienes no tengo el privilegio de conocer, como Leopoldo López, la doctora Afiuni y el alcalde Ceballos. 

El gobierno siempre ha negado la existencia de presos políticos; pero en una de sus muchas contradicciones, a finales del 2007, decretó una amnistía a favor de ellos; con lo cual admitía que los había.  Claro que soltó solo los menos emblemáticos y conocidos.

Hay que dejar la frase estólida de lado y volver a la original: “presos políticos”, con ambos sustantivos en aposición colocados en la posición debida. 

Deuda soberana

Si existe un premio Cabrujas en este país, hay que dárselo cuatro veces seguidas a Laureano Márquez por la explicación que dio hace varios días: no hay tal “deuda soberana”; ¡lo que hay es una “soberana deuda”!  Este régimen, además de irresponsable e inepto, es manirroto con sus amigotes y conmilitones.  Por eso, no ha tenido empacho en malgastar la renta petrolera más abundante, y que ha permanecido con más altos precios, en cosas que no se ven.  Y, como ñapa, nos endeudaron; les debemos hasta la manera de caminar a chinos y rusos.  Hasta nuestros bisnietos y tataranietos —cuando los tengamos— tendrán hipotecadas sus vidas para pagar ese mono. 

No han construido una sola obra material importante en estos larguísimos 16 años —más de tres de los períodos presidenciales anteriores—; y las que habían comenzado, están paralizadas.  Pero votos favorables en la OEA y la ONU sí han comprado a montones.  Los hospitales están en la desolación y el estropicio; pero maletines llenos de dólares sí han salido para comprar la amistad de presidentes en todas las latitudes.  Las zonas industriales del país están cerradas por falta de insumos (no solo las privadas: estamos importando bauxita y gasolina, además de la comida), pero millonarios con fortunas escondidas en paraísos fiscales hay por centenas.  Todos ellos con chemises rojas de marcas caras en sus guardarropas.  No hay plata para traer las drogas antineoplásicas que requieren con urgencia los pacientes cancerosos, ni para pagarles a los pequeños y medianos empresarios que cometieron la gansada de servir de proveedores al régimen; pero sí para traer beisbolistas importados para el campeonato que comienza y para importar toros españoles para las corridas de noviembre.  Este es un régimen de mucho circo y poco pan…

Guerra económica

Guerras es lo que ha abundado desde que Nuestro Señor de La Planicie agarró el coroto.  Comenzamos con la “asimétrica” y ya el nortesantandereano nos lleva por la “bacteriológica”.  Dentro de poquito va a decir que Dark Vader llegó, traído por los imperialistas, no lo duden, para dirigir las malignas huestes de los apátridas…

En todo caso, me refiero a una guerra anterior a las inventadas “situacionalmente” la semana pasada y que Nicky anunció en cadena.  Es la que aparece como subtítulo más arriba.  Hay que darle un giro  a esa frase para poder describir lo que padecemos actualmente: una “economía de guerra”.  Que unas personas se líen a trompadas por un paquete de harina, un pollo o un frasco de aceite no se ve sino en sociedades que han sufrido una larga conflagración, luego de que los bombardeos han destruido las instalaciones industriales, los campos de labranza y las vías de comunicación.  Por lo que uno ve en la televisión, ni en los campos de refugiados del Oriente Medio hay esas trifulcas; todos hacen su cola con orden para recibir lo que les mandan  desde el maluco mundo occidental —porque sus “baisanos”, separados por una misma religión, nada aportan, aparte de bombas y muerte.

El régimen está empeñado en enseñarnos a vivir mal; a igualar por debajo.  Y pareciera que el venezolano promedio, al igual que el protagonista de “Pagliaci”: “Tramuta in lazzi lo spasmo ed il pianto; / in una smorfia il singhiozzo” (troca en chistes su angustia y su llanto; / en una morisqueta, su sollozo).

Yo me niego a dejarme amaestrar.  Haz tú lo mismo, porque, si no, “il duol t’avvelena il cor” (la aflicción te envenena el corazón)…

Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt

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